Huáscar I. Vega Ledo
Marzo, 1997

Las papayas reventaban y de alguna forma estaban esparciendo sus semillas en ese barranco yungueño ; las piñas y los mangos hacían lo propio pero con menos ruido. La cabeza de Casimira explotó con más bulla todavía, quedó extrañamente incrustada entre las ramas de un nogal mientras la sangre bajaba serpenteando por sus largas y gruesas trenzas. Cualquier pensamiento, idea o proyecto que en sus sesos había ya no germinarían ni en estas ni en otras tierras.

El camioncito Ford mil novecientos cuarenta y algo, llegó trescientos metros más abajo dando volteos y más volteos, parecía intacto y feliz, parecía estar haciendo el amor con el río , mirando al cielo, la boca abierta y patas arriba.

El camión en su trayecto había esparcido aguayos , sombreros, zapatos y otras cosas que deseo olvidarme.

Casimira no murió sola, algunos otros viajeros la acompañaron. Quedaban heridos, contusos y fracturados. A la vegetación de este Yungas exuberante le había llegado un rocío inesperado. De pronto, un cuerpo se levantó entre los ayes y gritos de dolor de los heridos, vestía un terno negro y roído, bastón chueco y tosco pero bastón, sombrero de copa viejísimo. La figura aparentaba unos cuarenta años en un cuerpo fornido, cojeaba del lado izquierdo y por la manga del brazo chorreaba un hilito de sangre. Él no decía ay ni achichiu ni tampoco lloraba, él simplemente cantaba y al son de una canción buscó algo y encontró una enagua; la rompió con los dientes y la mano derecha, se quitó apenitas la parte izquierda del saco y a la altura del hombro se hizo un torniquete con ayuda de sus dientes y un palito. Se volvió a poner el saco porque le incomodaba mantenerlo colgado y ahora lucía como si nada hubiera pasado.

Munido de la enagua y un montón de palitos, se dedicó a hacer torniquetes a cuanto herido encontraba por el barranco. Sólo dejaba de cantar para preguntar por las heridas y las dolencias. También bajó y subió varias veces las tres centenas de metros que separaban las desgracias del riachuelo y, dejando a cada herido una provisión de agua, se marchó. Se fue cantando y cojeando del lado izquierdo. Su cojera era un recuerdo de la guerra del Chaco ; una bala de avión paraguayo le atravesó el trasero mientras corría a salvar unos niños selváticos que no entendían las palabras: Bolivia y Paraguay.

Una comisión de rescate llegó al siguiente día. Algunos familiares interrogaban tanto a los heridos, que estos se volvían a desmayar. Todos los sobrevivientes daban gracias a Don Avelino, pero Don Avelino ya no resbalaba en ese tobogán de piedras, hojarasca y sangre. Algunos recordaban que el benemérito se fue marchando y cantando, cantando rondas infantiles…

En algún lugar de los Yungas, cerca a un río, lo encontraron unos caminantes Callaguayas . Ellos son los viajeros indígenas que dominan las artes medicinales y hablan muchas lenguas regionales además de la suya (un idioma casi secreto) . Les pareció divertido encontrar a un hombre de tal edad cantando rondas infantiles. A los Callaguayas les encantó que Don Avelino -quién había aprendido quechua y algo de guaraní en la guerra del Chaco- hablara perfectamente el aymará y de esa manera se enteraron que él tenía la zurda rota. Ja ja já, se rieron, “tienes toda la suerte del mundo, doctorcito., aquí hay todas las hierbas que necesitas para sanarte, siempre venimos a los Yungas a recoger hierbitas. A ver a ver, mostrame, vamos a ver que tienes”

De inmediato uno de ellos encendió una fogata, el otro se metió monte adentro y regresó con unas hojas grandes como la espalda del herido, también trajo café y otras hierbas. Hicieron soasar las hojas por ambas caras hasta que se ponían húmedas y aceitosas; luego en una piedra plana y grande trazaron un círculo con una tierrita o polvo que sacaron de sus chuspas y en el centro de este, comenzaron a machacar las hojas soasadas, el aceite o humedad de las hojas quedaba atrapado por el círculo de polvo. Entretanto ya había terminado de tostarse el café, y ahora lo molían mezclándolo con saliva. Entonces le quitaron el torniquete, le acomodaron los huesos rotos y poco a poco volvió a chorrear sangre por la herida, pero también poco a poco le aplicaban en el daño la crema de café hasta que dejó de sangrar. Esperaron a que una pequeña porción de ceniza entre blanca y negra se pusiera menos quemante y, aún caliente, se la aplicaron sobre la herida. Inmediatamente después le aplicaron a todo el brazo la tierrita húmeda del círculo. Encima de eso cubrieron totalmente con hojas machacadas, para luego sujetarlas con la amplia tela de la enagua del torniquete, con eso terminaron la primera cura. A continuación inmovilizaron el brazo con ayuda de pequeñas cortezas de cualquier árbol y le hicieron beber un mate preparado con varias hierbas.

