Aún sopla el viento bucólico de la tarde en el estío paceño. Los árboles del Montículo se mecen centenarios con sus ramas como amenazas lúdicas a los últimos transeúntes de este jueves.

Testigos mudos del desarrollo del barrio emblemático que marcó el primer centenario del grito libertario, cuando La Paz mudó su antigua cubierta colonial por la dinámica liberal, cuando la ciudad se consagró como la más dinámica y pujante del siglo que empezaba.

Hace cien años, cuando los paceños querían recordar a Pedro Domingo Murillo y a los otros conjurados del 16 de julio de 1809, se encontraron con una ciudad todavía pueblerina pero ya con indicios de que los estilos urbanísticos cambiaban al mismo ritmo que sus formas de vida.

El mundo de los funcionarios y banqueros se movía alrededor de la plaza central, todavía las calles eran angostas y llenas de comerciantes mestizos o de indígenas que descansaban con sus recuas cargadas de provisiones para la recova de la calle Recreo o para los tambos que subían hacia los antiguos pueblos de indios de San Sebastián, San Pedro y al otro lado de Santa Bárbara.

Desde el inicio del siglo XX los habitantes de La Paz sabían que la dinámica económica del país dependía de ellos. Su victoria en la Guerra Federal (1898) les había otorgado de sede permanente de los poderes ejecutivo y legislativo.

Florecían las minas en el norte, los impuestos de la demandada coca yungueña y el creciente comercio con los mares del sur llenaban sus arcas.

El departamento de La Paz era responsable desde el inicio de la República de más de la mitad de los ingresos económicos para el Estado, aunque aquello no se había traducido en el crecimiento y en el embellecimiento de la ciudad. Otra iba a ser la historia en el primer cuarto del siglo, al borde del primer centenario de la revolución de julio.

Calles paceñas liberales

El avance de la luz eléctrica, del tranvía, de las comunicaciones dieron al primer centenario libertario una velocidad desconocida. La gente podía acudir en carruajes o en los primeros autos a la estación del Ferrocarril Guaqui, donde hoy queda la terminal de buses. La estructura de fierro era una muestra de la creciente influencia parisina.

El tranvía recorría las principales avenidas y pronto quedó unido el norte con el sur y el este indígena con el oeste burgués que se poblaba día a día.

El Teatro Municipal se transformaba de una pequeña casita a una estructura con ganas de imitar al Scala y su fachada fue remodelada de acuerdo a la nueva vida de los paceños enriquecidos.

La plaza mayor no era más un canchón sino un rincón modernizado. Fue tumbado el viejo Loreto, aun cuando sus fantasmas perviven, y reemplazado por el edificio más moderno del momento con su estilo neoclásico y su impresionante fachada:

El palacio legislativo que simbolizaba, además, el poder político de los descendientes de Murillo y de los otros guerreros de la guerra independentista, patriotas o realistas.

Lo más notable era el crecimiento de la mancha urbana hacia el sur de la calle central que había dividido a la ciudad criolla y a los pueblos de indios, bordeando el río.

Desde lo que hoy conocemos como el Obelisco se trazaron o mejoraron las nuevas calles hacia el coqueto Paseo de la Alameda (hoy El Prado), a San Jorge y hacia las quintas de Obrajes. Aún es posible distinguir edificaciones con el “arte nuevo” como el edificio del actual Ministerio de Salud o las felices soluciones arquitectónicas como unir las calles con jardineras como se da entre la México y El Prado a la altura del Hotel Sucre o entre las avenidas 6 de agosto y Arce.

El estilo académico apareció desde fines del siglo XIX y se consolidó en la primera década de los años 20. Varias casas coloniales envejecidas fueron tumbadas para reemplazarlas con nuevos trazos, sin patios traseros, con estructuras de hierro y portadas con las famosas mansardas.

Los pisos son lujosos, las cúpulas reflejan la prosperidad y la competencia. Si el edificio del que fue Teatro Princesa era impresionante, la construcción del Banco Mercantil en plena Ayacucho y Mercado ganó a las demás. A uno y otro lado aparecían las nuevas referencias administrativas para albergar a la aduana, al palacio de justicia, el Ministerio de hacienda y nombres de arquitectos cobran fama: José Núñez del Prado y Antonio Camponovo, ambos liberales.

Teatro Princesa
Teatro Princesa

Las calles fueron bautizadas con los nombres de los dueños de minas como Aniceto Arce o con la cantidad de líderes liberales que había luchado por los derechos paceños: Montes, Camacho, Villazón, Aspiazu, Guachalla, Belisario Salinas, Sánchez Lima, Abdón Saavedra, Rosendo Gutiérrez. Así Sopocachi se desarrolló con la impronta liberal. Medio siglo después, Miraflores se expandiría con el aporte nacionalista que bautizó con héroes de esa ideología a la nueva avenida Busch, a la Plaza Villarroel, etc. Nada es casual.

Aunque sobrevive una leyenda negra contra los liberales, debemos destacar su aporte a la cultura –como alentó Daniel Sánchez Bustamante–, a la educación, al conocimiento y al embellecimiento de la ciudad.

Contaba don Flavio Machicado que su madre y otras señoras comandaron muchas de las construcciones civiles que modernizaron la ciudad, como las casas que hoy sobreviven en la esquina de la Sagárnaga. Se construyeron los nuevos mercados para atender a la creciente población y a los muchos migrantes europeos que comenzaron a llegar al país, como en toda la zona del antiguo Mercado
Lanza.

