Miradas femeninas
sobre La Paz
Revista Khana
Lupe Cajías de la Vega *
Historiadora y periodista.
Premio Erich Guttentag a la novela (por “Valentina. Historia de una rebeldía”) el año 1996.
Aún sopla el viento bucólico de la tarde en el estío paceño. Los árboles del Montículo se mecen centenarios con sus ramas como amenazas lúdicas a los últimos transeúntes de este jueves.
Testigos mudos del desarrollo del barrio emblemático que marcó el primer centenario del grito libertario, cuando La Paz mudó su antigua cubierta colonial por la dinámica liberal, cuando la ciudad se consagró como la más dinámica y pujante del siglo que empezaba.
Hace cien años, cuando los paceños querían recordar a Pedro Domingo Murillo y a los otros conjurados del 16 de julio de 1809, se encontraron con una ciudad todavía pueblerina pero ya con indicios de que los estilos urbanísticos cambiaban al mismo ritmo que sus formas de vida.
El mundo de los funcionarios y banqueros se movía alrededor de la plaza central, todavía las calles eran angostas y llenas de comerciantes mestizos o de indígenas que descansaban con sus recuas cargadas de provisiones para la recova de la calle Recreo o para los tambos que subían hacia los antiguos pueblos de indios de San Sebastián, San Pedro y al otro lado de Santa Bárbara.
Desde el inicio del siglo xx los habitantes de La Paz sabían que la dinámica económica del país dependía de ellos. Su victoria en la Guerra Federal (1898) les había otorgado de sede permanente de los poderes ejecutivo y legislativo.
Florecían las minas en el norte, los impuestos de la demandada coca yungueña y el creciente comercio con los mares del sur llenaban sus arcas.
El departamento de La Paz era responsable desde el inicio de la República de más de la mitad de los ingresos económicos para el Estado, aunque aquello no se había traducido en el crecimiento y en el embellecimiento de la ciudad. Otra iba a ser la historia en el primer cuarto del siglo, al borde del primer centenario de la revolución de julio.
Calles liberales
El avance de la luz eléctrica, del tranvía, de lascomunicaciones dieron al primer centenario libertario una velocidad desconocida. La gente podía acudir en carruajes o en los primeros autos a la estación del Ferrocarril Guaqui, donde hoy queda la terminal de buses. La estructura de fierro era una muestra de la creciente influencia parisina.
El tranvía recorría las principales avenidas y pronto quedó unido el norte con el sur y el este indígena con el oeste burgués que se poblaba día a día.
El Teatro Municipal se transformaba de una pequeña casita a una estructura con ganas de imitar al Scala y su fachada fue remodelada de acuerdo a la nueva vida de los paceños enriquecidos.
La plaza mayor no era más un canchón sino un rincón modernizado. Fue tumbado el viejo Loreto, aun cuando sus fantasmas perviven, y reemplazado por el edificio más moderno del momento con su estilo neoclásico y su impresionante fachada:
El palacio legislativo que simbolizaba, además, el poder político de los descendientes de Murillo y de los otros guerreros de la guerra independentista, patriotas o realistas.
Lo más notable era el crecimiento de la mancha urbana hacia el sur de la calle central que había dividido a la ciudad criolla y a los pueblos de indios, bordeando el río.
Desde lo que hoy conocemos como el Obelisco se trazaron o mejoraron las nuevas calles hacia el coqueto Paseo de la Alameda (hoy El Prado), a San Jorge y hacia las quintas de Obrajes. Aún es posible distinguir edificaciones con el “arte nuevo” como el edificio del actual Ministerio de Salud o las felices soluciones arquitectónicas como unir las calles con jardineras como se da entre la México y El Prado a la altura del Hotel Sucre o entre las avenidas 6 de agosto y Arce.
El estilo académico apareció desde fines del siglo xix y se consolidó en la primera década de los años 20. Varias casas coloniales envejecidas fueron tumbadas para reemplazarlas con nuevos trazos, sin patios traseros, con estructuras de hierro y portadas con las famosas mansardas.
Los pisos son lujosos, las cúpulas reflejan la prosperidad y la competencia. Si el edificio del que fue Teatro Princesa era impresionante, la construcción del Banco Mercantil en plena Ayacucho y Mercado ganó a las demás. A uno y otro lado aparecían las nuevas referencias administrativas para albergar a la aduana, al palacio de justicia, el Ministerio de hacienda y nombres de arquitectos cobran fama: José Núñez del Prado y Antonio Camponovo, ambos liberales.
Las calles fueron bautizadas con los nombres de los dueños de minas como Aniceto Arce o con la cantidad de líderes liberales que había luchado por los derechos paceños: Montes, Camacho, Villazón, Aspiazu, Guachalla, Belisario Salinas, Sánchez Lima, Abdón Saavedra, Rosendo Gutiérrez. Así Sopocachi se desarrolló con la impronta liberal. Medio siglo después, Miraflores se expandiría con el aporte nacionalista que bautizó con héroes de esa ideología a la nueva avenida Busch, a la Plaza Villarroel, etc. Nada es casual.
Aunque sobrevive una leyenda negra contra los liberales, debemos destacar su aporte a la cultura –como alentó Daniel Sánchez Bustamante–, a la educación, al conocimientoy al embellecimiento de la ciudad.
Contaba don Flavio Machicado que su madre y otras señoras comandaron muchas de las construcciones civiles que modernizaron la ciudad, como las casas que hoy sobreviven en la esquina de la Sagárnaga. Se construyeron los nuevos mercados para atender a la creciente población y a los muchos migrantes europeos que comenzaron a llegar al país, como en toda la zona del antiguo Mercado
Lanza.
Además, los burgueses de la época combinaron las influencias europeas –sobre todo del centro europeo– con sus enfarolados, halls y porches, con la idea de relacionar esa estética con la belleza natural. Así, las calles y las casas se abrieron con calzadas o con ventanales hacia la majestuosidad del Illimani y los cerros multicolores que bordean a la hoyada.
Una de las 16 casas del rico paceño, Benedicto Goitia, que alberga actualmente a una empresa de eventos, en plena Plaza Isabel La Católica, refleja esa tendencia estética e inclusiva: Desde la naturaleza
propia a la tecnología universal. Desde esa esquina hacia San Jorge, aún hay portadas, jardines y casas que reeditan ese estilo.
Sopocachi
Merece especial atención el crecimiento dela ciudad hacia lo que se conocía como la parroquia de San Pedro, hacia lo que era en 1880 el ayllo Suquenchapi. Por registros de la época que tengo en los archivos familiares se conoce que el indígena Fernando Mamani y su madre como apoderada inscribieron la propiedad tal como ordenaban las leyes de ex vinculación de terrenos que hoy bordean
la Plaza España, en el corazón de Sopocachi.
Desde la calle Villazón, hacia el oeste, se empezaron a construir calles y casas que ampliaban el antiguo barrio de indios de San Pedro y que pronto se identificaron con un nombre propio, Sopocachi.
El nombre aparece diferenciado en más de un documento de la época y no hay un acuerdo sobre su significado final.
En cambio, se puede rastrear cómo avanzaron las construcciones desde la Aspiazu hasta el Montículo, último punto del tranvía.
Entre 1910 y 1925 –año del centenario de la república– se edificaron modernos chalets de dos o tres pisos. No encontramos el patio más tradicional sino el hall que ayuda a distribuir las habitaciones, los corredores, y aunque sobreviven los balcones, muchas casas muestran farolas con ventanales para aprovechar el sol paceño. Varias casas que aún podemos visitar en la Belisario Salinas y hacia San Jorge tenían jardines interiores, algunos de gran preciosismo.
Aparecieron los clubes deportivos, los cafés imitando a Buenos Aires, las grandes librerías, las grandes tiendas con ropa importada, a donde acudían las coquetas de Sopocachi a comprar sus sombreros italianos o a adquirir un folletín donde los catalanes unían el centro político y el centro económico con el núcleo del poder social.
Una primera muestra es la llamada “Casa Montes” al entrar al barrio, en la esquina de la avenida 6 de Agosto y la calle Aspiazu.
Aún ahora se encuentran varias casas que hoy son patrimonio cultural de la ciudad. También aparecen otros estilos como el neogótico para las nuevas iglesias y el neoárabe que queda en algunas casas del centro y de Sopocachi.
En el parque del Montículo, varios compradores consiguieron terrenos del antiguo ayllu de Mamani. El mayor dueño fue el “Rey de la coca”, Abel Soliz, quien tenía al menos tres solares en la zona, que
han sobrevivido a los estropicios del tiempo.
En los años 30 el tímido traslado que había empezado en los años del primer centenario se consolidó y Sopocachi quedó como el barrio residencial de La Paz en su momento más pujante y de estilo chic. Al borde siguieron las lecherías hasta después de la Revolución de 1952 y los rancheríos en la zona inestable que nadie quería habitar, Tembladerani.
Muchas casas adoptaron el estilo victoriano, como la famosa mansión Perrín Ballivián que queda entre las calles Fernando Guachalla y la avenida 20 de Octubre. Casi al frente, otra bella vivienda conocida hoy como la Fundación Johnson. Ambas lucen ventanales y techos pendientes con sus adornos particulares.
Una casa típica de la época es la de la familia Machicado en la avenida Ecuador, con conexiones hacia la calle Rosendo Gutiérrez, con su pequeña pendiente, grandes ventanales al jardín de flores nativas, sala central con chimenea y vitrales pintados por artistas holandeses.
