Ficciones al azar – Tierra de Caracoles
©Huáscar I. Vega Ledo
Mayo, 1997

La luna parecía moverse y es que ambos cuerpos estaban haciendo el amor de ladito,
sin mirarse el uno al otro,
contemplando el vaivén de la luna mientras sus vientres se exprimían.
En el pezón mismo de la loma llamada Hiskatuso una pequeña fogata esparce parpadeos a la noche mientras escapa por el techo su luz entre negra roja y amarilla
Hasta comerse parte de la oscuridad del cielo, repartiendo el calor de la tola , exhalando por el patio los reflejos de las cuatro paredes, desde esa loma, desde el adobe de la casa cuadrada, desde donde se puede apreciar la mirada azul del Titicaca.
Y mientras la hoguera ardía, también ardían de amor dos cuerpos desnudos, sudando y copulando horas encima el cuero de vaca tendido sobre la tierra amarillo altiplano. Nada parecía interrumpirlos, todo parecía armonizar con ellos. O los sapos gigantes del lago cantaban al compás de sus respiraciones, o ellos acompasaron sus alientos al canto de esos batracios, o casualmente croaba una rana, en el preciso momento en que él presionaba más su vientre, o ella, cada vez que cualquier pájaro hacía un ruido, le lanzaba una decena de mordiditas por el cobre de su cuerpo varonil. Era como una orquesta entre carnal y espiritual, donde la percusión era interpretada por esos dos corazones cabalgando en la loma de Hiskatusu.
Ahí cerquita cerquita al lago Titicaca
Como siempre, después de llegar al clímax, él se recuesta de espaldas a mirar las estrellas, mientras acullican un poco de coca. Ella aprovecha el tiempo para interrogarlo, y le comienza a hacer las mismas preguntas de siempre. Él responde con la verdad, ella lo conoce muy bien, ambos se conocen muy bien, ambos no se mienten, no se engañan. Ambos se aman.
Ella se llama María de los Ángeles Santivañez del Carpio y, le pregunta sonriéndole y pellizcándolo suavemente en las nalgas: A ver, a ver, señor Gran yatiri Mutu Mutu, porqué no me vuelve contar que tantas cosas vivió antes de enamorarse de mi. Y él yatiri empieza diciendo que antes amaba a otra mujer, y que por ese amor tuvo que escapar de sus tierras calientes. Que él tenía que casarse a los 17 años con una bella india de 16, que ya todo estaba arreglado entre las familias, pero que el dueño de la hacienda reclamó su «derecho de pernada «, y que su amada se resistió valientemente entre la mirada pasiva de sus propios padres y familiares indígenas, y que esta resistencia de ella a no dejarse violar, enojó más al patrón, y que salió furioso a buscarlo a él, al novio, para castigarlo delante la novia, y que cuando lo encontraron, le amarraron una soga de cuero trenzado en el tobillo izquierdo, mientras el otro extremo era amarrado a una argolla bien sujeta a un palo kolu, en un lugar plano de la hacienda. Y que así empezó la función de circo para el hacendado, pues llamó a los parientes y amigos de las otras haciendas, para que vean como mataba a latigazos al indio-bruto, para que la india sepa que hay que conservarse virgen para el patrón, que en estas tierras se respeta el derecho a pernada, que antes de casarse, los indios deben entregar la mujer primero al patrón. Y es por estas circunstancias que él, el novio, empezó a dar vueltas en círculo sujetado por el tobillo izquierdo, mientras el patrón armado de un látigo de cuero trenzado para arrear ganado, procuraba castigarlo, mientras la novia sufría y lloraba viéndolo esquivar los latigazos, que menos mal que él tenía facilidad para contornearse como si estuviera bailando, pues el látigo le llegaba, pero él, en su danza de escapatoria, le contorneaba el hueco necesario para que el cuero trenzado resbalara amortiguado en esas curvas, y saliera bailando de su cuerpo.