Además, los burgueses de la época combinaron las influencias europeas –sobre todo del centro europeo– con sus enfarolados, halls y porches, con la idea de relacionar esa estética con la belleza natural. Así, las calles y las casas se abrieron con calzadas o con ventanales hacia la majestuosidad del Illimani y los cerros multicolores que bordean a la hoyada.

Una de las 16 casas del rico paceño, Benedicto Goitia, que alberga actualmente a una empresa de eventos, en plena Plaza Isabel La Católica, refleja esa tendencia estética e inclusiva: Desde la naturaleza
propia a la tecnología universal. Desde esa esquina hacia San Jorge, aún hay portadas, jardines y casas que reeditan ese estilo.

Sopocachi

Merece especial atención el crecimiento dela ciudad hacia lo que se conocía como la parroquia de San Pedro, hacia lo que era en 1880 el ayllo Suquenchapi. Por registros de la época que tengo en los archivos familiares se conoce que el indígena Fernando Mamani y su madre como apoderada inscribieron la propiedad tal como ordenaban las leyes de ex vinculación de terrenos que hoy bordean
la Plaza España, en el corazón de Sopocachi.

Desde la calle Villazón, hacia el oeste, se empezaron a construir calles y casas que ampliaban el antiguo barrio de indios de San Pedro y que pronto se identificaron con un nombre propio, Sopocachi.

El nombre aparece diferenciado en más de un documento de la época y no hay un acuerdo sobre su significado final.

En cambio, se puede rastrear cómo avanzaron las construcciones desde la Aspiazu hasta el Montículo, último punto del tranvía.

Entre 1910 y 1925 –año del centenario de la república– se edificaron modernos chalets de dos o tres pisos. No encontramos el patio más tradicional sino el hall que ayuda a distribuir las habitaciones, los corredores, y aunque sobreviven los balcones, muchas casas muestran farolas con ventanales para aprovechar el sol paceño. Varias casas que aún podemos visitar en la Belisario Salinas y hacia San Jorge tenían jardines interiores, algunos de gran preciosismo.

Aparecieron los clubes deportivos, los cafés imitando a Buenos Aires, las grandes librerías, las grandes tiendas con ropa importada, a donde acudían las coquetas de Sopocachi a comprar sus sombreros italianos o a adquirir un folletín donde los catalanes unían el centro político y el centro económico con el núcleo del poder social.

Una primera muestra es la llamada “Casa Montes” al entrar al barrio, en la esquina de la avenida 6 de Agosto y la calle Aspiazu.

Aún ahora se encuentran varias casas que hoy son patrimonio cultural de la ciudad. También aparecen otros estilos como el neogótico para las nuevas iglesias y el neoárabe que queda en algunas casas del centro y de Sopocachi.

En el parque del Montículo, varios compradores consiguieron terrenos del antiguo ayllu de Mamani. El mayor dueño fue el “Rey de la coca”, Abel Soliz, quien tenía al menos tres solares en la zona, que
han sobrevivido a los estropicios del tiempo.

En los años 30 el tímido traslado que había empezado en los años del primer centenario se consolidó y Sopocachi quedó como el barrio residencial de La Paz en su momento más pujante y de estilo chic. Al borde siguieron las lecherías hasta después de la Revolución de 1952 y los rancheríos en la zona inestable que nadie quería habitar, Tembladerani.

Muchas casas adoptaron el estilo victoriano, como la famosa mansión Perrín Ballivián que queda entre las calles Fernando Guachalla y la avenida 20 de Octubre. Casi al frente, otra bella vivienda conocida hoy como la Fundación Johnson. Ambas lucen ventanales y techos pendientes con sus adornos particulares.

Una casa típica de la época es la de la familia Machicado en la avenida Ecuador, con conexiones hacia la calle Rosendo Gutiérrez, con su pequeña pendiente, grandes ventanales al jardín de flores nativas, sala central con chimenea y vitrales pintados por artistas holandeses.

Es la época de los adoquines para cubrir las antiguas calles de tierra, de los parques y de las arboledas bordeando las avenidas. Ningún otro barrio de La Paz tiene tantos parques, plazas y columnas de álamos sombreando las aceras. Atrás, desde Llojeta, partía el Parque Forestal hacia Obrajes (hoy avenida Kantutani).

Más tarde fue construida la casa del famoso pintor potosino Cecilio Guzmán de Rojas. En la cercanía vivía el cuentista Oscar Cerruto, en la plaza Fernando Diez de Medina, en el Montículo el poeta Julio de la Vega, detrás del parque los hermanos Schulze y tantos y tantos otros bohemios que fundaron escuelas de arte, movimientos como “Gesta Bárbara” y tertulias en las radios.

Por donde camine, el transeúnte observador encontrará en Sopocachi rastros de los momentos gloriosos de una La Paz criolla y podrá reconocer en las piedras y en los eucaliptos la historia de la ciudad en el primer centenario de la Revolución del 16 de Julio.

Miradas femeninas
sobre La Paz
Revista Khana
Lupe Cajías de la Vega *

Historiadora y periodista.
Premio Erich Guttentag a la novela (por “Valentina. Historia de una rebeldía”) el año 1996.