Toda esta faena médica fue realizada mientras reían y hacían bromas como chiquillos. “Creo que ha retrocedido en el tiempo, no?” “Parece que quería visitar a La Pachamama y se ha quedado en medio camino, ja ja já” “Hasta ahora no nos ha dicho su nombre, no se acuerda nada, anda tray la piedra negra, lo vamos a curar, tray la piedra” En ese momento, con gran lucidez, uno de los curanderos dijo: “No. Janigua , como pues ? Lo que le hemos puesto le va ablandar los huesos, ¿no ve? Para que regenere más fácil, mejor ¿no ve? Como si fuera una guaguita , como si fuera un changuito . Mejor pues, si su cabeza piensa también como guaguita, así la cabeza también va a ayudar, así rapidito va a curar ¿no ve?. Como guagua es pues ahorita, que viaje con nosotros unas dos semanas, ya vas a ver como va a recuperar, si quieres a los quince días, lo volvemos viejo otra vez, ja ja já”.

Viajaron juntos jugando y bailando como chiquillos. Los médicos enseñándole las propiedades de cada planta y dándole de beber el mismo mate curativo. Sólo una vez cambiaron de brebaje, ese momento le hicieron probar una flor que parecía kantuta gigante cuyas propiedades son alucinógenas en una proporción pequeña, son anestésico en otras y es veneno para los nervios en otra cantidad. Don Avelino se iluminó. Esa flor le conectó la mente a otra dimensión, o mejor dicho a la dimensión en la que estaba. Don Avelino se transportaba alternadamente de su niñez al presente. Recordó que los colores de la kantuta son rojo amarillo y verde como la bandera nacional. Recordó que estaban viviendo el mes de marzo, pero un marzo infantil, cuando él tenía unos ocho años y se estaba preparando para acudir al desfile del veintitrés de marzo, día del mar , día en que se recuerda la usurpación chilena del Pacífico, la guerra del 1879 . Él tenía muchas ganas de desfilar, él se sentía un patriota, él quería que los chilenos le devuelvan el mar. Así como los niños esperan regalos en su cumpleaños, él esperaba que el veintitrés de marzo le devolvieran su mar.

Los Callaguayas que siempre estaban divirtiéndose, se pusieron un poco serios y le explicaron que toda la tierra es de ellos y también de él, que los países son un invento para hacer daño y competir, pero si se vive compartiendo, entonces La Pachamama te acoge, La Pachamama te une. “Los Callaguayas seguimos viajando. Todos nos reciben como Callaguayas, no como bolivianos ”

Así pasaron dos semanas de enseñanzas y regeneración de tejidos óseos. El día que lo volvieron “viejo otra vez” fue algo triste, parece que Don Avelino se dio cuenta que perdería su infancia y quizás olvidaría todas las cosas que aprendió. Esta recuperación fue toda una ceremonia. Primero lo hicieron dormir cual bebé, luego con pedazos de su camisa manchada en sangre agitaban el aire mientras caminando llamaban: “Avelino, Avelinito, ven, ven. Ven Suma lulitu , ven Avelinito, ven, ven.”.

Dicen que en situaciones de peligro nuestra alma abandona el cuerpo. Ahora ellos estaban llamando a su ajayu , tratando de recuperar el alma. Retornaron todos ellos casi al mismo tiempo y depositaron los retazos de camisa sobre el pecho de Don Avelino. Luego el más viejo, con una piedra redonda y profundamente negra, rozaba la superficie del cuerpo de Don Avelino, mientras cantaba o murmuraba algo que sólamente ellos entendían.