Que menos mal que se iban a casar, y que por esa razón, él llevaba escondido entre las bolas un ungüento, que su buen padre le dijo lo usara en la noche de bodas, y que él, en esos momentos lo usaba para protegerse del roce del tobillo con el cuero. Que menos mal que tenía 17 años y el patrón más de cincuenta, pues él, pudo aguantar más que el brazo del patrón, y que por eso el patrón no pudo matarlo a latigazos, pues si él caía en su carrera circular, si él caía, el patrón no lo dejaría levantarse hasta matarlo a latigazos, hasta hacerle florecer rosas en la carne. Pero cuando el patrón no pudo más con el brazo derecho empezó con el izquierdo, hasta que finalmente no pudo más, y rojo de rabia cansancio y vejez, ordenó desatarlo a él, al novio. Y en presencia de la novia pusieron su cabeza en el tronco donde la cocinera cortaba la carne para la comida, entonces el patrón entró a la casa de hacienda y al salir traía una espada antigua, pesada y con mango de plata potosina , el patrón estaba orgulloso, pues decía ser descendiente directo de no se que Conde de no se que pueblo de España, y levantando esa espada con sus dos manos, la dejo caer sobre el cuello del novio, de él, pero él logró zafarse de sus captores, y retirando velózmente la cabeza, la espada sólo alcanzó a quitarle de un tajo la mitad del dedo índice y la mitad del pulgar de la mano izquierda. Que esa fue la razón para escapar. Que no tenía razones para volver, pues su tawako, su novia, se había suicidado con espinas de cactus atravesándole el pecho, que el patrón aún muerta, procuró violarla, pero que en el intento prácticamente se destrozó el piripicho, pues la inteligente tawako, antes de morir, se metió unas cuantas espinas al revés en la vagina.
Y que él caminó 30 días desde su pueblo hasta Hiskatuso, cruzando llanuras, nadando ríos y trepando desde la profundidad de los Yungas hasta la cordillera, y de ahí pasó por el altiplano hasta que encontró esa pequeña colina árida, pero colina, la cual le permitía vigilar quienes ivan y venían, y por eso se estableció allí, y que él, le puso el nombre de Hiskatusu a la lomita, en honor a su tawako, porque lo único feo que ella tenía eran sus pantorrillas cortas en relación a sus muslos y nalgas bien redonditas. Y que a los dos meses de refugiarse allí, cuando ya tenía una chujlla de barro y paja, se le apareció de repente, su maestro, el yatichiri que le enseñó todos sus conocimientos, el que le dijo el verdadero nombre de la loma, el que le explicó el concepto de apacheta, el que le dijo que era algo así como la rodilla de la Pachamama, que era un lugar para venir a sentarse en las rodillas de la madre tierra, y percibir su amor, su calor, escuchar su voz y aprender para el bienestar de los chachas. Ese fue el yatichiri que le ayudo a construir la casa grande que parece una cruz cuadrada . Ese fue el yatichiri que le dijo que normalmente no se debe vivir en las apachetas, pero que es preferible que él viva ahí ahora, para que no vengan los curas a construir su iglesia, que los curas andan profanando todas las apachetas, construyendo viviendas y cruces como espadas, que de esa manera obligan al indio a venerar imágenes sangrantes y de estuco. Ese fue el yatichiri que le enseñó la sabiduría de los ancestros. Ese fue el yatichiri que le dijo que a partir de ese momento su casa sería como un tambo, donde él, recibiría a los viajeros y a los amautas, les prestaría cobijo, comida, y tranquilidad para venerar a la Pachamama y los achachilas . Y ese yatichiri además fue el yatiri que a los 3 días de conocerlo, le leyó su destino en coca, y cuando se refirió al amor lo miró sorprendido a los ojos y le dijo: No nos traiciones. Por favor, no nos traiciones. Te digo esto, pues un poco antes de que dobles tu edad, en tus últimos días de ser huayna , conocerás una mujer blanca, y la amarás profundamente, quizás más de lo que amas a tu tawaco recién muerta.
Y entonces María de los Ángeles lo miraba con ternura y lo abrazaba fuertemente. Y él le volvía a decir lo mucho que él la quería ahora a ella, a María, que a pesar de haberse conocido a los 30 años, él siente como si tuviera 17, y que él se había guardado casto hasta que la conoció, que no había probado ninguna otra mujer en su vida, hasta que se la comió a ella, y que estaba muy contento de tenerla a su lado aunque sea por un momento, aunque después ella tenga que volver al pueblo, a la orilla del Titicaca. Y que le encantaba acompañarla caminando toda la noche hasta llegar al pueblo, y que estaba de acuerdo en dejarla entrar sóla y en la oscuridad, que no era recomendable que el pueblo ni nadie se enterara de sus amores.
