Luis Antezana Ergueta
*Escritor, periodista e historiador.

Preludio a la insurrección

La Paz estaba a fines del año 1898 como un barril de pólvora con la mecha encendida y a punto de estallar. Solo faltaba la llegada de la chispa a la carga explosiva. Entonces, con objeto de considerar “las graves y trascendentales cuestiones” iniciadas en la Cámara de Diputados que se reunía en la ciudad de Sucre, los notables paceños del Concejo Municipal convocaron a un comicio para el 6 de noviembre, el mismo que debería realizarse en el Salón del Loreto, localizado en la Plaza 16 de julio (hoy Plaza Murillo).

Los auspiciadores de la reunión no creían que la reunión tuviese éxito, pero, contra toda sospecha, el comicio contó con tanta participación popular y se aprobaron temas tan importantes que resultó un verdadero acontecimiento político.

Esa reacción era la prueba de que el caldero revolucionario, largamente alentado por la animadversión de la oligarquía sucrense contra La Paz, empezaba a hervir y podría estallar al primer hervor.
En efecto, el comicio recibió tanto apoyo popular que, en la tarde de ese día histórico,
terminó en un amago insurreccional, ya que detrás de la movilización popular de diez mil personas –cantidad extraordinaria que llegaba a un quinto de la población paceña, que por entonces llegaba a 52.000 almas– una unidad militar con todos sus jefes oficiales y soldados se plegó entusiasta al movimiento.
Dejemos a los periódicos de la época relatar el desarrollo de los acontecimientos en esa fecha:
El 6 de noviembre el Concejo Municipal convocó a un comicio en el Salón de El Loreto, a fin de tomar en consideración las graves y trascendentales cuestiones iniciadas en la Cámara de Diputados

sobre la reforma de la Constitución Política. Efectivamente el comicio se instaló con la asistencia de un gentío que estaba rebasando el amplio edificio del Loreto.

Abrió el acto Heriberto Gutiérrez con un brillante y conceptuosos discurso
en medio de los vivas y clamorosos aplausos, pues que en él decía que el consejo, con paternal solicitud y considerando la grave ofensa inferida por la diputación chuquisaqueña, había puesto la mano sobre el pecho del pueblo para sentir sus palpitaciones.

Clausurado el acto del gran comicio con otro elocuente discurso del Señor Presidente del Concejo Municipal, salió a la Plaza el inmensos gentío dando vivas al Concejo departamental, a la federación, a las guardias públicas, a las autoridades locales y a los diferentes caballeros que habían hecho uso de la oratoria de amor a la hija del majestuoso Illimani.

Una vez en la Plaza se organizó en el momento una espléndida procesión cívica, encabezada de dos escudos de La Paz y numerosas banderas nacionales llevadas y escoltadas por jefes y oficiales y algunos números de tropa en traje de parada, de los diferentes cuerpos del Depósito y Reservas de la ciudad.

Llegada la procesión frente al Palacio consistorial, pidió a gritos el pueblo la presencia del señor Prefecto, el mismo que galante a la insinuación no pudo menos que acceder a incorporarse a la comitiva, después de una alocución digna del ilustre paceño que acabó por entusiasmar locamente a la concurrencia.

Gran manifestación callejera La procesión recorrió al son del himno paceño y marchas guerreras las calles de El Comercio, Evaristo Valle, Plaza Alonso de Mendoza, Plaza de San Francisco, calles del Recreo, Yanacocha y Mercado llegando al Palacio Consistorial en número de más de 10.000 personas que se deshacían en estruendosas aclamaciones.

La procesión improvisada recibió abundante lluvia de misturas en el transito y los escudos y banderas fueron obsequiadas de abundantes y vistosas coronas.

Desde los balcones de la Municipalidad dirigieron las palabras de agradecimiento, que llenas de fuego patriótico, los honorables Guachalla y el Dr. Serapio Reyes Ortiz, palabras que fueron recibidas con manifestaciones de aprobación y contento.

Militares se incorporan a la revolución

Los señores munícipes compartían amablemente con altas personalidades de la administración judicial y militar cuando de improviso el eco de una banda de música y de atronadores vítores, interrumpió aquel pequeño descanso.

Fue que el Regimiento “Bolívar”, que ese día había tenido una excursión a Caiconi, en compañía de los jefes y oficiales del Batallón “Colorados”, hacía su entrada triunfal a manera de coronar la espléndida manifestación que esos momentos había terminado.

Nuevas manifestaciones, nuevos vítores, nuevos actos de complacencia: el bizarro Regimiento formó en batalla enfrente del Palacio Municipal y con las armas presentadas a la voz de su Jefe, hizo los honores más gratos al Escudo paceño, mientras la banda ejecutaba aquel sublime brote del corazón del pueblo:


La Paz que en este día que es del pueblo paceño el blasón, celebremos con grata armonía…

El Regimiento fue motivo de congratulación en las personas de sus distinguidos jefes y oficiales por haber dado una prueba más de su pericia militar.

Las plazas y calles de la ciudad revestían un carácter extraordinario tanto por las crecidas pobladas que las cruzaban dando urras y vítores, como por lo concurrido de los balcones y ventanas desde donde se traducían notas de animación y regocijo. (El Comercio, 7 nov. 1898).