Es la época de los adoquines para cubrir las antiguas calles de tierra, de los parques y de las arboledas bordeando las avenidas. Ningún otro barrio de La Paz tiene tantos parques, plazas y columnas de álamos sombreando las aceras. Atrás, desde Llojeta, partía el Parque Forestal hacia Obrajes (hoy avenida Kantutani).
Más tarde fue construida la casa del famoso pintor potosino Cecilio Guzmán de Rojas. En la cercanía vivía el cuentista Oscar Cerruto, en la plaza Fernando Diez de Medina, en el Montículo el poeta Julio de la Vega, detrás del parque los hermanos Schulze y tantos y tantos otros bohemios que fundaron escuelas de arte, movimientos como “Gesta Bárbara” y tertulias en las radios.
Por donde camine, el transeúnte observador encontrará en Sopocachi rastros de los momentos gloriosos de una La Paz criolla y podrá reconocer en las piedras y en loseucaliptos la historia de la ciudad en el primer centenario de la Revolución del 16 de Julio. (2009).
Caldos, caldillos y potajes preferidos por los insurrectos
—Deme esas tetas de monja… y que sean bien compactas–, exclamó el comensal mientras con el antojo dibujado en su rostro relamía los dedos voluptuosos, listos para partir en dos la media esfera azucarada y llenarse la boca del suspiro, casi enamorado.
Así disfrutaban nuestros antepasados en vísperas de las “bullas” del 16 de julio de 1809 que habría de partir en dos las tardes bobas en las casas solariegas, en los tambos ypostones, en los mesones donde se atendían a viajeros y comilones.
Gracias a las investigaciones del inmortal tradicionalista paceño Antonio Paredes Candia y a los minuciosos estudios de la antropóloga sucrense Julia Elena Fortún es posible conocer qué y cómo comían
realistas y patriotas a lo largo de la colonia y durante los duros años de la Guerra de la Independencia.
Recetas fabulosas
Recuerdo el desafío de don Antonio a mí y a mi familia para probar un potaje preparado con alguna receta de las abuelas de las abuelas, al parecer traído por una natural de Vizcaína.
Era más grasoso que el caldo de gallina vieja. En realidad, estaba preparado con tripas de marrano, salchichas, tomates y hierbabuena. Una papa blanca, unos pimientos morrones al lado y picantes aplastados.
Comimos azorados, mis hijos hasta asustados. Humeaba apetitoso y olía muy sabroso, pero cada cuchara era una cantidad de aceites pesados que pronto los chicos desistieron de seguir. En cambio, los mayores continuamos porque contaba don Antonio que aquel sopón ayudaba a combatir el frío y que era el tipo de caldos que se servían los Murillo, Lanza y compañía.
Los platos de la época eran todos parecidos, llenos de grasa, nadie pensaba entonces en eso del colesterol, de las calorías y de la panza.
Descuidados los revolucionarios porque ya se sabe que una barriga pesada corta la huida necesaria. Dolor de panza y toma del arsenal no parecen casar en armonía.
O quizá pensarían que en barriga llena el corazón más contento y por tanto más dispuesto a la insurrección. De hecho, por los retratos de las épocas, parecen que los revoltosos no eran ni flacos, ni gordos, quizás solo chatos y tantito agraciados.
Pocos autores hacen referencia a las dificultades para proveer vituallas y comida a las ciudades tomadas por los patriotas, retomadas por los realistas, asediadas por la guerrilla. Se conoce que muchos campos fueron asolados, como pasó en Tupiza o cerca de Tarija. Debió ser una dificultad surtir los mercados y tambos, aunque no tanto, pues no existen testimonios de hambrunas, como sí sucedió en vísperas de la Guerra del Pacífico.
Don Antonio da una larga lista de platillos locales, casi todos interculturales porque pusieron mote de maíz al cerdo importado, ají amarillo a la gallina o más ingredientes a un antiguo gazpacho español.
Entre ellos tenemos la picana que es recuerdo de platos españoles combinados con ajíes americanos o el puchero, tan ibérico y tan criollo. Paredes Candia publicó las recetas de éstos y otros manjares en sus libros de tradiciones paceñas.
El aporte de Julia Elena Fortún Por su parte, la investigadora Julia Elena Fortún rescató un manual elaborado en pleno siglo XIX que no sólo da recetas, sino consejos para evitar comidas que aflojen
el estómago o le den calenturas. También describe los productos agrarios y para qué sirven.
Fortún es una estudiosa singular, pionera en las investigaciones antropológicas en el país. Fue una mujer de vanguardia, graduada, y que se atrevió a rebuscar en las ruinas de Tiahuanaco con un trabajo de campo y, después, durante décadas, revisar archivos coloniales.
Gracias a sus aportes se han rescatado partituras musicales y también el recetario de Manuel Camilo Crespo que hoy resumimos. De acuerdo a su prólogo, este libro pasó por varias manos hasta terminar en los arcones de la cocina de su abuela, en Sucre. Sin embargo, los datos del librito muestran que fue escrito en La Paz y que corresponde a las comidas que se preparaban en estas alturas. “El documento, no obstante haber sido encontrado en la ciudad de Sucre, indudablemente fue escrito en la ciudad de La Paz.
Tal como lo demuestran las numerosas referencias geográficas relativas a la procedencia de los productos, así como las varias citas a ‘nuestro departamento’. Ej. Con relación a los peces: ‘El dorado de los ríos de Yungas y el sábalo’, ‘los pejerreyes de Río Guacho en Omasuyo’, ‘la boga, el humanto, el suche y los bagres que se crían en el Lago’, ‘hay además en los ríos de la provincia Omasuyos una especie de pescado muy pequeño del tamaño de una mosca, conocido con el nombre de chiche’ –el único subrayo de todo el manuscrito–. Al dar las recetas sobre preparados con ‘suche’ señala concretamente ‘que se cría en los ríos del departamento, en el de Oruro y en los del Sud del Perú’. Pone también varias referencias sobre los ‘quesos de Escoma’”, escribe Fortún.
Destaca la combinación de lo autóctono y de lo importado: Maíz, papa, ají, achojcha, chicha, con tocino, hierbabuena, clara de huevo batida.
Las recetas nos asombran porque parece imposible que nuestras abuelas resistieran tal cantidad de grasa y picante. Quizá los que no murieron bajo las balas de la revolución, hubiesen caído con sucesivas indigestiones por comer capones hervidos en manteca o por servirse cabezas de corderos, sesos y tripas en un solo caldo condimentado con pimienta, especies y hierbas.
Por ejemplo, cita Fortún: “El queso debe elegirse el más añejo que se pueda, y usándolo con moderación es muy estomacal, pero siendo fresco y tomado con exceso se hace indigesto por más agradable que sea al paladar. Un gastrónomo de goloso recuerdo decía, que el queso para tomarlo con agrado era menester que esté caminando por si solo sobre la mesa, o al menos moviéndose en tanto; en verdad que no carecía de gusto, porque el queso agusanado o mohoseado [mohoso] es delicado como es agradable y estomacal.
Para que un queso se agusane con prontitud se le hacen unos agujeros por ambas caras con un punzón, y después de darle un baño con vinagre se guarda envuelto en una servilleta, y a los pocos días ya está agusanado, y entonces se coloca en una cazuela con agua hirviendo para que mueran y así se sirve”.
Muchas recetas tienen nombres relacionados a personajes o quehaceres de la iglesia católica. Al parecer era en conventos y claustros donde la tristeza de la soledad se compensaba con las sopas suculentas y los platillos preparados con conejos, costillas de cerdo, criadillas de toro y ubres de vaca.
Algunos ejemplos:
Gracias a la gentileza de Julia Elena Fortún podemos reproducir algunos ejemplos de esos preparados. Seguramente el lector compartirá conmigo la opinión de que en esos tiempos los excesos en la mesa parecen imposibles en esta época de dietas, liposucciones y alarmas por niveles de colesterol, presión y otros sustos.
Por ello, es difícil imaginar cómo corría Pedro Domingo de su casa a la plaza convocando a la insurrección con su barriga llena de medio marrano cocino en su propia grasa o cómo Vicenta mantuvo la silueta con tanto hijo y tomando sopas de obispos.
He aquí la receta por si alguien se anima a probar.
Regocijos de monja
Abiertas en dos a lo largo de las criadillas que se quieran, se colocan sobre una tabla inclinada en lugar donde bañe el sol, con sal molida por encima, hasta que escurran toda la sangraza que contienen. Cuando hayan acabado, se retiran, se les quita la primera túnica que las cubre, se ponen abiertas a freír en sartén con manteca hasta que hayan cocido bien. Luego se espolvorean con pan rallado y zumo de naranja hasta que queden doradas. Entonces se sirven con pimienta molida y perejil picado para tomarlas con salsa picante.
Obispillos agrios
Háganse cocer los bofes y lengua del cebón, esto se muele muy bien y se echa un pan rallado, doce huevos crudos y para batirlo se le pone toda clase de especias, hojas deperejil, seis u ocho huevos cocidos, las yemas enteras y las claras molidas, un poquito de zumo de limón, y después de echarle la manteca precisa, se rellena el intestino del chancho llamado ‘obispillo’ y se hace cocer como la mircilla para servirse frío.
Ají de qochayuyus
Se remojan y se ponen a cocer los ‘qochayuyus’ en agua y un poco de vinagre hasta que se pongan enteramente suaves. Luego se separan, se escurren y se ponen en agua fría. Se prepara un ahogado sencillo en aceite, con doble cantidad de ají de palpa.
