Antes de dormir con sus esposos, las jóvenes indígenas debían pasar por la cama del hacendado.

Derecho a la pernada
Derecho a la pernada

LA NOCHE QUE NUNCA TERMINA: CUANDO LOS PATRONES ELEGÍAN A SUS NOVIAS

Hubo un tiempo—no tan lejano—en que ser indígena y mujer significaba que tu cuerpo no te pertenecía. Que la primera noche de tu matrimonio podía ser con tu marido… o con el patrón. Esta es la historia del «derecho de pernada» que todavía duele en la memoria de Bolivia.

EL GRAN SECRETO A VOCES DE LAS HACIENDAS

Lo llamaban «derecho de pernada». Suena casi legal, ¿verdad? Como algo que podría estar en un contrato. Pero en las haciendas bolivianas de principios del siglo XX, era más simple: el patrón tenía derecho a acostarse con cualquier indígena virgen que fuera a casarse.

Imaginen la escena: una familia indígena prepara la boda de su hija. Hay tal tal vez algo de alegría, hasta que recuerdan que días antes, la novia debe pasar por la casa grande. La casa del patrón.

CUANDO LA LITERATURA GRITA LO QUE LA HISTORIA CALLÓ

WATA-WARA: EL GOLPE QUE CAMBIÓ TODO

En «Raza de Bronce» de Alcides Arguedas, la pastora Wata-Wara es violada por el mayordomo Troche. Luego, Pantoja y Ocampo la llevan a una cueva—»donde moraba el diablo», creían los indígenas—y allí la violentan entre varios.

Pero aquí pasa algo distinto: Wata-Wara muere. Y su muerte—esa sangre que los violadores limpian de sus ropas—desata algo inesperado: la rebelión indígena.

La «raza de bronce», como la llama Arguedas, ya no aguanta más. Queman casas, matan a los responsables. Es como si durante siglos hubieran estado acumulando dolor, y el cuerpo violado de Wata-Wara fuera la gota que rebalsó el vaso.

WAYRA: LA VENGANZA QUE ARDE

En «Yanakuna» de Jesús Lara, la joven Wayra trabaja como sirvienta. Es violada por el hijo de los patrones—que curiosamente es párroco—y queda embarazada. Tiene una hija, Sisa, que años después también sufrirá abuso sexual del patrón.

Pero Wayra no se queda callada. Los indígenas capturan al patrón y lo queman vivo. Wayra participa activamente en esta venganza. Aquí la víctima deja de serlo para convertirse en verdugo.

LOS CURAS QUE PREDICABAN UNA COSA Y HACÍAN OTRA

EL EUFEMISMO DE LA «INICIACIÓN RELIGIOSA»

Si creían que solo los patrones abusaban, se equivocan. Los curas también ejercían su «derecho de pernada». Con un cinismo que duele: alojaban a las novias indígenas en la casa parroquial bajo el pretexto de «iniciarlas en los misterios de la religión».

Las familias indígenas, contra su voluntad, tenían que enviar a sus hijas a pasar varias noches con el cura. ¿Qué podían hacer? Negarse significaba represalias, perder la tierra, el trabajo.

EL GAMONALISMO: EL SISTEMA QUE HACÍA POSIBLE EL ABUSO

CUANDO LA VIOLENCIA SEXUAL ES PARTE DEL SISTEMA

Esto no era solo «unos cuantos patrones malvados». Era el gamonalismo—ese sistema feudal que permitía la explotación total del indígena—funcionando como maquinaria perfecta.

Los terratenientes no solo robaban tierras; robaban dignidades. Propagaban la idea de la inferioridad racial del indígena: «ignorantes», «alcohólicos», «cocainómanos». Así justificaban lo injustificable.

1953: EL AÑO EN QUE ALGO CAMBIÓ

CUANDO LA REFORMA AGRARIA TAMBIÉN FUE UNA REVOLUCIÓN PARA LAS MUJERES

El 3 de agosto de 1953 se firmó el Decreto Supremo de la Reforma Agraria. No solo devolvió la tierra a quienes la trabajaban. También empezó a enterrar el «derecho de pernada».

Aunque nunca hubo una ley que dijera explícitamente «se prohíbe violar a las indígenas», al quitarles el poder absoluto sobre la tierra y las personas, a los patrones se les empezó a caer el «derecho» sobre los cuerpos de las mujeres.

LA PREGUNTA QUE QUEDA FLOTANDO

¿Hasta qué punto estas violaciones sistemáticas—disfrazadas de «derecho»—configuraron el trauma histórico de las mujeres indígenas? ¿Cuántas Wayras y Wata-Waras reales nunca aparecieron en novelas, nunca desataron rebeliones, nunca pudieron vengarse?

El «derecho de pernada» quizás haya desaparecido oficialmente. Pero su sombra—esa idea de que el poderoso puede disponer del cuerpo del débil—¿realmente se fue del todo?

Al terminar de escribir esto, miro por la ventana y pienso: esas abuelas indígenas que vemos en los mercados, que hablan poco, que miran con desconfianza—¿cuántas de ellas llevan secretos que las novelas apenas se atrevieron a contar?