La novedad de la virtual rebelión paceña de ese día fue comunicada de inmediato por telégrafo a la brigada paceña establecida en Sucre la cual en esos momentos discutía el problema de dónde debía estar radicada la capital de la república.


El suceso del 6 de noviembre –bajo la consigna de “La tea está encendida y ya nadie la podrá apagar” parafraseando a la clásica frase del protomártir Pedro D. Murillo a tiempo de ser ahorcado por Goyeneche en enero de 1810– con la participación de 10.000 personas que tomaron las calles y que expresaron su espíritu insurreccional, probaron a los próceres paceños la necesidad de replantear sus posiciones políticas. En efecto, dejando de lado sus principios liberales y constitucionales (hasta ese momento antagónicos) los directorios de ambos partidos celebraron sendas reuniones de las cuales nació una alianza ideológica, no

alrededor de sus ideologías tradicionales, sino en torno al ideario paceño contra el coloniaje y el feudalismo sucrense y la lucha por objetivos nacionalistas y demócratas, aunque de momento encubiertos por la consigna de que la capital de la república debía estar establecida en La Paz.

Las reuniones de los directorios conservadores y liberales terminaron por aprobar la formación y constitución de una junta encargada de fomentar y propagar las ideas políticas propuestas por el gran comicio del 6.

La conformación de dicha junta –según sus organizadores– no comprometía de ninguna manera el desenvolvimiento político de ambos partido en la esfera que les correspondía.

Estando al tanto de lo que ocurría en los debates en el parlamento reunido en Sucre y a tono con el espíritu de rebeldía del pueblo paceño, la junta se dedicó a intensa propaganda y agitación en el medio urbano de La Paz, así como a preparar una acción política de mayor envergadura, con la seguridad que no tardarían en producirse nuevas reacciones.

En efecto, aprobado a fines de noviembre el proyecto de radicatoria del gobierno reformando el artículo 41 de la Constitución, se informó en La Paz –por telegrama del corresponsal de El Comercio, en Sucre– que los senadores Pinilla y Zuazo, paceños; Quintín Mendoza, cochabambino, y Vergara, orureño, votaron contra el proyecto para aplicar la reforma constitucional. Así mismo, se supo que el presidente Alonso negociaba considerar las observaciones por lo que, entre tanto, los representantes paceños abandonaron la ciudad, protestando contra la violencia y actos autoritaristas.

La información del corresponsal detallaba:
“Pando mudo continúa bajo afecciones personales”, a parte de que había votado en contra de la posición paceña.

Con esas noticias la situación en La Paz llegó al rojo vivo y terminó por estallar al conocerse la salida de la representación parlamentaria paceña de Sucre y que marchaba ya hacia Challapata y Oruro para llegar a la ciudad rebelde en los primeros días de diciembre. Así mismo se transmitió que los hermanos Pinilla, uno de ellos senador por La Paz, permanecían en Sucre tratando que el presidente Alonso vete la ley, evitando en esa forma mayor agravamiento de la crisis.

Ese cúmulo de antecedentes puso a La Paz en estado de conmoción social, la cual terminó por estallar en insurrección a la llegada del bloque parlamentario de diputados y de los hermanos Pinilla, cuya presencia desbordó todos los límites hasta entonces contenidos por la paciencia popular. Un gran acontecimiento político estaba por producirse.

La insurrección

“La ciudad estaba atrincherada y preparada a la defensa con fosos, minas, barricadas y troneras por doquier”. Gral. Pedro P. Vargas, Comandante del Ejército de Sucre. Del golpe de Estado a la insurrección Al terminar el siglo XIX un profundo malestar fermentaba subterráneamente en todos los pueblos de Bolivia. Una sensación de inquietud revolucionaria anidaba en los pechos de los
bolivianos, aunque sin definición concreta.

Se trataba de una angustia espontánea que no tenía expresión partidaria, excepto en el Partido Liberal que aparentemente era la expresión de las necesidades políticas del momento.

En esas condiciones sociales favorables cualquier semilla ideológica podía brotar al primer calor político, ya fuese el liberalismo, el federalismo, el nacionalismo o el más elemental democratismo. Esa posibilidad de un estallido revolucionario podía ser capitalizado por cualquier partido o persona, más aún cuando no existía la organización política que estuviese a tono –doctrinalmente hablando–
con la realidad.

Los partidos políticos tradicionales (el conservador y el constitucional) habían periclitado y el único organismo partidarios que daba algunas muestras de actividad era el Partido Liberal de Eliodoro Camacho que combatía tanto de palabras como de hecho al conservadurismo colonial y feudal de la oligarquía de la plata y sus aliados, los hacendados feudales, producto de la política agraria del melgarejismo de antes y después de Melgarejo.

Ese malestar generalizado, que en el fondo tenía como objetivo sacar a Bolivia de la condición colonial y feudal a la que había sido conducida para ponerla en el sendero de la nación y la democracia (capitalismo nativo), era la síntesis de una lucha titánica contra el pasado y por entrar al futuro; era en realidad el ansia de una revolución nacional y democrática, cada vez más incontenible, la tercera que se planteaba en el siglo XIX (después de la de 1825 y la del 15 de enero de 1871), o más propiamente, la primera en intentarse en el naciente siglo XX.