Estando ya en punto, se escurre al agua del ‘qochayuyu’, se echa en la olla del ahogado con un trozo de bacalao cocido y picado menudamente, rebanadas y bogas secas picadas como para salpicón. Se deja dar unos hervores meneando hasta que quede todo bien incorporado, y se sirve con huevos duros partidos en dos, colocados encima de la fuente.
Charquikán
Se prepara una olla con agua hirviendo. Luego se toman los charques de carne de vaca, se asan en las brasas y conforme se van asando se ponen en la olla con agua, sin separarla del fuego hasta que los charques hayan hervido un poco. Entonces se separan y se amortajan en un mortero a batán que así salen muy blandos y de mejor gusto. Se les quita los nervios y todos sus tegumentos.
Redispone un ahogado especial en bastante manteca y un real o más de ají colorado bien molido. Estando ya en punto, se le pone el charque agradándole un poco de caldo y unas papas enteras y cocidas. Se sirve con huevos duros rajados en cuatro y perejil picado por encima. Algunos le añaden arvejas verdes y cocidas. Otros disponen el ahogado con ají amarillo. De cualquier modo, es agradable.
Fricasé de monja
Las carnes de un chanchito asado el día anterior se pican menudamente con otro tanto de salchichas. Se dispone un ahogado lleno bien hecho como se tiene indicado en su lugar. Se le agregan rebanaditas de limón desagriado y se echan las carnes agregándole aceitunas despepitadas y partidas en cuatro, unas almendras y pasas de Corinto, y cuando está en punto se sirve con perejil picado.
Si se quiere se espesa con pan rallado y aún se adereza con leche en lugar de caldo. A falta de salchichas se puede hacer con chorizos bien cocidos, agregándole un poco de vinagre, y en este caso no se le hecha leche.
Es plato apetitoso y de fácil digestión.
Mazamorra de obispo
Se desgranan unos choclos de maíz blanco que sean tiernos y después de quitarles las colitas se ponen en leche, dejándoles empapar por una noche. Al día siguiente se muelen muy bien en un batán limpio; luego se pasa la masa por una coladera agregándole leche.
Se pone en una olla vidriada con media botella de vino generoso, azúcar al gusto, unas rajitas de canela y un poquito de nuez
moscada, se deja cocer hasta que espese meneando sin parar. Entando ya en punto se sirve con canela molida por encima.
Seso de cordero
Los sesos de cuatro o más cabezas de cordero se ponen en una fuente, se les quita las túnicas que los cubren y se les echa agua caliente para que desangren hasta ponerse bien blancos.
Luego se hace una pasta molida de almendras, pan rallado, un poco de pimienta de Castilla, nuez moscada, un terrón de azúcar y cuatro clavos de especie. Todo junto se muele muy bien, agregándole la sal precisa, un poco de zumo de cebollas y otro de tomates.
Se escurren el agua de los sesos y éstos se mezclan con la pasta molida hasta que incorpore bien, rociándoles con unas gotas de vinagre. Se forma de todo junto una bola, se envuelve en un lienzo delgado y limpio y se pone a cocer en agua.
Cuando ya están bien cocidos se separa del fuego, se le quita el lienzo y se sirve a la mesa con perejil picado. Algunos apetecen los sesos preparados como se ha dicho, en pastelitos hechos en masa
y fritos en manteca, que también son muy agradables.
Huevo extraordinario
Del tamaño que uno quiere se forma un huevo extraordinario: A proporción se rompen quince a veinte huevos frescos, separando las claras de las yemas. De antemano se eligen dos vejigas de bueyes, se cortan a la distancia de dos a tres dedos del cuello, se lavan por repetidas veces con agua, sal y bastante zumo de limón, agradándole a cada agua un poco de bicarbonato se sosa [soda].
Esta operación se repite hasta que las vejigas hayan perdido enteramente el mal olor que tienen y se enjuagan con agua limpia. Luego se toman una de ellas y se le echan las yemas de huevos meneándolas un poco pero muy suavemente, se amarra por la boca con un hilo fuerte, se coloca colgada en una olla grande con agua hirviendo y se le deja cocer por una hora, hasta que se considere
bien duras las yemas. Entonces se saca del agua hirviendo y se deja enfriar sin tocarla, cuando ya está enteramente fría se separa la vejiga.
Se toma la otra, se llena con las claras y en ella se colocan las yemas duras, se amarra como la anterior y del mismo modo se coloca colgada en la olla, cuidando de que no toque al fondo, a fin de no perder la figura del huevo que le da la vejiga. Se apura el fuego a la olla para que hierva el agua y se endurezcan perfectamente las claras, las que se dejan en ese estado hasta la hora de servir
a la mesa. Llegada esta hora, se saca de la olla, se separa la vejiga y queda el huevo formado, colocándolo con todo cuidado sobre una fuente, para que se sirva la primera rebanada a la persona más digna y sucesivamente a las demás.
Modo de conservar la carne fresca por sesenta días
Se toma una arroba de carne de vaca, se le separan los huesos, se descuartiza en trozos del tamaño del puño de la mano, se acomodan en un barril de salar carne, se le echa dos y media onzas de sal preparada con nitro, como se ha dicho antes, y en su defecto seis onzas de salitre bueno y fuerte, una botella de miel y unos gramos de pimienta triturada. Se cubre bien con agua hasta que
sobresalga unos cuatro dedos de la carne, para que a ésta no se comunique el aire y así se conserva fresca por dos meses.
Cuando se ha de hacer uso de esta carne, se la lava y la primera agua debe tener amor seco martajado.
Capón flamenco
Preparado un capón del modo que se ha previsto se le abre por la espalda y se le baña por adentro y por fuera con zumo de limón o de naranja. Luego se dispone un jigote en manteca de vaca, con criadillas cocidas y tocino desalado, cebolla, tomates, toda especia, aceitunas despepitadas y partidas en dos. Con todo esto bien ahogado y sazonado se rellena el capón cosiéndolo después con
hilos.
Se elige una olla aparte, se le pone un platillo pequeño en el fondo sobre el cual se acomoda el capón para que no se queme. Se le echa agua, sal, dos dientes de ajo, un poco de orégano, unos gramos de pimienta y un trozo de manteca. Se pone al fuego para que hierva hasta que consuman las dos terceras partes del caldo; entonces se le agrega un poco de vino, un terrón de azúcar, clavo y
canela molidos y se deja hervir.
Buen provecho
Fortún ha rescatado más de cien recetas de caldos, platos y postres que consumían los protomártires paceños, sus esposas e hijos y también sus represores. Cada una de ellas es un desafío para el paladar y para la investigación, incluso lingüística puesto que varias formas de expresión ya no existen y algunos nombres de productos ya no se usan.
Al parecer no se conocía ni la soya, ni la estevia, ni la margarina light y menos el café sin cafeína o el pollo desgrasado. Seguramente en los sectores agrarios fueron otros los menús, mayor la austeridad, más el compartir en comunidad. De esos datos poco sabemos; con base en documentos, presumimos que comían papas, ocas, tubérculos, quesos, cordero, charque.
Hay también otros datos sobre los mercados, los tambos, los lugares de venta y de feria, siempre tan abundantes en verduras, hortalizas, frutas. Igual que hace doscientos años, los abastos
paceños populares siguen tan frescos, pintorescos y con la oferta más variada que un buen comensal puede imaginar.
(2009)
El Montículo está cercado
—¿Quién fue el de la idea?– Pregunté a los vecinos. Silencio. Hablé con los concejales. Pedí ayuda a los asesores culturales. Visité tres veces al alcalde Raúl Salmón.
Unos dicen que fue iniciativa de la administración anterior. Culpan a algún represor mimetizado. Otros dicen que es para preservar los parques. Salmón me prometió las tres veces que vendría el oficial técnico. Delante mío instruyó a Antonio Eguino para que investigue el caso. Me dijeron que iban a venir un sábado por la tarde y nos quedamos horas esperándolos. De eso ya pasan tantos días, tan-tas semanas.
Mientras tanto, el más hermoso parque de La Paz sigue cercado con malla olímpica, puertas de acero con enormes candados y, por si fuera poco, han puesto también maderas viejas llenas de alambres de púas.
El Montículo está cercado.
Sé que la protesta de nuestro vecindario no es la única. Personas ligadas a la cultura han manifestado su horror: Mario Castro, Mabel Rivera, Julio De la Vega, Mariana Baptista de Ugalde. Otros han escrito en los periódicos.
Igual de espantados están los muertos. Pobre Guzmán de Rojas: Su Llojeta está convertida en basural y el Montículo alambrado.
Jaime Sáenz, que solía pasearse por acá, ahora tendría que trepar rejas. Ya no más “Sopocachi de mis años juveniles”. Imagínense si sigo con la lista de todos los que vivieron, amaron y crearon en el Montículo: Mi madre y el Círculo Cultural Sopocachi, los de “Gesta Bárbara”, los clubes juveniles estilo “Splendid” que tenían sus trincheras en el Montículo, los adolescentes y los “reincidentes” que dieron besos (y sopapos) bajo estos árboles y en estos bancos, rodando por estos restos de césped.
Los niños no pueden entrar libremente al parque. Deben pasar primero por la única puerta abierta, allá atrás, al lado del baño público. Las minifalderas no logran saltar las vallas, a pesar del esfuerzo de los enamorados.
Los estudiantes tienen que contentarse con dar vueltas a la parte central.