“Buenos días Avelino, Avelinito” “Buenos días Jacha-guagua ja ja já” lo saludaron y de inmediato lo interrogaron. El benemérito les contó de la guerra y de su vida. Les dijo que estaba yendo a La Paz a averiguar si los beneméritos marcharían el día del mar, y que sus planes eran regresar pronto pues estaba invitado a una fiesta de cumpleaños para chicos, pues el niño de la hacienda en Churuhuasca cumpliría ocho años y como todos los changuitos asistían acompañados de alguno de sus papás, el iría con el huerfanito, haciendo de papá de mentiras.

“Ándate pronto. Si caminas dos días por allá vas a llegar a Churuhuasca, ya no te da tiempo de ir al desfile y peor con ese brazo así.” Le dieron unas hierbitas y recomendaciones para continuar la curación del brazo (que parecía ya sano). “Aquí puedes llevar aguita. Un poquito de charque . No tenemos mucho, pero hay que compartir.”

El benemérito llegó a Churuhuasca el veinticinco de marzo a la una de la tarde. El Chojolulo lo estaba esperando ya bien vestido en el camino. El pueblo lo recibió como merecía, como a un héroe. El Chojolulo estaba orgulloso con su papá héroe. Pero todavía guardaba resentimiento para con los pobladores pues no habían ido a esperar a su papá de mentiras, ellos incluso pensaron que se había muerto o que se había vuelto loco entre los fantasmas de los prisioneros paraguayos. Dicen que estos caminos de los Yungas son así tan accidentados tan chupadores de sangre, porque gran parte del camino hasta Puente Villa lo hicieron con el sudor el paludismo el dolor y la rabia contenida de los prisioneros paraguayos de la Guerra del Chaco rompiendo a mazo y cincel los pedrones gigantescos de este subtrópico rodeado de montañas andinas. Dicen que los prisioneros dormían en cuevas o casuchas de ramas, las casuchas desaparecieron con el tiempo, pero aún quedan hoyos que antes eran naturales pero que fueron moldeados rectangularmente en largos corredores por el mazo y cincel paraguayo, dicen que en esas cuevas aún se oyen los gritos de dolor en guaraní , dicen que la piedra aún repite lo que oyó y, dicen que los fantasmas deliran y hacen delirar mientras la roca exuda paludismo.

El cura y las familias de los heridos ya habían pensado en algo, le tenían preparada una medalla (otra medalla al mérito ). Era una medalla del 1879, de la guerra por el mar y el salitre, la que un viejito había legado a la iglesia, pidiendo que se la guardaran o que se la dieran a alguien que tuviera el valor y honor suficientes como para conservarla. Esto le correspondía en justicia al benemérito Don Avelino. Quién de su campaña en la guerra del Chaco ya tenía cuatro medallas al mérito. Él las guardaba en el salón de su casa custodiadas por un marco fuerte y con cerradura, usando un cristal triple para la transparencia. Él quería guardar su nueva distinción, quería bañarse, curarse la herida y cambiarse de ropa. Pero la gente del pueblo apenas lo dejó escapar con el compromiso que lo visitarían y seguirían comentando el accidente y otras aventuras en la fiesta de la casa de hacienda.

El Chojolulo ayudó al benemérito en sus tareas de aseo y cuidado de la herida. A las cuatro y media de la tarde ya estaba completamente acicalado y entrando en la hacienda con su hijo de mentiras. Recién se dio cuenta que no llevaba regalo, pero tal parece que nadie se dio cuenta de ello, ni siquiera el agasajado de ocho años, quién lo abrazó y besó con una admiración impresionantes. Esos ojazos del niño estaban azorados de sentir a un héroe de carne y hueso. Inmediatamente el niño de ocho años lo sentó y le alcanzó la guitarra. Recién se acordaron que el héroe estaba herido, pero inmediatamente el Chojolulo agarró la guitarra por el mango y mientras el huerfanito hacia las pisadas, el héroe rasgaba las cuerdas con la mano derecha y “padre e hijo de mentiras” cantaban. “¡Una cuequita !” “¡El Infierno Verde !” “¡ Boquerón Abandonado !” gritaban pidiendo los viejos que son metiches hasta en fiesta de niños. El héroe complació con una o dos piezas a los mayores y, luego se dedicó a complacer a quienes lo hab D¡an invitado. Resulta que el héroe era experto cantando rondas infantiles de anteayer, de ayer y de hoy. Las pisadas eran sencillas y se las explicaba al Chojolulo mientras cantaban. Cantaron “ Mambru se fue a la guerra ”, “ Aserrín Aserrán ”, “ Arroz con leche ” y muchas otras más.