Pero el fenómeno histórico era solo espontáneo, carecía de ideología revolucionaria, ni siquiera progresista. Carente de objetivo estratégico buscó, sin embargo, la manera de expresarse, y esa expresión fue un pretexto porque la historia avanza también con pretextos: el asunto de la capital de la república que devino en la piedra de toque de la situación política de esos momentos.
La historia no podía esperar ni por líderes, partido político o ideología y decidió por cuenta propia avanzar por el punto más débil: el argumento de la capital de la república, lejos de pensar que su verdadero objetivo era la nación democrática en sustitución de la colonial-feudal que asfixiaba al país desde la aplicación de la Constitución de 1880 y la legislación agraria de la asamblea constituyente de ese año, presidida por Narciso Campero.

Y como la historia no espera por nada ni nadie estalló inevitablemente el pretexto de la capitalía, asunto que se puso en el primer punto del orden del día de las cuestiones bolivianas y que debía discutirse, ya no en el terreno de las palabras, sino de los hechos.

Ese asunto agitaba el ambiente social y la contradicción polarizó las dos fuerzas: la del norte con La Paz y la del sur con Sucre.

El problema nacional-democrático estaba, pues, encubierto por el asunto pasional de la capital de la república y este último fue el pretexto para que aumente la presión que haría estallar el caldero revolucionario. El asunto ideológico del liberalismo o el administrativo del federalismo subyacían sin poder salir a flote, aunque, naturalmente, esperando la primera oportunidad para hacerlo.

En todo caso, sólo el tema de la capital era una cuestión concreta. Las otras eran abstractas y nebulosas. El liberalismo era un planteamiento romántico tanto como el federalismo, que lo era aún más por ser todavía más reciente, y ambos emergían detrás del asunto del cual la capital de Bolivia debía estar en La Paz y no en Sucre. El meollo mismo del problema, el asunto nacional y democrático–
no era tomado en cuenta y este problema era la lucha entre la nación-democrática que quería emerger y establecerse contra la colonia-feudal que estaba en agonía.

El malestar terminó por estallar cuando en Sucre el Parlamento puso en tapete la cuestión de la radicatoria de la capital. Esa fue la gota que rebasó el vaso y las contradicciones se

convirtieron en antagonismos. El problema ya no se solucionaría con el arma de la crítica sino con la crítica de las armas. Ni La Paz ni Sucre quisieron ceder y prefirieron pelear. Y en La Paz
estalló el golpe de Estado, que de inmediato se convirtió en insurrección popular y esta en guerra civil, para dar paso, finalmente, a la guerra. El diálogo fue superado por la lucha armada.

En el Parlamento la mayoría aprobó la ley de radicatoria de la capital, lo cual originó que la brigada parlamentaria paceña abandone esa ciudad. Enseguida, la ley debió ser promulgada
por el presidente Fernandez Alonso y surgió la posibilidad de que la vetase para superar la crisis.

Pero, pese a las numerosas sugerencias, Alonso promulgó la ley, lo cual originó que el Ministro de Gobierno, el paceño, constitucionalista y conservador, Macario Pinilla, renuncie a su
cargo y retorne a La Paz.

El conocido y prestigioso conservador paceño salió de Sucre el 27 de noviembre y su viaje al norte fue una marcha triunfal, fue recibido en forma entusiasta en muchos pueblos del trayecto, como Challapata y Oruro y, finalmente, con una recepción delirante en La Paz, donde llegó el 9 de diciembre.

La prensa paceña anunció la llegada de Pinilla, preparando a la población para que se le hiciese una recepción especial. El Comercio publicó la siguiente nota:

El Dr. Macario Pinilla, ex Ministro de gobierno y su hermano Sabino, como Senador de este Departamento, son esperados el día viernes a horas 2 de la tarde. El pueblo todo se encuentra bien enterado de la conducta airada que ambos hermanos han observado en momentos difíciles para nuestro querido Departamento; especialmente el primero se ha hecho digno de toda consideración por la inquebrantable conducta patriótica con que ha sabido sostener los derechos e intereses del Norte en el seno del gabinete y bajo la atmósfera de presión y salvajismo inimaginables.

Es justo que el noble vecindario de La Paz, sin distinción de clases sociales ni colores políticos vaya a honrar el arribo de estos fieles y dignos hijos del Illimani.

El 9 de diciembre, Marcario Pinilla y su hermano, entraron a La Paz en medio de gran expectativa. El Comercio relata al respecto:

Desde las primeras horas del día de ayer, se observó un movimiento extraordinario. Numerosos caballeros ya en representación de sus partidos o particularmente se trasladaron en carruajes y caballos a la estación del Kenko. Desde las 12 del día empezó a fluir el pueblo a la calle “América” y adyacentes.

El placer y el contento se manifestaban visiblemente en todos los semblantes. Era de apreciar el día de ayer la condición elevada y patriótica del pueblo de La Paz, que rebosando el júbilo iba a dar la bienvenida a dos de sus miembros queridos.

A las 3 de la tarde asomó a la cumbre del Alto la gran comitiva que precedía los coches en que se encontraban los señores Macario y Sabino Pinilla. A las 4 poco más o menos, un hurra de más de dos mil personas saludó a los señores Pinilla en su arribo al puente del Coscochaca, aparte de invitarles por el pueblo a que se apeen como para hacer la entrada más cómodamente, comenzó la marcha en medio de manifestaciones las más significativas.