Veo la tristeza de los personajes asiduos del Montículo. El viejito que todas las mañanas venía a trotar así esté lloviendo. Saludaba al sol y seguía luego con su gimnasia. El exjesuita, a quien sólo mi hija menor se atreve a interrumpir en su rito diario frente a la puerta de piedra. El Loco Pancho, que ya no tiene cómo entrar a lavarse en el manantial que da a la Andrés Muñoz. Jorge, el noctámbulo que se quedaba hasta que amanecía y después se iba riendo de los oficinistas en busca de micro.
Gonzalo, el pintor y poeta que tocaba violín en la glorieta de abajo.
El extraño solitario que salía después de las seis de la tarde a dar sus vueltas al Montículo, siempre vestido con su enorme abrigo negro y su bolsa de pan vacía. El caballero de la esquina que venía a leer en las gradas, frente a la iglesia. El eterno estudiante de medicina que desde hace veinte años repite en voz alta enormes tratados. Los chiquilines que jugaban oculta-oculta, rogando a las niñas que dejen su “mercadito” y vayan con ellos.
Día a día van desapareciendo todos. Vienen parejas en auto, las otras están fritas, siguen los drogos, los verdaderos depredadores que no se detienen ante una malla olímpica. Los demás se suman a la tristeza. Hay huelgas de árboles y de flores y de pájaros y de mariposas, de besos (y sopapos), de versos y de tangos, de violines y misántropos, de conquistas y de rondas infantiles.
¿A quién se le ocurrió la idea?
Silencio.
Mientras tanto, seguimos esperando sentados. ¿Será pedir tanto que levanten estos muros alambrados? ¿Será que nos van a acostumbrar a vivir en el Montículo cercado?
(1988)
El boom de los boliches en Sopocachi
Licenciado en Economía en Howard. Domina cuatro idiomas. Ocupación principal: Expendio de licores importados legal o ilegalmente.
Licenciado en artes plásticas, profesor. Ocupación principal: Venta de choripanes y otras delicias a la parrilla; ocasionalmente decora casas, locales, confiterías. Licenciado en economía. Principal fuente de ingresos:
Co-gerente un boliche junto a una maestra de ciclo básico. Fotógrafo profesional. Ocupación: Barman. Egresa de sociología. Ocupación principal:
Mesera de boliche.
Estudios en México. Ocupación: Administra un boliche.
A todos ellos los une su generación: Entre 30 y 45 años de edad y ninguno puede encontrar trabajo en su profesión o conseguir una remuneración adecuada a su grado de instrucción. Varios regresaron al país después del exilio banzerista o garciamecista.
¿Informales de cuello blanco?
¿Qué nos está mostrando este panorama de la sociedad paceña, extensible a todo el país? ¿Son parte de la economía informal que se agiganta en los últimos años? ¿Son las víctimas o beneficiarios de una economía distorsionada?
“Sin duda son informales”, opina el analista Herbert Müller de la consultora Müller Asociados. “Uno de los efectos de una economía en recesión es que no hay trabajo en el sector formal, donde pueden ejercer su profesión y recibir una remuneración adecuada”.
“Como todos necesitamos sobrevivir, cada uno busca sus propios medios. Aunque estén registrados legalmente o paguen impuestos, reflejan una economía en crisis. Ahora bien, depende del nivel social para los diferentes presupuestos, para los diferentes ajustes.
La esposa de un obrero relocalizado o el propio obrero salen a vender a la calle dulces, frutas, mercadería al por menor. La clase media no se pone a vender en las aceras, sino que pone boliches u otro tipo de negocios establecidos”.
Según Müller, los profesionales desplazados que podían unir capitales son los responsables del auge de aparición de boliches que se observa en nuestra ciudad.
“Pero hay que ver con cuidado. Aparecen y desaparecen porque el mercado es restringido. No pueden existir 10 discotecas exitosas al mismo tiempo. Cada uno de estos locales tienen un ciclo y son pocos los que sobreviven a ese ciclo”.
El economista Rolando Morales de “Econométrica” señala que el boom de los boliches es un reflejo de una economía en crisis que no da cabida a las personas formadas profesionalmente. “No tengo un
estudio al respecto. Habría que indagar más para ver no sólo las implicancias económica culturales o ideológicos en el país”.
El sociólogo Godofredo Sandoval de “Estudios y Sistemas” no cree que se trata de informarles. “No, porque están inscritos legalmente, tienen capital invertido, generalmente se reúnen varios socios. No
necesariamente son desocupados, sino personas que combinan ocupaciones y que encuentran en este tipo de locales su principal fuente de ingresos”.
Sandoval distingue entre los diversos tipos de boliches. “No se puede catalogar en un mismo saco a El Arcángel con La Posada del Loro o con el C.T.P. Los boliches que han aparecido en la ciudad en el último tiempo tienen un carácter heterogéneo y son parte de todo un sistema económico articulado”.
No existen estudios de oficinas estatales sobre este boom de boliches que han aparecido en el país en los últimos cuatro años.
Estadísticamente oficiales hablan del 11% de desempleo abierto; otros datos suben la cifra hasta el 25%. Los puntos varían según las variables usadas o el tipo de preguntas que se hacen en la encuesta.
Más allá de los porcentajes, los hechos son evidentes. No hay reactivación económica y no hay oferta de trabajo, ni para obreros especializados ni para profesionales, que seven expulsados al sector de servicios.
“La calle pesada”
Una de las expresiones más famosas del boom de los boliches bolivianos es la calle Belisario Salinas en Sopocachi, una tranquila vía hasta hace cuatro años, convertida actualmente en el centro más activo de la noche paceña.
Aunque se apoda la “calle pesada”, no es tal. Pese al auge de los boliches, no se dan camorras ni se observan drogadictos u otras escenas que se dan en calles similares, la Augusta de Sao Paulo, la 14 de Washington.
De cerca de una docena de boliches, que van desde un piano bar hasta un fast food, hemos escogido los tres más notables. Indudablemente “La Posada del Loro” es el local más famoso y el que dio el empuje a la calle, cuando se fundó hace años.
“Soy maestra de básico y, claro, el sueldo no alcanzaba… Me vine a buscar nuevos horizontes y con un primo tuvimos la idea de poner un boliche, pero que sea algo diferente”, nos cuenta Silvia Barranechea.
Con su socio, Fernando “Loro” Álvarez Plata pusieron una nueva propuesta para los noctámbulos paceños: Un local donde se sirven tragos, tortilla española y delikatessen de quesos o la tablilla tarijeña. Pero donde lo que más importa es la guitarreada. Toca el que quiere y con quien quiere.
“Ya han tronado seis guitarras y cuatro bombos”. Hay gente que toca guitarra; otros, charango. Otros recitan. La otra noche hubo jazz con base en un dúo de armónica y guitarra.
El cliente participa y hubo noches muy bellas, como cuando tocan todos juntos y cantamos Viva mi Patria Bolivia o el canto a la unidad latinoamericana. El día de los tarijeños muchos clientes vienen para escucharlos; a veces hemos atendido hasta 200 personas por noche de tarijeños”.
La posada está decorada con vasijas de barro, escobillas, siempre vivas, y Silvia estrenaba cada semana algún adorno especial de panes, frutas, calabazas. “El éxito quizá se debe a que atendemos personalmente y a su personalidad”.
La clientela del local se conoce entre sí. Llegan en grupos, generalmente. Van mujeres solas o en grupos sin enfrentar situaciones embarazosas y, con excepciones, el local es tranquilo, aunque la jarana suele durar hasta la madrugada.
Frente a “La Posada del Loro” se abrió “El Honguito” que vino a ser el complemento de los locales de trago. Ahí se estrenó la iniciativa –ahora común– de vender carnes cocidas a la parrilla y choripanes por porciones a precios módicos.
Algunos le dicen “Las velas de Sopocachi” o “Las velas de la Hy Life”. Lo cierto es que el local ha impuesto modalidades insospechadas en La Paz. Se come al aire libre, pese al frío, y si bien no es una cena, puede serlo. Un choripan, un vacío, un lomito cuesta Bs. 3.50, un dólar.
Su dueño, Julio Angueira, es cordobés y licenciado en artes plásticas. Aunque sigue con su profesión, su principal actividad es la atención en el local, que se viene multiplicando como “honguitos” y en pocos meses hay ya tres sucursales.
“El Honguito” está abierto hasta las seis de la mañana. Es el sitio de remate para los noctámbulos. “Pero no se presentan peleas o problemas; la calle sigue siendo tranquila pese a todos los boliches”.
El estreno de la Belisario Salinas le cupo a “El Gramófono”, el local veterano con nueve años de existencia. Antes sólo existía la pacífica y diurna “Pasta flora”, con sus queques y galletitas.
Al principio del boom los vecinos presentaron una protesta por el ruido de autos y por el intenso movimiento nocturno. Ahora están resignados y cada uno ha habilitado su garaje para alquilarlo o algún nuevo local.
El pionero Gonzalo Ossio y sus socios crearon un boliche diferente. Música estrictamente seleccionada o al gusto de los clientes que llevan sus cassettes. Decorado con reproducciones impresionistas y detalles europeos, ahí se juega cacho, principalmente, pero también ajedrez, blackgamon, dominó, cartas. Los miércoles se reúnen los alemanes para jugar skat.