Y ella lo abrazaba y mimaba enredando sus piernas contra las de él, mientras procuraba hablar de su pasado, pero él no la dejaba, le cerraba la boca a besos. Y es que cuando ella recordaba, se transportaba a un mundo tan triste, que ya era imposible pensar en otras cosas, y eso al miembro del yatiri Mutu Mutu le hacía mucho daño: ya no se le paraba.
Y es que el lúgubre pasado de esta muchacha treintañera, empezaba con su bisabuela, quien aparentemente fue una mujer muy atractiva, pero quizás, en tiempos de paz, hubiese tenido un excelente futuro; pero en España estaba finalizando la guerra con los Moros, y fue violada por un árabe cuando entraron a invadir su terruño. La bisabuela solía recordar ese momento: Es increíble, yo tenía como quince años y él, era el hombre más buen mozo que haya visto en mi vida, pero me estaba lastimando, me estaba agrediendo, y no llegué a sentir ningún placer mientras me penetraba. El fruto de esa relación fue una hermosa niña. Pero en el pueblo y los alrededores las molestaban e insultaban constantemente, así que a la bisabuela no le quedó más remedio que enamorarse de un marinero, y partir hacia Las Indias, cuando la niña tenía mas o menos 10 años. Entre ambos escondieron en un baúl a la niña, y esta, navegó meses comiendo mendrugos, y soportando el olor de sus propias heces. Cuando al fin llegaron, seis años después, el marinero abandonó a la bisabuela, pero eran muy pocas las mujeres blancas en esas tierras, y a la bisabuela le llovieron ofertas de matrimonio, ella aceptó lo que creyó era la mejor oferta y él mejor hombre, pero harta fue su equivocación cuando descubrió a los siete años de matrimonio, que su marido, estaba violando a su hijastra, a su niña de 23. La bisabuela descubrió el secreto después de interrogar a la muchacha barrigonita. En ese momento ella no hizo nada, espero pensando hasta la mañana siguiente, pensaba que su marido era un monstruo, que estaba poseído por el demonio y que no sabía lo que hacía, por eso muy temprano le hizo besar al marido, esos crucifijos que casi todos los blancos de Las Indias tienen en la cabecera de sus camas; el hombre medio dormido, la besó y alcanzó a preguntarle ¿Y porqué me hacéis besar la cruz ?, a lo que la bisabuela replicó Deseo saber si sois español, moro o cristiano. Pensé que si besáis la cruz, el demonio que lleváis dentro pronto ardería en mil pedazos. Me equivoqué otra vez. Y mientras decía eso, le clavaba la cruz en el pecho.
Abuela y bisabuela tuvieron que escapar de la justicia por matar a un español de rango y alcurnia, con el agravante de ritual pagano desconocido, al usar la santa cruz para esos fines. Dos años estuvieron escapando, moviéndose de un lugar a otro. De ese modo la embarazada, la abuela, prácticamente dio a luz en el lomo de una mula. Otra niña. Ahora eran tres mujeres, pensó la bisabuela, ahora la desgracia se multiplicará por tres, se decía. Y siguieron huyendo, hasta cuando la nueva bebé tuvo un poco más de un año y, casualmente se encontraron con otra gente que huía de una guerra por rivalidades entre conquistadores. Que suerte, exclamó la abuela, mientras subían a un barco que las llevaría hacia las costas del Altoperú. La abuela no sabía que su madre estaba tan enferma, que moriría en el viaje tosiendo y vomitando sangre, y que su cuerpo sería arrojado al mar, unas horas antes de tocar tierra altoperuana.
A la abuela también le llovieron ofertas de matrimonio, ella no las aceptó durante mucho tiempo pues las ofertas venían de hombres jóvenes y rudos. En Las Indias casi no habían viejos, ella quería casarse con un viejo, que no pudiera hacer daño a su niña. Al fin conoció al candidato, pero el viejito resultó ser un soltero feliz, y a la abuela le costó trabajo conquistarlo. Realmente un hombre bueno y trabajador, un hombre que la abuela llegó a querer con intensidad infinita, a pesar que la llevaba con casi cuarenta años. Después de 25 años de casados, el ya no podía ni moverse de la cama para hacer pis, mientras la abuela lo cuidaba, limpiaba y cambiaba sus ropas como a un bebé: sin asco y con amor. Su hija, la madre de María de los Ángeles, quizás traumatizada por los acontecimientos pasados, no se había enamorado ni se había dejado tocar por nadie, ya casi tenía 30 años y todos los vecinos la conocían de solterona, y que nunca tendría hijos. Pero la fatalidad tocó a su puerta un lluvioso día de febrero, cuando un grupo de ocho aventureros entre criollos, británicos, portugueses y españoles, se guarecieron bajo unos árboles cercanos a la casa. Apenas terminó de llover, algo los impulsó a robar la casa, matando al viejo, a la abuela, a los criados, violando entre seis a la madre de María de los Ángeles, y llevándose todo cuanto podían. Antes de ellos marcharse volvió a llover, pero con más fuerza, como si el cielo tuviera rabia; entonces la madre de María antes de desmayarse pensó: Por lo menos se van a mojar, ojalá se mueran de pulmonía.
