🔴 CIUDAD SATÉLITE: DEL PÁRAMO A LA JAILONA
(Crónica de una metamorfosis alteña)
1. EL ALTO QUE NADIE QUERÍA (Y QUE HOY TODOS ENVIDIAN)
En los años 60, Ciudad Satélite era el fin del mundo, en El Alto. Un pedazo de tierra barrida por el viento, a 4.000 metros de altura, donde el frío cortaba como un cuchillo y la niebla borraba el horizonte. Los paceños de entonces la miraban con desdén: «Allá sólo viven los que no tienen dónde caerse muertos», decían. Pero esos mismos terrenos baldíos —donde hoy se alzan mansiones de ladrillo visto y 4×4 blindados— fueron el refugio de los mineros exiliados, los «desterrados de las montañas de estaño».
Llegaron en camiones destartalados, cargando colchones, ollas oxidadas y retratos de familia. No eran migrantes: eran sobrevivientes. Habían peleado en las masacres mineras, resistido dictaduras y ganado una revolución (la del 52, claro). Pero el Estado, en lugar de darles un hogar en la hoyada, los empujó a ese páramo donde «hasta los perros se perdían en la neblina».
2. CUANDO LAS CASAS LAS CONSTRUYÓ LA COMUNIDAD (NO EL ALCALDE)
Las «viviendas» eran cajas de cemento sin agua, luz ni cercos. Tres cuartos, un baño que se anegaba y una cocina donde el viento silbaba como un ánima. Pero los mineros no esperaron permisos: cavaron zanjas para las tuberías, apilaron postes de eucalipto como juguetes gigantes y convirtieron los patios en plazas de guerra.
- Las mujeres organizaban turnos para lavar ropa con el agua del camión cisterna.
- Los niños jugaban entre pilas de arena y piedras, fracturándose tobillos pero inventando reinos.
- Los hombres salían de madrugada a traer material en volquetas prestadas. «Era como construir una ciudad con las uñas», recuerda Don Marcelo, 82 años, exsindicalista de Siglo XX.
El barrio no tenía calles: tenía cicatrices. Cada zanja era una trinchera contra el olvido.
(Foto: Mario Roque.)
3. LA AVENIDA CÍVICA: DONDE ANTES HABÍA POLVO, HOY HAY LEXUS
Hoy, la zona más jailona de El Alto nació de un sorteo. Quienes ganaron lotes cerca de la futura Avenida Cívica no lo sabían, pero estaban comprando el Manhattan alteño. Donde antes había puestos de «aguayos y ch’allus», ahora hay cafés hipsters y clínicas privadas.
El contraste es brutal:
- En los 70s, las vecinas prestaban azúcar entre casas sin muros.
- En 2023, los nuevos ricos instalan cámaras de seguridad para vigilar a sus «hermanos de clase».
(Aquí, Caparrós pondría una ironía): «El progreso llegó con rejas altas y desconfianza baja».
4. LOS FANTASMAS DE LAS MINAS (QUE NADIE QUIERE RECORDAR)
Los abuelos de Ciudad Satélite hablan poco del pasado. Sus manos tienen calles de dinamita y sus álbumes guardan fotos de compañeros fusilados. Pero en las fiestas, cuando el «chuflay» afloja la lengua, alguien siempre menciona el 9 de abril de 1952, cuando los mineros armaron milicias y derrotaron al ejército.
Hoy, sus nietos estudian en la UMSA o manejan agencias de viajes. El sindicato es un recuerdo lejano, como esas zanjas que ahora están bajo el asfalto.
5. EPÍLOGO: ¿QUÉ QUEDA DE AQUELLO?
Ciudad Satélite ya no es un páramo: es un símbolo. Los viejos mineros miran con orgullo —y algo de amargura— cómo sus nietos estacionan camionetas frente a casas de tres pisos. «Nosotros pusimos los cimientos, ellos ponen el mármol», dice Doña Remedios, 79 años, mientras sirve «qh’apus» en su patio.
La paradoja es perfecta: el lugar que nació de la exclusión ahora excluye a otros. Pero en algún rincón, entre el ruido de las construcciones nuevas, aún se escucha el eco de aquellos niños jugando entre los postes.
