TantaWawas
Para aquellos que desconocen el origen de las T’ANTAWAWAS, les contaré una historia que ha sido transmitida de generación en generación.
Se dice que a finales del siglo XVI y principios del XVII, en la Villa Imperial, tuvieron lugar hechos históricos registrados en el libro de Bartolomé ARZANS ORSUA Y VELA, «Historia de la Villa Imperial». Este autor reconocido describió que en Potosí se desataron dos pestes, se cree que fue Varicela, que causaron la muerte de una gran cantidad de niños en la Villa. Esto provocó un profundo pesar no solo entre la población de los españoles, sino también entre los nativos.
Fueron las mujeres quienes, al sentir la ausencia de sus pequeños, más conocidos como «Wawas», decidieron honrar la memoria de sus difuntos. Procedieron a elaborar masitas en forma de BEBÉS, siguiendo la típica usanza en la cual las mujeres indígenas de estas tierras envuelven a sus hijos durante los primeros meses de vida. Es así como surgieron las T’ANTA WAWAS.
En la actualidad, en diversas ciudades de Bolivia, durante la festividad de TODOS LOS SANTOS, se continúa utilizando las T’ANTA WAWAS. La celebración incluye la preparación de masitas, frutas, dulces, velos, guirnaldas y manteles de color negro o morado, junto con flores, velas, vino y la fotografía del difunto. Al completar la disposición de la mesa, se invita a familiares y amigos a rezar, dando vida a esta festividad de Todos Santos en Bolivia.
Una historia de Tantawawas de todo Santos
Huáscar I. Vega Ledo
Basado en las inspiraciones y ciber-contribuciones de Jaime Molina Escóbar en Todos Santos, 1996.
Un hombre de cerca de cincuenta años y otro de aproximadamente siete se encontraban cerca de una puerta que tenía solo cuatro días de antigüedad. La puerta, antes una hermosa pieza de palo santo gigantesco, ahora se había convertido en un ataúd. El abuelo de ambos los llamó a su encuentro, sentado en el mismo lugar donde ahora reposaban. Les dijo: «No me miren a mí, miren la puerta donde ahora descansa mi espalda. Quiero que mi espalda siga descansando en esta madera yungueña, en este palo santo que cuidé. Por aquí no crecen palos santos, hay que buscarlos tierra abajo, más allá de Churuhuasca, más lejos que Caranavi, más allá de Colopampa, tierra adentro, Palos Blancos, Alto Beni. Yo cuidé este palo santo y quiero que ahora él me cuide a mí». El abuelo falleció hace cinco días, y ya se había preparado una puerta de repuesto, otra enorme estructura, hecha en La Paz con madera de otros lugares.
El anciano aún no había sido enterrado y descansaba en la sala principal de la casa de hacienda. La familia y los lugareños que compartieron con él durante la época de la Reforma Agraria esperaban. Todos deseaban enterrarlo en el día de Todos Santos. La naturaleza misma parecía estar en espera; a pesar del calor y la humedad de los Yungas, a pesar de que el ataúd aún estaba abierto, el cuerpo del anciano olía menos a la muerte que cuando estaba vivo.
Finalmente, llegó el día de Todos Santos. Siete noches después de la muerte del anciano, los parientes, cercanos y lejanos, llegaron casi simultáneamente. Vinieron de lugares tan distantes como La Paz, Potosí, Santa Cruz, Brasil, Argentina, México, Estados Unidos, Francia y Alemania. La hacienda, que había estado sola y casi abandonada, cobró vida con la llegada de familias completas.
Mandarinas fuera de temporada desaparecían rápidamente en las manos de los niños. Frutas como naranjas, plátanos, papayas y piñas parecían cobrar vida, llenando la casa y los patios. A pesar del caos, la gente disfrutaba, y las risas resonaban mientras las frutas decoraban la hacienda. Las comparsas llegaron, trayendo consigo una oleada de alegría y tradición.
La vieja Candelaria, enamorada y soltera, negoció con los niños para obtener madera de la puerta de palo santo a cambio de huevos, harina, azúcar y mano de obra para hacer bizcochuelos. Los niños, astutos, aprovecharon la oportunidad para conseguir más ingredientes y hacer maicillos,TANTA WAWAS, rosquetes y suspiros.
El proceso de preparación de los dulces fue un caos divertido. Desde batir huevos hasta hacer recipientes de papel para verter la masa, todos contribuyeron. Las familias se unieron para hornear, y la hacienda se llenó con el aroma tentador de las delicias recién hechas.
La procesión de Todos Santos fue un evento lleno de color y fervor. La plaza rebosaba de gente vestida de blanco y negro, mientras el sol de noviembre brillaba sobre la procesión. La figura del hombre de estuco, llevada por cuatro elegidos, atraía la atención de todos. Los lugareños, al pasar la procesión, se quitaban el sombrero y murmuraban rezos. La música de las comparsas resonaba, y los niños imitaban los bailes con entusiasmo.
Al finalizar la procesión, los niños continuaban con la tradición de rezar casa por casa, recibiendo dulces y frutas como agradecimiento. La noche de Todos Santos concluía con los enamorados regresando a sus hogares y los mayores compartiendo anécdotas y canciones. El aroma de la comida criolla llenaba el aire al amanecer, marcando el fin de la festividad y despertando a los dolientes, que se sentaban a comer mientras recordaban a sus seres queridos.