La niña que nació, no se parece a ninguno de los asaltantes: ellos eran feos, toscos, de hueso grueso, cabellos y ojos claros. La bebé salió color leche, huesos delgados, cabellos y ojos negros.
Tiene en la forma de su cuerpo y en el brillo de sus ojos la belleza de las negras de Somalia, pero en el aspecto en general, parece hecha en las arenas de Arabia.
La madre cuidó la casa y los negocios del viejo, hasta el día en que María cumpliría 17 años, cuando la madre se dedicó a limpiar las ventanas del balcón para la fiesta, y lamentablemente, perdió el equilibrio fracturándose varios huesos, y una hemorragia interna la consumió en sufrimientos durante dos días, instantes en los cuales firmó casi todos los papeles de propiedad a nombre del cura del lugar, con el compromiso que éste y su iglesia, velarían por la salud, educación e integridad de su hija. De este modo la joven asistió al convento de unas monjas cercanas, donde aprendió teología, las artes de la costura y el bordado, y también la repostería. Asimismo aprendió aritmética y algo de contabilidad; pero cada noche, durante casi dos años, tuvo que soportar y esquivar las visitas lascivas del cura, quién con un montón de argucias y hasta en nombre de Dios, pretendía hacerla entrar en confianza, para que ella por las noches no trancara las ventanas con tablas, y no arrastrara los muebles tras la puerta. Aparentemente un día el cura no pudo soportar más sus deseos contenidos, y muy temprano en la mañana, después del baño y antes del desayuno, entró sin avisar a la habitación de María, y la encontró casi desnuda, cubierta por un enorme trapo a manera de toalla, el cual se lo arrancó violentamente mientras le decía No temas hijita, Dios cuidará de nosotros, serás mi protegida, serás la joya más preciada de esta iglesia. Es por tu bien, es por tu bien. Los hombres sin sotana son malvados y proscritos de Dios, no son como nosotros, mientras decía esas frases, el cura sudaba y temblaba embelesado al percibir el cuerpo tan precioso de esta joven, y a cada paso, la acercaba más a la cama mientras la muchacha retrocedía y recordaba las historias que le habían contado de su bisabuela, de su abuela y de su madre. De un gran salto alcanzó el crucifijo de plata potosina en la cabecera de la cama, y cual un sopapo metálico lo estrelló en la mejilla del cura, quién cayó desmayado con dos hilitos de sangre que le salían del rabillo del ojo y la oreja. Ella aprovechó el momento para empacar y tomar las cosas de valor, las joyas de su madre, los anillos del padrastro, y el crucifijo que la había salvado del pene del cura. Contó a las criadas lo sucedido y la más bonita le dijo a mi me hizo lo mismo mientras la ayudaba a subir al caballo, para partir con rumbo desconocido.
De esa manera a los tres días, caballo y ella llegaron fatigados al lago Titicaca, fue quizás la inmensidad de ese gran ojo azul hablando con el cielo, lo que la hizo tranquilizarse y bordeó pausadamente el lago, hasta encontrar un pueblo dónde sólo vivían indígenas, y allí se quedó y estableció por el resto de los años.
Por no recordar ese pasado es que Mutu Mutu no la dejaba hablar. Por eso es que le callaba la boca a besos y besos. Y de tanta caricia y arrumacos, nuevamente se le ponía tiesa esa cosa en el medio, mientras ella se divertía acariciando y rascando suavemente sus bolas, y de vez en cuando le sujetaba el miembro con fuerza y le daba una apretadita. Entonces los dos se miraban pícaramente y parecía que se decían ¿ Una vez más ? y, ella misma se contestaba no, mejor no. Debemos regresar al pueblo, pero su respuesta era incoherente, pues ya sus piernas estaban entrelazadas con las de él, y su cuerpo se apretujaba contra él, y su ojo central buscaba a ciegas esa varita mágica que la hacía sentir maravillas, hasta que ya no aguantaba más
y con ayuda de su blanca mano, tomaba ese cobre por el mango y diestra y suavemente lo ponía en la puertita, para que luego el presionara poco a poco hasta penetrarla buscando el fondo de las cosas, encontrando los sentidos a la vida, perdiendo las vergüenzas y ganando duración a los orgasmos.
