Cochabamba a un Siglo de Independencia: Un Reflejo de Tranquilidad y Belleza
En el año 1925, cuando Bolivia celebraba el centenario de su independencia, Cochabamba se presentaba ante el observador como un rincón de serenidad y esplendor natural. El libro Bolivia en el Primer Centenario de su Independencia ofrece una evocadora descripción de la ciudad, destacando su belleza y la armonía entre el paisaje y la arquitectura.
Libro «Bolivia en el Primer Centenario de su Independencia»
“Al descender por atrevidas pendientes, se llega a los valles y quebradas en que se precipitan riachuelos que fecundan y enverdecen la tierra. Luego la planicie lozana y de opulenta vegetación, donde se dilata el ancho valle en el que se extiende, como sumergida en el follaje, la linda ciudad de Cochabamba.
La ciudad se ve sólo de perfil y se adivina el perfecto plano en que está edificada, al llegar a la estación de los Ferrocarriles, ubicada al pie de la histórica colina de San Sebastián, y al reflejo del crepúsculo vespertino que enciende su policromía fantástica en los celajes deslumbradores y transmite sus coloraciones al Tunari de nevada cima, a los oteros lejanos y hasta a las copas de los árboles que, en compactos grupos, se extienden por todas partes.
Al salir de la estación, un automóvil o un coche que abriéndose paso entre los demás conduce al centro, impide al viajero detener la mirada en las casas bajas y humildes de los suburbios. A medida que se avanza, los edificios van siendo más altos, de mejor aspecto y mejor decorados, de dos o tres pisos, con balcones corridos o ventanas de farol tras de las que aparecen cabezas graciosas de mujeres o grupos de personas que están gozando del fresco de la tarde en animada plática.
Cochabamba es una de esas ciudades que atrae y en la que es difícil sentirse forastero, donde todo nos parece nuestro y todo nos cautiva: la esplendidez y lozanía de su paisaje campesino, la generosa benevolencia de las gentes que, por más entregadas que estén a las labores agrícolas o comerciales, no pierden el amor al estudio y al cultivo de las cosas que atañen a la inteligencia y alrededor de las cuales les place detener la charla.
Las campanas de los muchos templos que tiene la ciudad suenan dulcemente, llenando la diáfana tibieza de la atmósfera de notas evocadoras y sugerentes. Una sedante impresión de bienestar acaricia el espíritu y se transmite al cuerpo como una gracia concedida por esa naturaleza privilegiada, por ese valle delicioso en que vive plácida y tranquilamente la heroica Villa de Oropeza, como se llama también, en recuerdo de su fundador, la linda Cochabamba».