Raras veces en la historia de esta culta ciudad, habrá de consignarse acontecimiento tan grandioso como el de ayer. Nuestro corazón siempre ha abrigado un sentimiento altamente nobilísimo para con este pueblo hidalgo… cinco días antes llevada a la exacerbación, justamente producida por ultraje que se le infiriera, se vio en la forzosa acción de contener enérgicamente al mal hijo y peor servidor; ayer movido por el afecto se dio cita, sin distinción de clase como para significar el cómo de sus procedimientos, ante quienes han sabido cumplir no sólo con su mandato, sino que han empleado inteligencia y patriotismo en favor de sus intereses.

Coronas, ramilletes y aguas, de olor, en considerable cantidad, han caído sobre esas frentes que, con la serenidad más grande, hánse afrentado al reto de la vil canalla. Las doce cuadras recorridas desde el Coscochaca hasta la casa habitación del señor Macario Pinilla, ha sido una no interrumpida ovación.

Los balcones del tránsito estaban verdaderamente atestados de lo más granado de nuestra sociedad, que a porfía derramaba flores sobre los distinguidos viajeros.

Una vez llegados a la casa, donde el acompañamiento alcanzaba al número mayor de CINCO MIL personas, el señor Macario Pinilla se dirigió al pueblo desde una de las ventanas. La palabra de don Macario Pinilla electrizó de tal manera al numeroso gentío que este no pudo que corresponder sino con un aplauso.

Hablaron también otros, entre ellos Serapio Reyes Ortiz y Fernando E. Guachalla. A las 6, poco más o menos, se diseminó la concurrencia dando vivas a los señores Pinillas, a La Paz, a la federación y a los defensores del pueblo”. El acto fue seguido de un banquete.

A ojos vistas se iba organizando la insurrección general armada del pueblo. Casi súbitamente, Macario Pinilla se convirtió en el gran caudillo del momento. “El pueblo de La Paz –dice su biógrafo Nicanor Tellez– los recibió con indescriptible alborozo, en triunfo, porque consideraba que la renuncia del primer ministro, Dr. Pinilla, del hombre de Estado más influyente de la época, que era la piedra angular
del Gobierno Alonso, importaba, de suyo, la caída de ese régimen de gobierno imprevisor y despopularizado, en todos los pueblos del Norte”.

Otra referencia de Téllez agrega: “Todos los amigos políticos y personales del Dr. Pinilla salieron a su alcance hasta el Kenko, donde le ofrecieron un buen servido lunch”.

La entrada a La Paz de Pinilla fue poco menos que apoteósica. La descripción de Téllez también recuerda:

Un inmenso gentío llenaba todo el trayecto de la ciudad, hasta la casa del ilustre huésped, cuya recepción fue insigne, como no se ha visto, ni se verá otra, por las circunstancias especiales que la determinaron. Las bellas damas paceñas le arrojaban flores y guirnaldas desde los balcones; los vítores del pueblo eran ruidosos y entusiastas, en homenaje al ex Ministro paceño. Era un día de regocijo público sin precedentes y había razón para ello, porque La Paz estaba completamente unificada ante el peligro y la defensa de sus derechos inalienables y sagrados y porque el Dr. Pinilla le había señalado su verdadera orientación, el camino del sacrificio o del triunfo.

La recepción de la muchedumbre al conservador Pinilla fue más notoria porque el 6 de noviembre, los dirigentes de los partidos Liberal y Conservador se habían unificado para formar un llamado Comité Federal, pacto que estaba por encima de los banderíos “ideológicos” y solo tenía como mira el asunto de la Capital.

Al día siguiente, 10 de diciembre, el Prefecto conservador de La Paz, hasta entonces autoridad de confianza del gobierno de Sucre, Serapio Reyes Ortiz, paceño progresista, visitó en las primeras horas de la mañana a Macario Pinilla y después de larga charla, convinieron en hacer la revolución. Sin embargo, Pinilla pidió un día de meditación, al final del cual –desde el domicilio de Serapio Reyes Ortiz– hizo conocer la conveniencia de proclamar la revolución “y apoyarla con todos los elementos disponibles, sin omitir sacrificio alguno”; agregó que “ya que el Sur provocaba al Norte (sic), a una lucha injusta y desigual, había que aceptarla con valentía, so pena de abdicar derechos y someterse a una especie de esclavitud, que resultaría eterna y odiosa. La Paz, dijo, con ardiente patriotismo ha de salir triunfante, porque su causa es justa y santa y cuenta con la unión y la valentía de sus cuatrocientos mil habitantes” (Nicanor Tellez. Ob. Cit.).

(…) Por su patriotismo eminente y las conclusiones revolucionarias a que había llegado y agregó que, una vez que La Paz, en masa, iniciaba la revolución federal, sin distinción de colores políticos, la lucha no sería de partidos, sino seccional entre el norte y el Sur, como en Estados Unidos de Norte América, para establecer por las armas, la hegemonía del cualquiera de ellos, correspondiendo a los paceños defender su ciudad como tales, no como constitucionales o liberales, cuyas filiaciones habían sido borradas tanto en Sucre como en La Paz, ante la cuestión de la capitalía y residencia del Gobierno en aquella ciudad; por consiguiente, ellos no eran infidentes del Partido Constitucional, pues, no se trataba de revolución partidista, sino genuinamente paceña (…). (N. Tellez.
Ob. Cit.).