Finalizado el acto, él lucía menos cobre y más rosado, ella menos blanca y más rojiza, ambos se aseaban sus partes íntimas, las axilas, el cuello y la orejas, usando agua de lluvia almacenada en unos cántaros enormes, los cuales descansaban en las cuatro esquinas del patio. Ella tenía su propia tutuma para estos quehaceres. Después, casi sin secarse, se vestían apresuradamente, para luego encima sus vestiduras colocarse el disfraz de frailes, y bajar la loma hasta el Titicaca, quemando incienso y riéndose de sus travesuras. Ya tenían 3 años y medio de amoríos, y no los descubrían por esa forma de desplazarse disfrazados, pues de ese modo si alguien los veía, huía despavorido, pues los confundía con fantasmas o kari-karis.
Luego ella volvía a sus labores de mujer casi santa y él, a su papel de sabio yatiri.
En el Ayllu donde María vivía, existía gran actividad desde comenzado el alba, más aún ahora que los blancos empezaron a acercarse y vivir con ellos. Cuando María llegó no habían blancos, ahora hasta había una plaza y una iglesia. Y comenzaron los abusos de tierras, pero a María se le ocurrió enseñar a los indios a delimitar sus tierras con cercas de totora amarradas entre sí con pajas, como si fuera una gran canasta de mimbre. Al principio ellos querían de verdad cercar todas sus tierras, pero eran muy grandes, y tuvieron que conformarse con cercar lo que podían. María también les enseñó costura, bordado y repostería, pero a diferencia de los hombres blancos, fueron los indios varones los que más aprendieron, y quizás eso en el fondo no fue muy bueno, pues los lugareños se hicieron famosos por sus costuras, sus bordados y un poco por su repostería. Eso trajo a los blancos y un montón de enfermedades, que la buena de María atendía en una especie de hospital abierto por la iglesia, un lugar, donde se atendía por igual a originarios o extranjeros, pero cuando la enfermedad era grave, el método era enviar a los blancos al doctor de la ciudad más cercana, mientras los indios eran atendidos por el yatiri Mutu Mutu. La casi santa, como la llamaban en el pueblo, había aprendido a cubrir su rostro como en la raza árabe, caminaba casi jorobada y como queriendo pasar desapercibida, su hermosa cabellera siempre estaba cubierta por un velo que alguna vez fue azul, y una túnica larga y recta era su vestidura, la cual estaba sujeta por una faja llena de cosas y regalos para ocultar su pequeña cintura. Sin embargo, si se la observaba detenidamente, podía adivinarse como de vez en cuando sus nalgas, levantaban levemente la túnica al caminar. Eso, ella hasta hace poco no lo sabía, fue Mutu Mutu quién se lo dijo una noche mientras tiernamente le mordía esas protuberancias. Esa observación le preocupó mucho, ya a sus 30 y tantos años se sabía bella, y sabía muy bien lo peligroso que era esa cualidad en estos virreinatos. La primera vez que sintió que realmente era poseedora de una belleza sin igual, fue cuando un niño indio le dijo, que toda vez que ella levantaba la cabeza, era como si todo se iluminara, era como si el Inti y la Pachamama estuviesen en su mirada.
Por eso ella caminaba siempre cabizbaja. Por miedo a los instintos. Por eso ella amaba a Mutu Mutu (el único ser que la libera de esos miedos). Junto a él, es ella quién levanta la cabeza y planta su mirada en las cosas de la naturaleza. Junto a él,
es ella quién da rienda suelta a sus instintos, es ella quién desea que los instintos de él salgan y estallen en pequeñas flores blancas sobre su cuerpo.
María y Mutu Mutu se aman. Ambos llegaron vírgenes a los treinta, ambos comprenden que hacer el amor es armonizar con el universo. Ambos estuvieron esperando este momento, y ella lo expresa más o menos así: Soy la primera después de tres generaciones, la primera que conoce el sexo amando. Gracias a tu ausencia de preguntas y tu llenarme de cariños, gracias a ti Mutu Mutu.
