El Supay que Nunca Fue Diablo

El tio, el diablo de la mina boliviana
El tio, el diablo de la mina boliviana

En las minas de Bolivia, los hombres le ofrendan cigarrillos y alcohol a un ídolo de cuernos y colmillos al que llaman El Tío. Le piden que no los mate. La historia de cómo ese dios terminó pidiendo permiso para seguir existiendo es la historia de esta tierra: la historia de un disfraz que duró cinco siglos.

El Descenso: Cuando la Mina Te Recibe con su Peso

Lo primero que sientes al bajar no es miedo: es el peso. El peso de la montaña apretándote los tímpanos, el peso del silencio que es más ruidoso que cualquier explosión. Después, el olor: tierra mojada, pólvora, el sudor ácido de generaciones de hombres que se pasaron la vida royendo estas piedras.

El Encuentro: Ahí Está el Tío, el Amo del Socavón

Y entonces, en un hueco de la roca, tu lámpara lo enciende. Ahí está.

Tiene cara de pesadilla medieval, cuernos de chivo retorcidos, colmillos que le salen de una boca congelada en un gruñido de estatua. Es El Tío. O El Supay. O el Dueño. O, como me dice un minero con una sonrisa que no llega a los ojos: «El patrón de verdad».

La Adoración Cotidiana: Rituales en la Oscuridad

Los mineros le fuman, le beben, le rezan. Le piden que no les quite el aire en las galerías profundas, que les muestre la veta, que los deje volver a ver el sol. Le tienen miedo. Y sin embargo, lo que están mirando no es un demonio.

Están mirando el cadáver de un dios, disfrazado de monstruo para sobrevivir.

La Explicación Antropológica: Milton Eyzaguirre y el Malentendido Perfecto

Milton Eyzaguirre, antropólogo del Museo Nacional de Etnografía y Folklore, dice en una oficina llena de papeles, lejos del polvo de la mina: «Fue el malentendido perfecto». Y lo dice así, tranquilo, como si estuviera describiendo un error de ortografía y no el genocidio cultural que fue. «Los españoles escuchaban a los indígenas decir ‘Supay’ y traducían ‘diablo’. Pero el Supay no era el diablo. Era otra cosa.» Era, para ser precisos, los muertos.

El Origen Prehispánico: Cuando los Muertos eran Fertilidad

Antes de que Colón se equivocara de continente, en estas montañas la muerte no era un castigo: era una mudanza. Tus abuelos, tus padres, tus hijos que se te habían adelantado, no se iban al infierno. Se trasladaban al ukhupacha, el mundo de adentro, y desde ahí te echaban una mano. Eran una especie de managers celestiales de segundo piso, los sullkas, que negociaban con los jefazos—la Pachamama, los achachilas—para mandarte fertilidad, para que la tierra diera frutos y, claro, para que la mina soltara su metal.

La Evidencia Arqueológica: Las Cerámicas Moche que lo Demuestran

Eyzaguirre me muestra fotos de cerámicas moche. Son calaveras. Calaveras con falos enormes, desproporcionados, obscenos. «Fíjese,» me dice, «la muerte, representada como lo que era: la gran fertilizadora. El Supay original no daba miedo: daba vida.»

La Imposición Colonial: La Cruz y la Espada contra el Falo

Pero llegaron los hombres con cruces y espadas y les dijeron: ese que ustedes celebran, el de la calavera y el falo, es el Enemigo. Es Satanás.

La Resistencia Ingeniosa: El Disfraz como Supervivencia

Y aquí es donde la cosa se pone brillante, en el sentido más perverso de la palabra. Porque, ¿qué hicieron los mineros, esos pragmáticos de la supervivencia? No lo escondieron. No lo negaron. Le pusieron cuernos y colmillos y lo pusieron en un altar. Le dijeron a los curas: «Sí, señor, es el diablito». Y siguieron ch’allando, fumando, pidiendo.

Le fabricaron un disfraz tan convincente que hasta ellos mismos a veces se lo creyeron.

La Realidad Actual: El Tío, Esquizofrénico y Vigente

Hoy, el Tío es ese ser esquizofrénico: tiene pinta de demonio cristiano pero cumple las funciones de un dios andino. Es el santo patrono de la contradicción. Los mineros le temen como al diablo pero le piden favores como a un santo. Le ofrendan cigarros y alcohol—cosas que, si lo pensás, son puro veneno—y esperan que les devuelva con vida.

La Máscara que Todos Llevamos Puesta

Cuando salgo de la mina, la luz del día me duele en los ojos. Pienso en ese ídolo ahí abajo, en su soledad de actor que nunca puede salir de personaje. Pienso que lleva cinco siglos interpretando al villano para que su pueblo no lo olvide.

Y me pregunto: en esta Bolivia nuestra, hecha de dioses disfrazados de santos y de demonios que en realidad eran dioses, ¿no será que todos estamos, de una manera u otra, haciendo lo mismo que el Tío? Poniéndonos una careta para que no nos maten, mientras, por debajo, seguimos siendo lo que siempre fuimos.