Memorias del último soldado de la Independencia – Resumen

memorias del último soldado de la Independencia
memorias del último soldado de la Independencia

«Juan de la Rosa: Memorias del último soldado de la Independencia» es una obra rica y compleja que ofrece una mirada única a la Guerra de la Independencia en Bolivia, fusionando eventos históricos con la vida personal del protagonista, Juan de la Rosa.

Esta novela, reconocida como la más destacada de Bolivia, cuenta la historia de un niño huérfano desde la Revolución de Cochabamba en 1810 hasta el asedio de la ciudad dos años después. A través de sus páginas, se describen las batallas de Aroma y Amiraya, así como el valiente sacrificio de las mujeres de Cochabamba que resisten la carga de la caballería de Goyeneche en la colina de San Sebastián.

Aunque Nataniel Aguirre, un diplomático e historiador, se considera comúnmente el autor, algunos estudiosos sugieren que pudo haber corregido y editado la obra, mientras que el verdadero escritor podría ser el coronel Juan de la Rosa o Juan Altamirano Calatayud. La primera edición, titulada «Cochabamba» y publicada en 1885, no menciona al autor en la portada, centrando la atención en el protagonista, Juan de la Rosa. A pesar de su falta de reconocimiento inicial, esta obra maestra literaria ha perdurado como un testimonio esencial de la historia boliviana.

  1. Perspectiva única: La narrativa en forma de memorias proporciona una perspectiva íntima y personal de los eventos históricos, permitiendo a los lectores sumergirse en la vida cotidiana y las luchas personales de Juan de la Rosa durante la guerra.
  2. Exploración cultural e histórica: La novela es elogiable por su profundidad en la exploración de la identidad cultural y la complejidad histórica de la sociedad boliviana durante la independencia. La obra presenta una rica tapiz cultural, incorporando mitos, tradiciones y personajes que enriquecen la comprensión del lector sobre la historia boliviana.
  3. Desarrollo del personaje: Juan de la Rosa experimenta un notable desarrollo a lo largo de la historia, pasando de ser un joven mestizo a convertirse en un soldado comprometido. Este viaje proporciona una conexión emocional sólida con el lector y añade profundidad a la trama.

En general, «Juan de la Rosa» es una obra valiosa que ofrece una mezcla única de historia y ficción. Aunque presenta ciertos desafíos narrativos y áreas de mejora, su contribución a la comprensión de la historia y la cultura bolivianas lo hace una lectura significativa y enriquecedora.

Capítulo I – Primeros recuerdos de mi infancia

La historia narra la vida de un niño cuya figura materna es Rosita, conocida como «La Linda Encajera», en la villa de Oropesa. Rosita es descrita como una joven criolla hermosa y talentosa en la costura, y el niño la considera su ángel tutelar. Aunque el niño la llama madre con orgullo, ella rara vez utiliza la palabra «hijo». Viven modestamente en una habitación con muebles sencillos y decorada con estampas y pinturas.

La descripción detallada de Rosita destaca su belleza, habilidades y el cariño maternal hacia el niño. Se revela que recibió una educación esmerada para la época. La narrativa también menciona la presencia de otras personas en sus vidas, como don Francisco de Viedma, un anciano noble, y el padre agustino Fray Justo, quien enseña al niño a leer.

A pesar de su humilde situación, la casa es acogedora y llena de amor. Se mencionan ocasionalmente visitas de personas a la humilde morada, y se insinúa que algunos eventos históricos afectan la vida de los personajes. La historia evoca una época específica y destaca la importancia de las relaciones afectivas en medio de las circunstancias difíciles.

La narrativa continúa con una tarde calurosa de octubre en la que un noble anciano, don Francisco de Viedma, visitó a Rosita y al niño. Después de hablar sobre la miseria que afectaba al país, el anciano mostró simpatía hacia el niño, llamado Juanito. Al finalizar la visita, aceptó la propuesta de Rosita de acompañarlos a su casa.

Caminaron por una calle desierta, llegaron a una puerta espaciosa y, tras cruzar un puente sobre una acequia, se detuvieron. El anciano elogió al niño y le recomendó a Rosita que le hiciese un «mameluco» y comprara un muñeco para la Fiesta de Todos los Santos, con la condición de que aprendiera la cartilla. Rosita reveló que el niño ya sabía leer gracias a Fray Justo del Santísimo Sacramento.