Y los días pasan volando, hasta que llega un enfermo grave, es un indígena, y hay que llevarlo a la colina de Hiskatuso, para que lo vea el yatiri. Algunos miembros del Ayllu, llevan al enfermo en compañía de María, el yatiri los recibe con comida y, acullican coquita mientras piden a la Pachamama por la salud del paciente. El yatiri los despide regalándoles agua para el camino de retorno, se queda María a velar por el enfermo.
El yatiri hace lo que sabe hacer sin prisas ni equivocaciones; luego dice: Señorita María, hay que esperar un tiempo, si responde, seguiré aplicando estos brebajes y yerbas. Si no, no sé, déjeme pensar. Esperemos hasta un poco antes del amanecer. Y el yatiri sale hacia el patio, a encender una hoguera, mientras el enfermo duerme, mientras María sale detrás de él, quitándose los velos y las ropas.
Esta vez el yatiri Mutu Mutu ha puesto sobre la tierra, unos hermosos ajsus de tonos rojos y con figuras humanas y de animales. También, cerca a la hoguera, ha colocado una vasija de cerámica llena del ungüento que su padre le enseñó a hacer en sus tierras calientes; por eso las pone cerca al fuego, para que se diluyan y tengan el color tibio de la piel. Ha colgado en cada una de las cuatro paredes del patio, unos recipientes cerrados llenos de licores y brebajes. Ha dejado abiertas las puertas y ventanas que dan acceso al enfermo, y le hace a María una señal de silencio mientras él también se desnuda. Luego él, le pide con señas que escoja una de las vasijas colgadas, toma la elegida y le hace probar el contenido, ella da su aprobación mientras unta ese contenido parecido a miel de abejas, en todo su miembro erguido y vigoroso como el huiru . Él se deja, se recuesta y relaja pero no por mucho tiempo, pues de inmediato ella comienza a lamer y sorber el brebaje untado, cuando por fin no queda más dulce en el miembro, ella se contornea y lo besa en la boca. Se besan y abrazan largamente, dando vuelcos sobre el ajsu, acercándose y alejándose del fuego. Luego él la deja tendida de espaldas, se levanta y toma otra vasija, le hace probar el contenido, ella aprueba, y esta vez,
es él quién bebe un sorbito, le abre las piernas y se sumerge en esa noche de pelos ensortijados,
le inyecta el líquido con la boca, y luego se lo quita a besos y lengüetazos; vuelve a tomar otro sorbo y vuelve a hacer lo mismo hasta que se acaba el contenido. Para ese entonces, ella está más embriagada que él, pero de placer, quiere gritar su éxtasis pero no puede, no debe, el enfermo está allí y hay que estar atentos a cualquier señal de recuperación, hay que curarlo. Entonces él, se incorpora sobre ella mientras brilla como recién lustrado el cobre de sus músculos. Y es que Mutu Mutu es un indio buen mozo, alto, fornido, pómulos altos y recios, mentón cuadrado y lampiño, y una mirada color miel capaz de derretir la cordillera andina. Pero los ojos de ella le ganan, para ese entonces ella ha copiado todo el cielo estrellado en sus grandes ojos negros, y lo mira como implorando, como deseando, como diciendo: Anda, anímate, la puerta está abierta y la casa espera visitante. Él entiende el mensaje y alargando la mano hasta donde calienta el ungüento, captura un tanto y se lo unta en su propio miembro, especialmente en la cabecita.
Y recién el visitante se asoma, se adentra, se expande por esa casa de carne.