Reyes Ortiz felicita a Pinilla

El golpe de Estado quedó planteado. Es más, al día siguiente, 12 de diciembre, el golpe de Estado se convirtió en insurrección popular.

Los paceños ilustres se reunieron a medio día en casa de Sabino Pinilla y Macario, su hermano y destacados paceños, y allí se aprobó la forma que se daría a la revolución. Entre otros estuvieron presentes Fernando E. Guachalla, Federico Zuazo, Fermín Prudencio, Víctor E. Sanjinés, Alfredo Ascarrunz y Adolfo Ortega.

El resultado de la deliberación fue que se decidió iniciar la revolución. El pueblo movilizado espontáneamente esperaba esa palabra que significaba desconocer al gobierno de Sucre. De inmediato una gran multitud organizó un desfile a cuya cabeza iban Pinilla y los parlamentarios paceños.

La gran manifestación se dirigió a la casa del prefecto, Serapio Reyes Ortiz, y le pidió plegarse a la revolución. Reyes declaró estar de completo acuerdo con los patrióticos deseos del pueblo paceño y que, por supuesto, apoyaría el movimiento, poniendo a su servicio el Batallón Murillo.

Toma de los cuarteles

Serapio Reyes Ortiz y Macario Pinilla dijeron que se encargarían de reducir personalmente el cuartel del Batallón Murillo (que hasta ese momento tenía la consigna y la obediencia al orden imperante en Sucre). Entonces, tan pronto terminaron los discursos, la enardecida multitud antecedida por los dos ilustres paceños se dirigió al local de esa unidad militar. La euforia popular –ya en estado insurrecciónal– pugnaba por tomar el local de inmediato y apoderarse del armamento. Sin embargo, ese extremo no fue necesario. Los jefes del Batallón aceptaron dialogar con los jefes revolucionarios.
En efecto, Reyes y Pinilla ingresaron solos al cuartel y conferenciaron cos sus jefes y oficiales quienes se pronunciaron a favor del movimiento paceño. Es más, el Batallón decidió lanzarse “al torbellino revolucionario”. El Comercio del 13 de diciembre de 1898 aclara este panorama insurrecional con más detalles y describe:

Los grandiosos hechos de ayer Desde las l2 a.m. del día de ayer, el heroico pueblo de La Paz comenzó a reunirse en la Plaza “16 de julio” con el objeto de conocer la definitiva resolución del Comité Federal, en vista de los telegramas dirigidos por el supremo gobierno.

A las 3 p.m. el pueblo todo, reunido en masa, sitiose frente al Palacio Nacional donde deliberaba el Comité con la asistencia del señor Prefecto del Departamento. La exitación pública crecía de momento a momento y llegó al punto en que todos pedían a gritos y con febril entusiasmo, encaminarse a tomar el cuartel.

El Dr. Reyes Ortiz dirigió la palabra al pueblo desde las ventanas del Palacio y después de manifestarle su opinión franca y sincera en favor de los intereses y los altos propósitos del pueblo donde
había nacido, pronunció estas palabras: “La Columna “Murillo” está con el pueblo y el pueblo está con la Columna “Murillo”.

Recomendó, enseguida, –continúa la noticia de El Comercio– la mayor circunspección orden y serenidad en los críticos momentos por los que el país atravesaba y manifestó que se habían dado ya las órdenes respectivas para el encuartelamiento de la Guardia Nacional.

Se organiza un nuevo ejército Un atronador ¡Viva la revolución! Resonó imponente en el espacio – continúa diciendo la prensa–. El pueblo lleno del más frenético entusiasmo se dirigió a los cuarteles interinamente designados para la reunión de las Guardias nacionales.

En menos de quince minutos, más de CUATRO MIL HOMBRES reunidos en sus respectivos cuarteles, juraban defender los lejítimos derechos del pueblo, derechos ultrajados por la ambición desmedida y lugareña del pueblo chuquisaqueño, y hollados por el Presidente de la República, quien después de haber ofrecido vetar la inconsulta ley que fijaba a perpetuidad la residencia del gobierno en la ciudad de Sucre, la ha sancionado, dando con ello y sin motivo alguno, un sopapo al altivo pueblo de La Paz….

Pero éste, que ha heredado la sangre de Murillo y Avaroa, ha contestado ese ultraje, simple y elocuentemente con el desconocimiento de su autoridad.

¡Bien por el heroico pueblo paceño! El día de ayer se ha proclamado unánimemente, sin que exista una sola nota discordante, sin que se haya notado división alguna entre nuestros ciudadanos, la federación.
A las 5 p.m., el Presidente del Comité Federal, acompañado de varias personas de su seno y del C. Municipal, se dirigió a las casas de distinguidos personajes paceños, los señores Lucio P. Velasco, Federico Diez de Medina, Eliodoro Camacho, Pedro Villamil, Ventura Farfán, etc. etc. a fin de recoger sus respetables firmas en el Acta de constitución del Gobierno federal, cuyo tenor es el siguiente:
Acta.