Tiene una clientela fija que le garantiza por lo menos 15 clientes por día y otra clientela flotante que busca un sitio tranquilo, familiar. Es gente que se conoce entre sí: Profesionales, políticos, izquierdistas y ex izquierdistas, gente que vive por Sopocachi, oficinistas. En la misma cuadra están “El ciervo blanco”, “Tarcus Bar”, “Mangareva”, “Repostería alemana”, “Piano bar Orfeo”. Más abajo,en la misma calle “Caras y Caretas”, “Fast Food” y otros.
¿Quiénes son los clientes?
“Para el trago nunca falta”, suele decirse y parece ser cierto, A pesar de las crisis, a pesar de la economía en recesión, todos estos locales se mantienen llenos seis días de la semana. En “La Posada”
suelen rechazarse a nuevos clientes porque no hay más mesas: Algunos se quedan, aunque sea parados. En “El Honguito” hay que hacer cola, al “Gramofón” hay que ir temprano para conseguir mesa. Con menos éxito, los otros boliches tienen igualmente clientes todos los días.
Los dueños coinciden en que los tragos más solicitados son el ron, la cerveza y el whisky. El precio del ron fluctúa entre 6 y 8 bolivianos, dependiendo del boliche y de la marca. Nadie se conforma con un sólo trago y cada cliente gasta un mínimo de ocho dólares. Varios asisten a los locales dos o tres veces por semana.
Hace diez años no existía esta intensa vida nocturna en La Paz. ¿Es parte de la modernidad? ¿Es parte de una economía distorsionada que cada vez crea más brechas sociales? ¿Es parte de una economía
subterránea que no figura en planillas?
¿Cuántos ganan esos salarios para pagar esas salidas?
Su significado socioeconómico parece ser lo menos importante. Por lo pronto, cada cual se da modos para ganar la silla en alguno de estos boliches: Desde el Presidente Jaime Paz, sus amigos y enemigos políticos… y yo también…
El Montículo, una parroquia viviente
La religión puede ser el opio de los pueblos o puede ser para las personas un latigazo constante oliendo a culpa y pecado. Puede ser.
Las religiones, al mismo tiempo, guardan en sus doctrinas la memoria de los mejores sentimientos y valores de la humanidad: El amor, la solidaridad, la hospitalidad. Unas son más tolerantes que otras, más animistas, más rituales, más poderosas, más pobres, más famosas.
En nuestro medio, pese al actual embate de sectas estadounidenses y a la presencia de otros cultos, la religión católica continúa como la de mayor número de adeptos y de presencia cotidiana en todo el territorio nacional.
Queremos rescatar en esta ocasión una de las más populares experiencias de la iglesia católica local que en los últimos 15 años ha logrado transformar una parroquia apática en un centro integral, con la palabra de vida y esperanza y la práctica de solidaridad, comprensión y tolerancia, sin traicionar la teología ni hacer concesiones al poder, al fariseo.
Padre Hugo, regordete crítico del poder
El ya famoso “Padre Hugo” es un sacerdote de origen mexicano, aunque nacido de madre chilena y formado en Estados Unidos. Regordete, barbudo y con lentes parece todo menos un misionero de almas. Viste bluejeans o ropa sencilla, cómoda, a veces de bayeta de la tierra. Él es el párroco del Montículo.
Como él mismo reconoce, su primera felicidad es el ambiente que rodea a su sede parroquial: El Montículo, con sus árboles, su neblina, su silencio, su melancolía y el Illimani permanente. La serenidad del paisaje es el mejor encuadre a la confraternidad entre los hombres y entre ellos con un ser superior, el infinito cosmos.
El Padre Hugo Vargas (44) es sacerdote de la Orden Siervos de María y atiende una de las más tradicionales parroquias de La Paz, lindante por abajo con los Carmelitas y hacia las laderas por María Reina, que actualmente alcanza a unas 25.000 personas.
Aunque él, modestamente, se niega a reconocer, es indudable su personalidad, y su profundo amor a la vida, el amor de Dios a través del amor a los hombres, su práctica alegre de la religión y su mensaje sencillo y sin tabúes, son las principales causas que han motivado a cientos de feligreses a retornar a la parroquia, a las actividades en torno a ella, e incluso a la misa dominical.
El Padre Hugo no es el tipo clásico de sacerdote, pero tampoco es la imagen de aquellos curas llamados “nuevaoleros” que aparecieron en los revolucionarios 60.
Crítico del poder, tampoco es el cura militante que adopta una ideología, como sucedió con sacerdotes falangistas o curas marxistas.
Reflexiona sobre el imperialismo y en cada sermón no se olvida de América Latina y del Caribe como territorios de esperanza y lucha, sin embargo, no me animo a calificarlo como “cura tercermundista”.
Es, pues, difícil, describir o decir cómo es el Padre Hugo. En realidad, hay que conocerlo y ser parte de los “iniciados” que simplemente responden: “¡Ah, el Padre Hugo!”, cuando alguien comenta una anécdota feliz sobre su experiencia con este siervo de María.
¿O quizá el quiebre de otros esquemas (ideológicos, costumbres, valores) y los signos decadentes a las prácticas religiosas, una búsqueda de ese “algo más”? Lo cierto es que en los últimos lustros las
misas, las procesiones, las actividades en la parroquia del Montículo siempre están y convocan más participación que una marcha política o un concierto musical.
Más de vida que de pecado
La parroquia trabaja con el apoyo de diferentes grupos de base. Algunos son los grupos:
Acción Católica, de adultos.
La Legión de María, de mujeres adultas.
Carismáticos, de adultos y jóvenes que reflexionan juntos sobre lecturas bíblicas y realizan oración colectiva. Catequistas, jóvenes en su totalidad. Para mi hijo de 9 años, por ejemplo, fue una
experiencia muy diferente a la nuestra la realización de su primera comunión.
Fue preparado largos meses por una catequista de minifalda, guitarra al hombro y hermosos ojos que –realmente– no tenía nada de aquellas imágenes de estrictas beatas.
Pero más importante fue que a los niños les enseñaron más sobre la vida que sobre el pecado. Ninguno de ellos terminó comulgando con el trauma de los malos pensamientos o las mentirillas y peleítas, que en nuestros tiempos nos flagelaba tanto.
La ceremonia fue realizada en el parque, con la luz de la mañana, y todos juntos –pobres y ricos– compartimos el mismo chocolate y el mismo pan de trigo. Atrás quedaron misales costosos, guantecitos y trajes blancos que tan pocas niñas bolivianas pueden comprar.
Para cada uno de los participantes quedó impresa esa sensación del significado profundo de la comunión y del cuerpo de Cristo repartido entre cada uno de los miembros de nuestra comunidad.
Más allá de la preparación y la ceremonia, los niños son atendidos durante todo el año por jóvenes de la “Comunidad Juvenil”, el grupo de apoyo más grande de la parroquia.
Ese sector logró reunir a muchachos y muchachas del barrio que no tenían dónde canalizar su natural entusiasmo juvenil. Para varias madres de familia de la parroquia es una tranquilidad y una alegría que sus hijos estén en este grupo donde trabajan con niños y también bailan, festejan Carnavales o San Juan y toman su traguito, en un ambiente sano y libre.
La comunidad de chicos y chicas asiste también a los adultos que trabajan diariamente en el comedor popular de Bajo Llojeta con los pobres del botadero (de basura). Los domingos dan desayuno-
almuerzo a los niños de la zona.
Otros trabajan como evangelizadores o ayudando a la comunidad con actividades recreativas: Deportes, cultura, teatro social, atención a adolescentes, etc.
El año pasado hubo la participación conjunta en la Entrada Folklórica de la Inmaculada Concepción, que desde hace décadas congrega comparsas que bajan desde Tembladerani a Sopocachi, pero que nunca antes tuvo una participación directa de los habitantes del mismo barrio.
Cada una de estas actividades tiene efecto multiplicador. A la ya famosa “misa de 9” para los niños asisten además muchos padres de familia y adolescentes y cada domingo se ha ido convirtiendo poco a poco en un festejo: A las madres, al maestro, al Espíritu Santo, a María, a los niños, a los árboles, etc.
Gaspar, el sacristán cómplice
No podemos concluir este artículo sin nombrar a Gaspar Gallardo, un chuquisaqueño, que es el complemento exacto a la dimensión y a la personalidad del Padre Hugo.
Gaspar tampoco tiene nada que ver con el clásico sacristán: Mejor dicho, con aquella imagen de clásico sacristán que a veces nos queda en la memoria con un rasgo prejuicioso.
Es un hombre alegre, madrugador, cómplice con los niños que juegan fútbol bombardeando la puerta de la parroquia, colaborador de las parejas que se casan, de los familiares desesperadas por algún difunto reciente o de alguien que busca a cualquier hora consuelo, la comunión, alguien con quien desahogarse.
Sin recursos, con toda sencillez, el Padre Hugo y Gaspar logran día a día una parroquia viviente y dan ejemplo a moros y cristianos de las dimensiones de la solidaridad. (1992)
El rol de los vecinos
Quizá es parte del estropicio de este fin de siglo. Las grandes ciudades con sus deformados modos de consumo acumulan más basura de la que pueden digerir.
En alguna ocasión nos referimos a las grandes falencias de la administración municipal paceña para enfrentar ese desafío. Pero las tareas pendientes no son exclusivas de la alcaldía.
Los esfuerzos institucionales no tendrán éxito si no existe la colaboración de la comunidad, y en materia de basura parecería que los vecinos de muchas zonas actúan como saboteadores de las posibles soluciones.