Y vibran y vibran, y los vientos no se cansan de soplar y ellos siguen resoplando, al fin ella alcanza el orgasmo, y antes que la invada esa pequeña paz, el se la saca, vuelve a untarse con un poco del ungüento y vuelve a visitarla, y esta segunda visita es menos larga, y en el orgasmo a ella casi se le escapa un grito. Nuevamente él se la saca, pero esta vez él, le coloca el brazo derecho debajo el cuello, mientras los mutilados dedos índice y pulgar de la izquierda se suavizan con el ungüento; él, hasta antes de conocer a María, nunca se percató de lo eróticos que podían ser esos dedos sin uñas y con el tamaño perfecto para el oficio de masturbarla rítmicamente por delante y por detrás. Y comenzó a hacerlo mientras la besaba por la oreja, el cuello, los senos; y siguió haciéndolo hasta que le dieron ganas de tener él, su propio orgasmo, y la dio vuelta como estaba preestablecido para no preñarla, y ella se dejó, y levantó ofrendosa sus hermosas nalgas como un durazno perchico, él las abrió un poquito, pero antes que él la penetrara, ella lo detuvo atrapándole el piripicho como a una serpiente; todavía sujetándolo, ella se dio vuelta y abrió las piernas coquetamente. El yatiri confundido, en completo silencio, le trató de explicar que quería terminar, que quería eyacular. Entonces ella soltó esa barra color bronce, y acariciándole el rostro le dijo en voz alta y con orgullo:
«Siento que este es el momento de gritar nuestro amor. Ya basta de voces bajas y de vestirse de frailes. No se si vos te animas, pero yo ya estoy decidida. Hoy me sobra valor para amarte. Quiero que termines por delante, quiero sentirte saltar aquí dentro, quiero grabar el momento, quiero un niño, que se parezca a mi, que se parezca a vos, que se parezca a los dos…»
Tawako = Mujer jóven en idioma aymará.
chujlla = Choza
yatichiri = Acepción originaria, la cual significa el que enseña, el maestro.
apacheta = Acepción originaria, la cual refiere un sitio sagrado, un sitio de contemplación y adoración a la naturaleza. Generalmente eran pequeñas colinas a lo largo de los caminos ancestrales. Lugares donde los viajeros descansaban, meditaban y se respetaban el uno al otro. Lugares donde los lugareños entraban en comunión con la Pachamama y el Inti (sol).
Pachamama = En la religión originaria, representa a la Madre Tierra, aquella que vela por el bienestar de sus hijos (todos los seres de la Naturaleza: mundo animal, vegetal y humano).
chachas = En idioma aymará chacha significa hombre o varón, el término chachas sería una pluralización española de una palabra no española.
cruz cuadrada = Se refiere a una cruz donde todos los brazos son iguales y en ángulo recto.
tambo = Lugar donde antiguamente llegaban los viajeros, una especie de posada.
amautas = En palabra nativa significa persona poseedora de un gran saber. Es más filósofo que médico, es más pragmático que adivino.
achachilas = Deformación de palabra originaria, conservando su semántica religiosa. achachi significa viejo y, se entiende por achachila, al ancestro, al conocimiento y valor ancestral. Se usa achachilas para nominar el respeto y cuido a los valores ancestrales. También se refiere a ellos como a las montañas, pues en la teogonía andina, se da carácter humano a las montañas.
coca = arbusto de donde se extráe la cocaína. Su hoja es masticada por los originarios, sin efectos colaterales negativos. Parte de su uso social, es ofrecer a amigos o huéspedes un poco de coca para masticar en conjunto, compartiendo y dialogando.
huayna = Palabra aymará que significa hombre joven
tutuma = Recipiente cóncavo, generalmente hecho con la mitad de un coco (fruto abundante en los Yungas y el trópico boliviano).
kari-karis = Personas vestidas de frailes acostumbraban a quitar a los indígenas, parte de la grasa de sus cuerpos (generalmente a la altura de hígado y riñones), la mayoría de los afectados morían a consecuencia de la precaria operación o, quedaban enfermos de por vida. Supuestamente esta grasa era vendida para la elaboración de ungüentos y curas maravillosas. Aparentemente los indigenas e incluso los blancos, pensaban que eran seres venidos del más allá. Sin embargo, la palabra kari en aymará significa mentira.
Ayllu = En aymará significa pueblo, comunidad. Su acepción va más lejos, pues representaba un modo de vivir, actuar y ser gobernado en comunidad.
totora = Vegetal, tubular y hueco, abundante en el lago Titicaca. Con este vegetal se construyen balsas, embarcaciones y otros enseres.
Inti = Acepción originaria para el Dios Sol.
ajsus = ajsu o axsu en idioma quechua (urku en aymará) era un tejido de lana, pero casi como hilo. Era un paño muy amplio, hecho de dos mitades cosidas a la cintura y, enrrollado en torno al cuerpo. Se usaba como parte de la vestimenta.
huiru = Término originario para nombrar al tallo del maíz, el cual es dulzón cuando se lo muerde un poquito para extraerle el jugo.
perchico = Una variedad de durazno cuya característica principal es su color bastante blanco y, una natural linea divisoria, la cual permite partir fácilmente el fruto en dos.