El pueblo de La Paz proclama la regeneración de Bolivia bajo el régimen del gobierno federal y nombra a los señores Serapio Reyes Ortiz, José Manuel Pando y Macario Pinilla para
que, constituido en Junta de Gobierno, organicen la defensa de los derechos de la Nación y de este departamento, hasta obtener la victoria.

El pueblo confía en ellos y espera que su acción enérgica y patriótica satisfará las lejítimas aspiraciones manifestadas el 6 de noviembre último, para cuyo fin ofrece su sangre y su vida.

“La Paz, diciembre 12, 1898. (Fdo.) Sabino Pinilla, Federido Zuazo y varias firmas.

Mientras parte del pueblo a la cabeza de Reyes Ortiz y Pinilla reducía al Cuartel Murillo y sus 300 plazas, en el Palacio de la Plaza 16 de julio (hoy Plaza Murillo), se producía una reunión en la que se creó
la junta de gobierno revolucionario con la participación de Serapio Reyes Ortiz, Macario Pinilla, José Manuel Pando y Fernando E. Guachalla.

En esa forma, el pueblo se adueñó del poder del Estado. La creación del nuevo gobierno se produjo por una resolución aprobada en esos históricos momentos, la misma que dictaminó:

En obedecimiento al mandato del pueblo, se constituye una Junta de Gobierno compuesta por los suscritos y del coronel José Manuel Pando, con todas las facultades anexas al poder
ejecutivo nacional. Nómbrase secretario general, al señor doctor Fernando E. Guachalla y general en Jefe del ejército al señor general don Eliodoro Camacho. Los empleados civiles y
militares continuarán en el desempeño de sus respectivos cargos. “Publíquese.

La Paz, 12 de diciembre de 1898. (Fdo.)
Serapio Reyes Ortiz, Macario Pinilla”

Los sucesos del 12 de diciembre, cuando el pueblo paceño arrebató a la oligarquía colonial de Sucre el poder del Estado, causaron una situación social extraordinariamente combativa, al extremo que la prensa convocó a la ciudadanía paceña “a las armas”. Una nota de El Comercio revela esa situación revolucionaria, en la edición del 13 de diciembre y que dice:

¡A las armas!
Es indescriptible el entusiasmo patriótico que se nota en todo el pueblo.
Todos y cada uno de los ciudadanos que lo componen están listos a empuñar las armas y defender sus derechos hollados.
¡Vencer o morir! He ahí las únicas palabras que están grabadas hoy en su corazón. He ahí el lema del pueblo paceño en estos momentos de honra nacional; en estos momentos en que seha de borrar la ofensa inferida a nuestro Escudo paceño.
¡Con la victoria o la muerte!
¡A LAS ARMAS CIUDADANOS!

En esa forma, los paceños se dieron un gobierno propio “con todas las facultades anexas al poder ejecutivo nacional” y quedó, por tanto, desconocido el gobierno de Sucre.

Acto seguido estalló la insurrección. Es más, quedó hecho añicos el viejo poder estatal y se creó los fundamentos del nuevo aparato del Estado.

Consciente de la magnitud de la acción recién iniciada y .a gravedad de la situación –caracterizada por la debilidad de La Paz y la poderosa fuerza de Sucre– La Junta de Gobierno asumió de inmediato la responsabilidad de cumplir la tarea empezada. Por tanto, comenzó a dictar las medidas necesaria que obligaba la situación.

El golpe de Estado se enlazó inmediatamente con la insurrección popular hasta ese momento fermentada desde tiempo atrás y que alentaban los liberales bajo la consigna de Eliodoro Camacho: “Viva el orden, abajo las revoluciones”, que en realidad era “Viva las revoluciones, abajo el orden”, haciendo, naturalmente, referencia al corrupto orden colonial y feudal originado en el gobierno de
Melgarejo.

Pero, la iniciativa y el heroísmo masivo del pueblo paceño no se limitó a tomar el poder, desatar la insurrección y esperar los acontecimientos con los brazos cruzados. Al contrario, no perdió fuerza y, consecuentemente, se planteó complicadísimas tareas, como ser procedió a organizar la defensa armada de la revolución. actuó, en ese sentido, para organizar un ejército revolucionario a partir
del Escuadrón “Murillo”, que de 300 plazas mal armadas pasó a tener 4.000 milicianos voluntarios dispuestos a dar “su sangre y su vida” por la causa. Es más, esa fuerza ocupó y se apoderó de los cuarteles y sus armas y se organizó militarmente.

Conformada la base humana de la fuerza armada de La Paz, la Junta la organizó jerárquicamente y nombró su máxima autoridad por Orden General, la misma que El Comercio especifica:

El día de ayer, la Junta de Gobierno ha hecho conocer que: Es General en Jefe del Ejército Federal, el señor General Eliodoro Camacho; jefe de Estado Mayor, el General Fermín Prudencio; Sub jefe, el Coronel Ismael Montes; Jefe de la Sección el Teniente coronel José Borda; Jefe de Sección el Tenientecoronel Hugo Saravia.