Los habitantes de Sopocachi nos hemos quejado de problemas urbanísticos; en este mismo periódico han salido diferentes notas. La respuesta de la alcaldesa Mónica Medina ha sido inteligente y es un deber reconocerlo.
Por primera vez, desde 1979, la comuna ha invertido en el Montículo y en otros parques de la zona. Se repintaron bancos, postes, la glorieta y la pérgola y se plantaron geranios en los maceteros, se recogieron desperdicios acumulados durante años y se colocaron basureros.
Medina logró lo que ninguno: Trasladar al mercadillo de informales. Aunque similares refacciones se han hecho en otros barrios, en éste, no se cometieron los errores denunciados de uso de malos materiales o de equivocaciones históricas.
Pero acá, como en toda La Paz, los vecinos no cumplen su parte.
El carro-basurero pasa ahora tres veces a la semana. Sin embargo, no falta quien bota sus sobras a la calle, a cualquier hora y cualquier día. El resultado es conocido: Mal olor, perros y pobres que desparraman restos de comidas y papel higiénico usado, latas y miles de bolsas nylon.
¿Qué pasa?
El barrio se convierte en la prolongación del centro y muchas casas ya son oficinas. Por tanto, no existe más la señora barriendo al amanecer la vereda donde juegan sus hijos, o la empleada echando agua mientras conversa con su compañera. El funcionario no se apropia del espacio y poco le importa cómo está su entorno ambiental.
Muchos edificios son elegantes por fuera pero no cuentan con servicios básicos completos para acumular bolsas negras hasta el próximo día y los porteros sacan los sofisticados desechos sin pensar en los transeúntes que pasan por esa vereda.
Más que nada parece primar el individualismo y noimportismo de la modernidad. Cada uno tira la envoltura que le sobra o escupe donde le parece porque simplemente le da la gana.
Es el ejercicio de la más falsa de las libertades, aquella que no sólo sirve al yo y no al bien común, doctrina de moda. Es reflejo de un modelo de desarrollo donde el ser humano no es importante. Para el moderno arquitecto importa el cemento y no la dimensión de un cuarto que ocupará la futura “sirvienta”; mucho menos interesa prever mecanismos para clasificar la basura y evitar su acumulación. Así también funcionan expendios de todo tipo.
Es parte de un decrecimiento en los habitantes de las urbes modernas. Por ello, mientras las provincias paceñas le sacan el jugo a la Participación Popular, en los barrios capitalinos la autogestión vecina es escasa, mucho más en zonas de clase media.
A los adventistas no les interesó embadurnar con posters y pintura negra la glorieta recién pintada del Montículo. Total, lo importante era ganar la disputa inter partidaria y no respetar la estética. Dentro de poco otros partidos harán lo mismo.
Es curioso observar tanta descomposición social. Algunos vecinos acumulan nuevos botadores de basura en sus propias esquinas y uno no comprende por qué. Sería más absurdo pensar que con ello se afecta una administración municipal. El único resultado es un presente y un futuro más feo para el conjunto de las personas que moran en La Paz. (1993)
Obituario para los cines
Somos solo un puñado de personas los que solemos encontrarnos en los últimos festivales cinematográficos y en la movida cultural sopocachense, los que velamos la última función en el Cine 6 de Agosto.
Situado en la avenida del mismo nombre, su estructura representa la época esplendorosa del barrio más tradicional de La Paz. Fachada de art deco y escalinata sobre el aire, decoración sobria y elementos para favorecer la imaginación. Además, fue el cine de la infancia con los matinales dominicales, de la adolescencia con las matinés para encontrar a los chicos y el último de la última noche de
Luis Espinal.
Entre los recuerdos de aquella época encuentro un viejo periódico: Presencia del 10 de octubre de 1971. La melancolía de un encuentro de amor y la indecisión porque todas las ofertas eran tentadoras: “Sueño de Reyes”, con Anthony Quinn y la bella Irene Papas en el “Universo”; “Lawrence de Arabia” (ganadora de siete Premios Oscar) en el “16 de Julio”; “Viva la República”, conmovedora cinta checa, en el “6 de Agosto”; “La Senda de la Traición” en el “Ebro” con el duplex:
“Enigma de muerte”.
Hay además un anuncio de una empresa de aviso al distinguido público paceño: “Debido a las divergencias de opiniones de los señores de la H. Alcaldía Municipal, después de varias exhibiciones privadas para ellos de la película “Woodstock”, se autorizó su proyección pública desde los 16 años, después 17 años y ahora desde los 18 años con la desautorización de exhibirla en funciones
de matiné. Estos antecedentes irregulares que van contra los intereses empresariales y falta de criterio contrapuestos de la censura municipal, nos obliga, muy a pesar nuestro, a suspender definitivamente las exhibiciones de esta película en la ciudad de La Paz”. ¡Qué tiempos!, que solo se pueden reencontrar en “Cinema Paradiso”. Además de esos anuncios especiales, la
cartelera incluía a los cines: “Abaroa” (“Fuego de metralla” y un “Tren para Durango”);“Monje Campero” (“África Secreta”); “México” (“Santo contra Blue Demon”); “Scala” (“Dios perdona, gringo
no”); “La Paz” (“El Hijo del águila negra” y “El noticiero el Mundo al instante”); “Miraflores” (“Las cicatrices” y “Tarzán el temerario”); “Roxy” (“El galleguito de la cara sucia” y “Tarzán al rescate”);
“Paris” (“Un demonio con ángel”); “Tesla” (“Hay un hombre en el lecho de mamá”); “Princesa” (“Cómo, cuándo y con quién”); “Avenida” (“Cupido Motorizado”); “Bolívar” (“Django”); “Esmeralda” (“Blue Demon
contra los monstruos” y “Al Ponerse el Sol”); “Variedades” (“Caín, Abel y el otro” y “Amanecí en tus brazos”); “Imperio” (“Frankestein”); “Murillo” (“El Gran Robo”); “Trianon” (“Al fin a solas”); “16 de Noviembre” (“Sansón contra Hércules”); “Busch” (“El pecado de la carne”); “Colón” (“Cuatro esposas se divierten”); “La Salle” (“Dibujos animados”); “Lux” (“Cuchillos del vengador”). Así pues, casi todos los barrios tenían su salita de cine. Había ofertas para niños, para adolescentes, para adultos, para súper adultos, para solitarios, para enamorados, para amigos. (2006)
La riqueza del mestizaje
Se suele nombrar como tradicional la imagen del albañil aimara en su sajra-hora: Una marraqueta “Figliossi”, una “Papaya Salvietti” y un plátano yungueño. No nos detenemos a pensar que aquel pan
está hecho de trigo, el cereal domesticado por los achachilas de los actuales iraquíes; la forma se relaciona con los panaderos franceses; y la industrialización fue iniciada en La Paz y Oruro por un migrante italiano.
La “Papaya Salvietti” es otro invento de los herederos del Imperio Romano con base en una fruta tropical americana y las burbujas conseguidas por científicos alemanes y estadounidenses. En su estado natural, ella es un producto carísimo en los mercados europeos, más aún ahora que se propagan sus dotes laxantes contra la gordura.
El plátano o banano, en sus diferentes cultivos, cosechas y formas de consumir, es el producto agrícola latinoamericano más histórico. Natural de las tierras bajas en el continente, fue objeto de guerras de baja intensidad en Centroamérica y Colombia y mucha sangre vertida se relaciona con la tristemente famosa “Mamita Yunai Fruit Company”.
Interesante también leer, cómo los periódicos subtitulan las fotos de las cholitas paceñas, cubiertas con su tradicional atuendo. Se conoce que desde la sublevación de Tupac Katari (1780) fueron prohibidos los acsus y otras prendas originales. Las mujeres, sobre todo en Los Andes, vistieron amplias faldas europeas, enaguas con encajes de Flandes, blusas almidonadas, botines siempre a la
moda y mantilla de Manila.
Fue otro arte el que logró convertir a la pollera en símbolo de resistencia y de rebeldía, siempre en desarrollo. Fue minipollera plizada en los Valles cálidos, de seda en las fiestas patronales y ahora de tela coreana sintética, luminosa, contoneándose por las calles frías.
El sombrero fue siempre importado y otro italiano ilustre fue el que influyó en el uso del famoso Borsalino, expuesto inicialmente en las vitrinas de las calles del comercio, y luego extendido a todo el Altiplano. Ahora ha subido la copa, otra moda.
También es bueno ver al otro lado. Dicen que no hay nada más tradicional en Gran Bretaña que el tee for two, at five o’clok; será original la puntualidad del reloj, pero el té fue cultivado muy lejos de las praderas inglesas.
Ni qué decir de las pastas itálicas, actualmente conocidas en todo pueblo como spaguettis o como pizza. Pocos recuerdan que el invento es chino y que lo trajo a la península un viajero que tuvo que recorrer siete mares para saborearlo.
¿Y la papa? Los alemanes no creen que su apreciada “Kartofeln” sea hija pródiga de los pueblos andinos, del Altiplano boliviano y que acá hay más de 300 especies. Para los belgas, el plato típico es papas fritas, pommes frites, y los irlandeses cuentan que la cosecha de papa definió su prosperidad o hambruna.
¿Habrá algo más típico que el vodka al hablar de Rusia? Resultado más espirituoso de la generosa señora papa. En fin, como siempre, los ejemplos son infinitos y podemos encontrarlos en todas
las épocas, culturas y religiones. No existe, por suerte, nada puro. Como en la cocina, cada alimento mantiene su esencia, pero logra su plenitud combinado con otros (2007)
Navidad: ritos, cultos y cánticos
Ahora las calles se visten de lucecitas, rozones y pompones, y creemos que es sólo la expresión del comercio que en este mes se llena de cabecitas clamando por muñecas, aviones o conejos de peluche.