Los chiquillos se pusieron ollas o tutumas como cascos y, usaron palos como espadas o fusiles para desfilar mientras cantaban «Mambru…”. En “Aserrín Aserrán” se formaron dos grupos, uno de varones y otro de chiquillas, luego cada grupo en fila enganchado por los codos se acercaban al otro mientras repetían una estrofa y retornaban a su puesto cuando cantaban los otros. Para el “Arroz con leche” la mayoría de los changuitos escaparon y los pocos que quedaron avergonzados no cantaron ni una estrofa, sólo las niñas sonreían y cantaban pícaramente junto a las mamás “…que sepa abrir las puertas para ir a jugar…”

Cuando se cansaron de cantar y bailar rondas. El héroe hizo de arbitro en las peleas que se suscitan cuando se juega chorro-morro , tunkuña , kumunta , pesca-pesca , oculta-oculta .

La kumunta y el chorro-morro son juegos rudos preferidos por los muchachitos. Pero a algunas niñas les gusta saltar encima las espaldas agachadas de los que hacen de base y así demostrar a todos que ellas también pueden. Pocas son las que se animan a la kumunta pues consiste en lanzarse unos sobre otro al piso hasta hacer una montañita de gente. En este juego además de aplastarse se reciben codazos y rodillazos por doquier. Pero ni a las media-nuca ni a la Francisca Eulalia les importaba estos dolorcitos, ellas eran las que promovían estos juegos. En cambio la chiti golpe-pecho era campeona jugando tunkuña en el cachi , saltando y saltando, sumando y sumando puntos en esa especie de rayuela ancestral.

Era una algarabía total, donde hasta los adultos jugaron pesca-pesca y oculta-oculta, menos mal que el patio y la casa eran enormes y, había lugar para esconderse hasta en el hueco de algunos árboles.

El héroe intercedió para que a los niños no los obligaran a sentarse en la mesa grande de la hacienda a tomar su chocolate yungueño caliente y con masitas. Los pequeños hicieron estas faenas alimenticias en el patio donde estaban jugando, en el mismo patio donde en febrero del año pasado le festejaron el cumpleaños al abuelo-viejo, pero el abuelo murió en octubre, lo enterraron en noviembre y no llegó a ver la luz de este año. Al niño de ocho años le afectó mucho esa pérdida, por eso casi todo el mes anterior se la pasó leyendo libros cuando estaba trepado encima de los árboles y meditabundo y silencioso cuando estaba a la altura del suelo y de la gente. Pero ahora el niño de ocho años estaba muy contento. El héroe había transformado su fiesta de cumpleaños en reunión de adultos y ancianos, si hasta parecía la fiesta del abuelo-viejo. La servidumbre y las mujeres de la familia andaban como locas tratando de atender a tanta gente mayor, eso les daba más libertad a los niños y estos se divertían a sus anchas y casi sin control. Y es que los adultos del pueblo aprovecharon el pretexto de saludar al héroe para visitar la casa de hacienda, obviamente llevando un presente para el cumpleañero. El niño de ocho años nunca más volvió a recibir tantos regalos como en esa fiesta. Pero también su visión del mundo cambió. Los libros “Tesoros de la juventud” y las experiencias que contaba su héroe, le habían despertado deseos de dejar el nido, de abandonar Churuhuasca, de empezar a recorrer el camino en espiral del signo de interrogación que llevaba escrito por dentro.

Al niño de ocho años no le importó que faltaran el queque y los dulces, ni se dio cuenta que sus padres se dieron modos para preparar comida en la noche pues grandes y chicos se quedaron hasta muy tarde. Lo único que le importaba es que su héroe no se fuera, pero ya era la una de la madrugada y Don Avelino estaba cansado y quería marcharse. Entonces los chiquillos abrazaron y pidieron al benemérito que relatara un cuento más antes de irse. Un cuento más.

Y Don Avelino empezó: “No se cuantos eran. A veces parecían dos y otras veces tres cinco seis. Era como si supieran jugar con la ilusión, como si hicieran magia en lugar de medicina. Estos Callaguayas que me encontraron…”