Encuartelamiento
Han comenzado a encuartelarse definitivamente dos cuerpos de línea y próximamente lo harán los demás”.
De otro lado, la próxima llegada del coronel José Manuel Pando sirvió para fortalecer la marcha revolucionaria de la insurrección y de la organización del nuevo Ejército. Ante la noticia que ese coronel liberal se aproximaba a La Paz, el movimiento se tonificó enormemente.
El espíritu revolucionario paceño continuó creciendo y contagió a entonces. En medio de la euforia se informó que el Obispo de La Paz se incorporó al movimiento político.
El aliento que recibía la rebelión paceña desde todos los ángulos determinó que el golpe de Estado, convertido ya en insurrección, empiece a convertirse en Guerra Civil. más aún cuando se
confirmó la movilización del Sur sobre La Paz del ejército oligárquico de Alonso, a la luz de la siguiente noticia que publicó la prensa en una breve
nota:
Movilización del ejército Se dice haber expedido el decreto de movilización del Ejército con rumbo al Centro y Norte de la República.

Pero no todo era color de rosa. Dentro de la Junta revolucionaria en formación surgieron contradicciones que estuvieron a punto de hacer fracasar la formación del nuevo gobierno.
En efecto, se plantearon dos problemas: quién presidiría la Nación en caso necesario y la presencia en el seno de la Junta del Cnl. José Manuel Pando, (quien todavía no había llegado
a La Paz) cuya personalidad era puesta en duda ya que hasta entonces había fungido como senador por el Departamento de Chuquisaca y como tal votó a favor de la Ley de Radicatoria
de la Capital de la República en Sucre y no en La Paz.

El pueblo paceño estaba prevenido contra el Cnl. Pando por su actuación en Sucre y la prensa no dejó de expresarlo. El Comercio publicó al respecto la siguiente nota:

Conducta muy comentada

Es la que viene observando el Cnl. José Manuel Pando en todo lo que se relaciona con los acontecimientos últimamente sucedidos en Sucre, con motivo de las provocaciones de la
representación camaral del Sur.
Se creía de que su silencio hubiese tenido punto una vez que pasó el proyecto reformatorio de la Constitución, al Senado de donde es miembro; pero todo lo contrario, si nos referimos al
telegrama con que abrimos la presente crónica, resulta que más bien Pando ha votado a favor de las pretensiones de los chuquisaqueños, dando así una prueba vidente de su muy poco
irrespeto para con los fueros de su mismo campanario. Salvo que estemos incurriendo en algún error, que desde luego desearíamos que sea así, para que la personalidad del Cnl. Pando no caiga
tan mal ante la consideración del pueblo que quizá llegaría el caso de tenerle que corresponder en igual moneda”.
Pando se constituyó, así, en uno de los primeros escollos del movimiento revolucionario paceño. Sin embargo, los dos problemas mencioandos fueron superados sibilinamente. En efecto,
Pinilla cedió en favor de Pando toda posibilidad presidencial y luego se olvidó el asunto de la capitalía. N. Tellez refiere al respecto:
El nombre del coronel Pando fue propuesto y sostenido por el Dr. Pinilla en los acuerdos preparatorios celebrados en la víspera, porque había mucha resistencia para aceptarlo como
triunviro, a causa de su actitud como senador por Sure, que votó a favor de la ley de radicatoria, al punto de que antes de esa resolución, la familia del coronel había enviado al señor César Salinas
a Caracollo, para que de allí se dirija a Luribay, porque se notaba mucha excitación contra él en La Paz.

En todo caso y al parecer a regañadientes, debido a las urgencias del momento, el conflicto fue superado y los dos asuntos “resueltos” sin mayor dificultad.

Proclamada la junta de gobierno revolucionario y tomado el cuartel del Batallón Murillo por Reyes Ortiz, Pinilla y la masa popular, las nuevas autoridades y las tropas, en una verdadera “alianza de clases”, tomaron las calles, recorrieron las principales arterias con gran júbilo y alborozo, al son del Himno de La Paz “cuyos acordes marciales y patrióticos tienen la virtud de entusiasmar a las multitudes, del mismo modo que la Marsellesa, el himno sagrado de la libertad” –según comenta Tellez en su biografía de Macario Pinilla.

Entonces, el pueblo paceño se lanzó a ciencia cierta a la insurrección. Para entonces el golpe de Estado se había convertido en insurrección popular. El pueblo paceño impuso un nuevo orden de cosas.
Desconoció el viejo ordenamiento político, sus autoridades, sus leyes, su ejército, su policía. Estaba dispuesto a establecer un nuevo régimen, un régimen nacional y democrático para eliminar el sistema colonial y feudal creado por la oligarquía de la plaza y su aliada, la casta terrateniente feudal. Prácticamente, llevando hasta el fin la transformación histórica, estableció un régimen nacional democrático
revolucionario popular.

La insurrección recién estallada tomó de inmediato todo el poder, organizó un nuevo gobierno nacional, desconoció al gobierno de Sucre, ocupó los cuarteles y se dispuso a organizar un nuevo ejército revolucionario de 4.000 plazas a las que proveyó su propio armamento y programa político. La revolución necesitaba fuerzas armadas propias para acabar con la oligarquía minero-terrateniente, así como para defender las conquistas revolucionarias frente a los enemigos internos y externos.