Sin embargo, detrás de todo ese celofán, están historias centenarias, milenarias que relacionan a los seres humanos con lo más atávico de la creación: La fertilidad y el alba, la hembra que es fecundada y la luz que vence a las tinieblas.
Celtas y andinos
Los equinoccios y los solsticios, igual que los eclipses y la veleidad de la luna que cambia de formas y sombras, fueron los fenómenos astrológicos más estudiados y aprovechados por los sabios de la antigüedad.
El solsticio de verano, en el hemisferio sur, es conmemorado en diferentes culturas. En Bolivia, por ejemplo, en Tiahuanaco, cada 21 de diciembre es el momento real en el cual se abre la puerta del Templo de Kalasasaya para dar paso al primer rayo del dios Inti, el de la vida.
En el norte es invierno, los días son más cortos, más intensa la oscuridad y más necesario que nunca el fuego que calienta y la antorcha que ilumina.
Algo similar, pero a la inversa, sucede en junio, cuando acá el 21 de ese mes empieza la estación del frío y allá el estío. Curiosamente, aunque los seres humanos tanto amaron al equinoccio que anuncia
a la primavera, a sus florecillas y ninfas, manantiales frescos y amorcillos sobre la hierba florida, fueron los solsticios de verano y de invierno los que se relacionaron con el fuego –la luz–, el festejo y el alimento.
Así, por ejemplo, la nocturna fiesta de San Juan del 24 de junio que acá se relaciona con el solsticio y el calendario agrícola andino y se la siente tan propia, es una antigua fiesta española, de origen celta. Allá como acá se prenden fogatas, se encienden lucecitas (estrellitas), se desparrama agua, se baila y se quema lo viejo.
En un lugar es verano, en otro invierno. Incluso, desde hace algunos años, se recuerda con más fuerza la fiesta al Inti quechua (inca) y el inicio del Año Nuevo andino (aimara).
Se consumen platillos especiales, que han variado desde el chocolate con pasteles a la salchicha con ponche. Al contrario, en diciembre, acá empieza el verano y allá llega a su crudeza el invierno
con nevadas y tinieblas prolongadas. Sin embargo, también hay ritos relacionados con lo viejo que se va y lo nuevo que llega, con la luz (estrellas) y el fuego.
Natividad
Convencionalmente, cerca al solsticio, se eligió al 24 de diciembre (seis meses después de San Juan) como la Noche Buena, la noche en la cual se recuerda el nacimiento de Jesús, de una mujer virgen, engendrada milagrosamente, Hijo de Dios; hace 2004 años, en la aldea de Belén, territorio palestino.
Desde el cercano oriente, llegó la Buena Nueva, el cambio, el nacimiento de algo diferente, el milagro de la vida y de la eternidad, para esparcirse al mundo entero.
El pesebre, según se conoce, fue idea de San Francisco de Asís y por más de quinientos años, los católicos preparan aquella representación. Cada año trae nuevas formas, nuevas ideas y otros ateriales, diferentes al yeso de los niños cuzqueños –por ejemplo– o a los espejos que simulaban lagos, o a los chijis naturales que ahora son sintéticos.
También se encienden foquitos y se coloca una estela brillante a la entrada de la casa o, ahora, en la punta del pino o del abeto, para simbolizar a aquella estrella de Belén que guio a los reyes magos, que no son otros que los sabios que llegaban desde lo que hoy son países árabes, persas y naciones africanas.
Se encienden velas rojas, blancas y amarillas y se compran lamparillas de colores intensos para iluminar la casa, la ventana, el patio, la sala, el comedor, la chimenea. La luz que vence a las tinieblas, la aurora anunciada por el canto del gallo.
Antes, también se soplaba un pajarito artesanal para sacar pompas de jabón. Agua, el otro elemento que se relaciona con los festejos de San Juan y de la natividad, durante los solsticios.
Tradiciones
Los festejos navideños en el actual territorio boliviano llegaron con los españoles y, como en otros lugares, tuvieron variantes a lo largo de los años, y también por regiones, no era lo mismo en la urbe que en el campo.
El tradicionalista Antonio Paredes Candia recogió cómo se festejaba la Navidad en la ciudad de La Paz, hace medio siglo.
La gente comenzaba los preparativos desde un mes antes.
Los recién casados compraban (o cambiaban) un Niño Dios y lo vestían con rica túnica. Era creencia que un Niño “khala” (pelado) traería un año dificultoso. En un rincón de la parte más social y elegante
de la casa se preparaba el Nacimiento o Pesebre, y era costumbre la visita entre vecinos o compadres y familiares para contemplar cómo quedaba este arreglo.
Los dueños de casa mostraban su habilidad e ingenio construyendo cerros con papeles viejos o de madera, lagos o ríos con espejos y papel plateado, caminos con piedritas, casitas, incluso iluminadas por dentro, pastizales con papel verde picado, césped verdadero o sintético, unían pueblos con ciudades.
A veces se colocaba un tren, desde que llegaron estos juguetes a pila, que cruzaba de punta a punta con sus sirenas prendidas. Al fondo se acomodaba el pesebre de paja con figuras simbolizando a los animales de la granja como una vaca, un burro, las ovejas y las imágenes de San José y de la Virgen María, a veces de Santa Ana. Afuera los pastores adorares del Niño y el sendero por donde se aproximan los Magos con sus dones de oro, incienso y mistral.
En lugares más cálidos, cerca de las quintas del sur, se ponían ramas de naranjo, durazno, pera, llenas de frutos, simbolizando la abundancia de la temporada.
A un lado se escondían juguetes para los niños de la casa. Los que ansiaban un deseo, fabricaban con greda la figura soñada y le pedían al Niñito Jesús el milagro a las 12 de la noche del
24 para que aquella imitación se hiciese realidad: Un hombre, una mujer, un billete, una canasta llena.
Festejos
Desde el inicio de diciembre, los niños paceños escribían cartas al Niño Dios pidiendo una muñeca, un soldado de plomo, una locomotora nueva, un animal de peluche, patines, hula hula, triciclo o bicicleta, cochecitos sin motor, autitos de carrera, vestiditos para la guagüita.
Los padres aprovechaban para chantajear a los chicos: “Si no te portas bien, el Niño se enojará y no te traerá nada”. Los hijos sufrían con su cartita debajo de la almohada a la espera que en la Noche del 24, baje el Niño Dios a colocar el pedido en la ventana, al lado de los calzados o junto al pesebre.
Las familias salían de compras, con más o menos recursos. Los comercios cambiaban los escaparates y los anuncios. Existía una feria de juguetes en la calle del Comercio. En las esquinas se colocaban las vendedoras de buñuelos y de api, calentado en rústico mechero.
Aún hoy, se venden buñuelos a la salida de las novenas y misas navideñas. También se consumía llauchas por la madrugada y cacao batido con leche y churros con dulce en las confiterías de moda.
En medio del gentío, por las calles del centro, desfilaban los adoradores o los que se llamaban “villancicos”. Los niños de las laderas, casi siempre un grupo de hermanitos, aplastaban las tapas coronas con una piedra, con un clavo le abrían un hueco al centro y con un alambre las unían.
Eran los famosos “chullu-chullus” que tanto fascinaban a los niños de entonces. Los “chullu-chullus”, los “chullu-chullus”, gritaban excitados cuando tenían la suerte de que llegaran al portón de la casa y bailaran expresamente para ellos, a cambio de un pedazo de torta, un vaso de chocolate, un pastel de frutilla. Los dirigía, generalmente, un adolescente, pintado con betún negro y más elegante que
los otros. Daba las órdenes y tenía un bastón y una voz de mando:
El Malilo viene
Canasto
Con su wiru cayu (caña del maíz, planta
característica de la época)
¡Canasto!
Pum, ¡canasto!, pun, ¡canasto!
La figura del Malilo se empezó a perder en los años 70 y ya no existe. Ahora los Adoradores se disfrazan como comparsas carnavaleras, de tundikis, caporales, incas.
También tocaban tamborcillos, armónicas, dando más ritmo al “chullu-chullu”.
Entre los villancicos famosos se entreveraban las tradiciones y los datos:
Yo soy un pobre gallego
Que viene desde Galicia,
Trayendo un hermoso lienzo
Para hacer una camisa
Para el Niño Manuelito.
¡Golpe en Tierra!
Coro: ¡Alegría, alegría!
En su día de María
Aquí pasa Jesucristo
Con sus rayos de cristal,
Alumbrando todo el mundo
Como un reino celestial.
Del tronco nació la rama
De la rama nació la flor
De la flor nació María
De María el Redentor.
Otro canto famoso era:
Señora Santa Ana
Toca tu campana,
Porque el Niño llora
Por una manzana.
Señor San Joaquín,
Toca tu violín,
Porque el Niño llora
Por un volantín.
Y también, según registro de 1938, se cantaba:
¿Por qué llora el Niño?
Por una manzana
¿Dónde está María?
Isi sawisisqui
Niño Diosataqui
Yo vengo desde Lima
Trayendo lima dulce
Dentro mi corazón
Para el niño Manuelito.
Vengo desde Moquegua
Que distan muchas leguas
Trayendo vino dulce
Para el niño Manuelito.
Este niño viejo
Cada año nace
En su chiji pampa
Wistiqui, wistiqui.
Hasta nuestros días llegó uno de los más famosos:
Venid pastorcillos,
Venid a adorar,
Al rey de los cielos
Que ha nacido ya
En lecho de paja
Desnudito está
Quien ve las estrellas
A sus pies brillar
(…)
Y también:
Vengo de Chijini
Trayendo lindos chijisitos
Para el niño Manuelito
¡Golpe en Tierra!
Pollo al horno, picana y pavo
Además, la Navidad es motivo para
comilonas que se dan casi desde el inicio del
mes de diciembre y casi no existe un hogar
donde no se haga el esfuerzo para cocinar
algo especial en la Noche Buena.
En los lugares de trabajo se intercambian galletas especiales para la fecha, panecillos con frutas secas, panetones, tortas con manzanas cocidas, cajas de chocolates.
También se hacen almuerzos o cenas de festejo. En la administración pública es tradicional recibir un pollo y un pan especial. Generalmente se cocina el pollo al horno con
papas fritas y puré de manzanas, y el postre de crema con frutillas frescas.
En los últimos años, sobre todo gracias a la industria cochabambina, se consume el pavo, de tradición más norteña. Antes se compraban pavos vivos, también gallinas, que
se alimentaban hasta la víspera de Navidad y su muerte con combazo, el desplume con agua hirviendo y la larga cocción, eran otro arte y curiosidad para los niños.
Sin embargo, la comida tradicional por excelencia es la picana, heredada de España y que se cocina de diferente forma según sea en La Paz, Cochabamba o Tarija.
Acá, colocan en inmensa olla con agua al menos cinco tipos de carne: Vaca, pollo, cordero, cerdo y chorizo español seco. Se colocan las verduras en juliana grande, la
pimienta negra en pepitas y todo hierve horas; al final el vino. Se sirve con papa blanca y pedazos de choclo, roseada de abundante cerveza.
Aunque es un potaje espeso de grasa y colesterol, la mayoría de las personas lo consume contenta y repite más de una vez, pues sabe que no volverá a probarlo hasta el
próximo año.
Así, aquello que empezó con el misterio de la luz, el fuego y la fertilidad, es hoy un espacio familiar todavía lleno de ritos y ceremonias, pero casi como un pretexto para comprar,
consumir y darse un buen festín. (2007)
“El Patio”, galería en la Arce El D.S. 21060 no sólo significa un cambio en el Estado boliviano vigente desde 1952.
Marca un hito donde el país transforma toda una gama de actitudes y relaciones tradicionales. Una de esas modificaciones notables es la de los hábitos del consumo.
“El Patio”, galería de compras situada en la avenida Arce, es un ejemplo de los nuevos ofrecimientos que hacen las empresas y de las nuevas expectativas de los consumidores.
Muestran, además, el ensanchamiento de una capa social con ingresos económicos superiores al mínimo necesario y con gustos universalizados.
Entre el pasado y el año 2000
“El Patio” está construido en una antigua casa solariega estilo republicano, en lo que se conoció como Las Chacras de La Rotonda.
Juan “Coco” Lorini, representante de la compañía Coadmi S.A. recordaba: “Efectivamente, toda esta zona perteneció a la familia de Domingo Lorini, italiano que llegó en 1868 para fundar la Facultad
de Farmacia. La familia fue vendiendo los diferentes lotes, a medida que avanzaba la urbanización y nos quedamos con la calle Pinilla y luego con esta casa que abarca más de 1.000 metros cuadrados”.
“El patio tenía una connotación señorial.
Hace medio siglo las casas no tenían jardines, sino patios y en ellos se colocaban las latas con geranios y coquetas. Nosotros hemos querido respetar esa estructura básica porque sabemos que la modernidad estáarrasando sin sentido con las mejores obras arquitectónicas de La Paz y quedan pocas casas con este estilo”.
El primer impacto al visitante de esta galería comercial es precisamente el estilo: Patio central como foco que une a todos los locales. El techo es de sofisticado maderdem, que permite infiltrar luz y calor. Una fuente de agua da suficiente humedad y el resultado es un microclima cálido, donde florecen helechos y matas yungueñas.
Estudiantes de arquitectura analizaban los detalles y la estructura del edificio. Conjugando esa imagen tradicional con el siglo que se aproxima, “El Patio” ofrece servicios inéditos en nuestro medio.
Supermercado, guardería o té inglés Hace veinte años empezaron a aparecer en nuestra ciudad los primeros centros comerciales que intentaban ofrecer variadas posibilidades de compra. Pionera en ello fue la “Galería Luz”.
Pero estaban lejos de las grandes cadenas de tiendas que se dan en las principales ciudades del mundo.
El grupo de empresarios de “El Patio” realizó previamente un estudio de mercadeo para establecer las necesidades de los habitantes de la zona (entre Sopocachi y San Jorge).
El análisis fue cuidadoso para conocer en detalle el potencial mercado y las variables del área: Tipo de consumidor que habita la zona, comercios existentes, densidad poblacional, surtidos confortables, ofertas cercanas, baratas, limpias y seguras. “El Patio” fue diseñado en función de esos pedidos.
Más de 40 locales ofrecen al comprador múltiples opciones de consumo. El supermercado tiene más de 4.000 productos, desde verduras hasta finos vinos importados.
Hay una confitería de la cadena “Clap”, un club de videos, un salón completo de gimnasia, una guardería para niños de la zona, hijos de compradores, y se ofrecen fiestas de cumpleaños. Una tienda
con comida dietética para enflaquecer y engordar, una florería, dos joyerías (una con piedras semipreciosas bolivianas), un salón de té inglés atendido por una señora inglesa, un local de crepes, boutique de artesanías, vestidos, adornos, zapatos, etc.
Los nuevos empresarios creemos en Bolivia
Para Juan Lorini la experiencia ha sido gratificante y rendidora. “Nosotros hemos hecho la galería de manera seria y con prolijos análisis de mercado y el resultado ha sido el esperado. Ningún local
tiene dificultades y todos han podido hasta el momento cubrir sus alquileres (promedio de 300 dólares) porque se da un servicio completo y hasta sofisticado, pero barato”.
“En el mes de septiembre, sólo en el supermercado han sido registrados 8.000 compradores y calculamos que el doble acude a la galería. Aunque muchos sólo visitan, una mayoría adquiere alguno de los productos”.
“La experiencia nos está motivando para otras iniciativas en el futuro. Por ejemplo, ya hemos realizado festivales especiales con motivo del Día de la Primavera y del 20 de Octubre, aniversario de La Paz.
“Como empresario veo en Bolivia y creo que la consolidación de la economía está haciendo que el país funcione, pese a los altibajos”.
“El Patio muestra que si se emprenden obras e inversiones bien estudiadas y con proyección, hay éxito. El país tiene cómo responder a nuevas inversiones y a nuevas propuestas. Bolivia se merece nuestras inversiones y nuestro esfuerzo para cubrir sus necesidades”.(1989)
Seis generaciones en el Montículo
Entre los muchos asuntos que me motivan agradecer permanentemente a la vida está el privilegio de desplazarme desde mi niñez hasta esta etapa de canas y lentes por un mismo territorio, salvo intervalos en los cuales moré en Colombia, Panamá, Centroamérica, Brasil y algunos meses en otros barrios paceños.
Nací cuando el Parque Mirador “Montículo” era un refugio de los milicianos movimientistas y los tíos falangistas no podían cruzarlo por la noche, aunque sí el poeta con sus amigos de “Gesta Bárbara” que alarmaban a las beatas de la parroquia con sus baños desnudos en la fuente de Neptuno o sus serenatas a las bellas cruceñas de la Plaza España.
Ellos sacaban el piano de mi abuela para darle un matiz único a sus citas callejeras. El abuelo compró la casona construida en los años 20 del siglo pasado después de concluir sus destinos militares desde el Acre a Puerto Suárez y Charagua. Trajo consigo a su madre, viuda desde 1892 y que habitó un cuarto con ventana al traspatio hasta 1953; fue la más antigua de la estirpe que paseó por la glorieta con vista al Illimani y símbolo del apogeo citadino.
Mi madre crió a sus primeros siete hijos en los cuartos que rodeaban al patio principal, de piedra laja, con la cocina en la esquina y el baño alejado. Como eran otros tiempos, los ventanales de los dormitorios y de la sala daban a la calle y desde ahí se miraba pasar la biografía de vecinos y parroquianos y a los chicos más guapos.
Entre todos los muchos primos y primas, me tocó el bolillo premiado y pude acomodarme en el que fue departamento de los Bedregal y tener un despertar con el mismo horizonte que a mis tres años. Ahí están los bancos donde se fotografiaron las tías siendo mozas, la iglesia que tiene su puerta al paisaje y no a la plaza, el quincho de las retretas sesenteras o de la primera misa “a go-go” en los 70, el
árbol de la gitana.
Llegaron mis hijos para jugar una niñez que pudo ser ajena a tilines y play stations porque los cocos de los eucaliptos, los torreones de tierra, las bombas de barro y los innumerables escondites para la piedra libre fueron siempre más intensos. Las búsquedas eran tan alegres como en la época de la larga familia de hermanos, los clubes juveniles y los personajes inmortales, el heladero, el raspadillero y la peluquera.
Ahora asoman otros ojitos, fruto de todos los seres que hemos y nos han amado –nuestros muertos incluidos–, como escribe Eduardo Mitre. Aún en brazos de sus padres, no sospecha toda la historia que la acuna.