El 13 de diciembre, “El Comercio” consideró los sucesos de la víspera como “los grandiosos hechos de ayer”. Pero los sucesos del 12 de diciembre eran, sin embargo, sólo el comienzo de una revolución.
Grandes problemas se vislumbraban en el horizonte ya que el gobierno conservador de Sucre, poseído de un furioso odio político contra La Paz acudió al Ejército para aplastar al pueblo insurrecto.

Pasados los primeros momentos de la revolución que fueron de frenético entusiasmo apareció la dura realidad con todas sus facetas objetivas. En efecto se carecía de fondos y Reyes Ortiz afirmó que solo se disponía de 1.000 Bs. en el Tesoro Departamental y que en el parque solo existían unos cuantos rifles viejos de diversos sistemas y sin municiones, hecho que, por lo demás, era conocido por
el gobierno de Sucre que, por su parte, tenía abundantes fondos y un formidable ejército, así cómo los capitales de los bancos.

El retorno a la realidad no solo fue alarmante sino también doloroso. Pero, los paceños, obligados a defender sus derechos, sin más recursos que su heroísmo para morir o vencer, no retrocedieron ni un milimetro, bajo la consigna de “¡Persistir es la orden!”.

Sin armas ni dinero, el pueblo paceño se puso manos a la obra. El insurrecionado y militante movimiento ya solo tenía que esperar la reacción del gobierno de Sucre, del cual se supo que marchaba hacia el norte para consumar una acción punitiva destinada a sofocar sin piedad el movimiento revolucionario e inclusive atacar y ocupar La Paz a sangre y fuego.

En realidad, la insurrección estaba recién comenzando y había que adoptar todavía una serie de medidas para consolidarla, defenderla y llevarla hasta el final. La junta de gobierno empezó a tomar las medidas del caso.

Organizacion militar de la revolución

Frente a la nueva situación política, la junta de gobierno empezó a gobernar, más aún porque la insurrección derivaba en guerra civil ante la inminente presencia del Ejército de Alonso que
con 3.000 plazas marchaba contra La Paz.

En ese sentido, lo primero que hizo la junta fue organizar un nuevo ejército capaz de enfrentar al sur. Sobre la base del Batallón Murillo de 300 plazas se creó la Guardia Nacional con los siguientes batallones: “Loa”, “Victoria”, “Illimani”, “La Columna del Orden”, “Los Zapadores” y el “Murillo”. Así mismo se organizaron los regimientos de caballería “Abaroa”, “Murillo” y “Republicano”.

A esa fuerza empezaron a sumarse efectivos de las provincias paceñas que se plegaron al movimiento con gran decisión, aportando hombres, armas, dinero, vituallas, munición y apoyo político incondicional. El primer día de la revolución, el nuevo ejército, llamado “Ejército Federal”, fue conformado con 600 plazas armadas, esperándose llegar a los 4.000 efectivos que fueron organizados después en cuatro divisiones.

Pero esa organización militar revolucionaria era todavía pequeña y carecía de suficiente armamento para hacer frente a un enemigo seis o siete veces superior en número y mucho mayor
en potencia de fuego. Entonces, de inmediato la junta resolvió adquirir armamento en Perú. Se dispuso que el doctor Claudio Pinilla (hermano de Macario) que a la sazón ejercía el cargo de
Ministro Diplomático en Lima, adquiriese una importante partida de armas.

En efecto, después de renunciar a su cargo, Claudio Pinilla compró las armas en Lima, Perú. Al respecto, (hecho que será aclarado posteriormente), Nicanor Tellez hace la siguiente revelación sobre este aspecto decisivo y poco conocido de los acontecimientos de ese año:

El Dr. Claudio Pinilla, libre ya de su situación oficial en Lima, con el concurso de otras individualidades, pudo obtener, mediante combinaciones atinadas, el crecido armamento moderno, con dotación de medio millón de tiros que vino a La Paz, contingente de armas que llegó muy a tiempo, el 5 de enero de 1899, en 5 días, desde Lima, en momentos en que el enemigo se hallaba ya en Viacha, a las puertas de La Paz, cuando las comunicaciones con el interior y exterior de la República, estaban clausuradas. (N. Tellez. Ob. cit.).

Los revolucionarios no se durmieron en sus laureles, ni mucho menos. Empezaron a actuar enérgicamente tomando grandes decisiones, y en particular organizando un nuevo ejército y armándolo lo más posible, aun acudiendo a extremas medidas. Un verdadero espíritu revolucionario dominaba a los políticos paceños.

Ante la amenaza de la llegada del ejército oligárquico del sur, la junta de gobierno también decidió defender La Paz y recordó las barricadas del 15 de enero de 1871, cuando se dispuso resistir a Mariano Melgarejo (que llegaba de Potosí, donde entró a sangre y fuego) y que determinaron la derrota del tirano que fue puesto en fuga al Perú y definitivamente alejado de Bolivia.

Para garantizar esa defensa, una de las primeras medidas de la junta de gobierno fue designar como General en Jefe del Ejército al General Elidoro Camacho. El día 14, José Gonzales Quint fue designado Prefecto de Policía. Es más, el 14 de diciembre, la junta procedió al “rescate de armas”, acto que se efectuó en la Plaza 16 de julio, con el fin de armar a los 4.000 milicianos voluntarios que formaban el flamante ejército liberal creado en la víspera.