El anciano resultó ser don Francisco de Viedma, y menciona que, al morir, él quiso fundar un asilo para huérfanos en esa quinta. La historia también destaca la relación especial del niño con el padre agustino Fray Justo, quien venía regularmente a enseñarle a leer.

La trama sugiere una conexión entre don Francisco de Viedma y la quinta, apuntando a su deseo de ayudar a los huérfanos. La presencia de personajes como Fray Justo y don Francisco de Viedma contribuye a la riqueza de la trama y a la atmósfera histórica de la narrativa.

La narrativa continúa con una tarde calurosa de octubre en la que un noble anciano, don Francisco de Viedma, visitó a Rosita y al niño. Después de hablar sobre la miseria que afectaba al país, el anciano mostró simpatía hacia el niño, llamado Juanito. Al finalizar la visita, aceptó la propuesta de Rosita de acompañarlos a su casa.

Caminaron por una calle desierta, llegaron a una puerta espaciosa y, tras cruzar un puente sobre una acequia, se detuvieron. El anciano elogió al niño y le recomendó a Rosita que le hiciese un «mameluco» y comprara un muñeco para la Fiesta de Todos los Santos, con la condición de que aprendiera la cartilla. Rosita reveló que el niño ya sabía leer gracias a Fray Justo del Santísimo Sacramento.

El anciano resultó ser don Francisco de Viedma, y la narradora mencionó que, al morir, él quiso fundar un asilo para huérfanos en esa quinta. La historia también destaca la relación especial del niño con el padre agustino Fray Justo, quien venía regularmente a enseñarle a leer.

La trama sugiere una conexión entre don Francisco de Viedma y la quinta, apuntando a su deseo de ayudar a los huérfanos. La presencia de personajes como Fray Justo y don Francisco de Viedma contribuye a la riqueza de la trama y a la atmósfera histórica de la narrativa.

La narrativa describe a Fray Justo como un personaje extraordinario, enigmático y melancólico. A pesar de su apariencia imponente, revela facciones nobles y una frente abultada coronada de canas prematuras que infunden respeto. Su forma de hablar y expresar sus ideas, incomprensibles para muchos en esa época, provoca amor y veneración en quienes pueden penetrar en su pensamiento.

El texto presenta también a Alejo, el maestro cerrajero y herrador, como un amigo fiel que visita a Rosita y al niño diariamente. A pesar de su apariencia fuerte y ruda, se revela como una persona bondadosa, especialmente hacia Rosita, a quien adora como a una santa. Su condescendencia con el niño a veces irrita a la madre, pero Alejo siempre demuestra aprecio por ambos.

La historia se desarrolla con episodios cotidianos en la vida de estos personajes, revelando la convivencia y las relaciones que se forman en su humilde entorno. La narrativa también sugiere tensiones y dolor en el pasado de Rosita y Fray Justo, destacando la dificultad de recordar tiempos felices en medio de la miseria.

La presencia de don Francisco de Viedma, el padre de los desgraciados, agrega un elemento intrigante a la trama, especialmente con su deseo de fundar un asilo para huérfanos. La historia continúa tejiendo las complejidades de estos personajes y su entorno, proporcionando una visión rica y detallada de sus vidas.

Capítulo II Rosita enferma. -Un nuevo amigo

En el año 1810, se observa la preocupante salud de Rosita, que muestra signos de enfermedad. A pesar de sus esfuerzos por ocultar su sufrimiento, su estado físico y emocional es evidente. El narrador también destaca eventos políticos turbulentos, como la muerte de Don Francisco de Viedma y la inquietud entre los amigos Fray Justo y Alejo. Fray Justo comparte detalles impactantes sobre la ejecución de Pedro Domingo Murillo, elogiando su nobleza y dignidad ante la adversidad. Este periodo se caracteriza por la incertidumbre política y el sufrimiento personal de los personajes.

En este fragmento, se relata el impactante evento de la ejecución de Pedro Domingo Murillo y otros mártires. Murillo muestra serenidad y valentía, pronunciando palabras que inspiran a los presentes. Además, se describe un incidente trágico durante la ejecución de Juan Antonio Figueroa. Se comparte una carta en la que se destaca la importancia de los sacrificios en la lucha por la libertad. La escena culmina con una situación de emergencia cuando la madre del protagonista sufre un episodio de salud debido a su esfuerzo constante, desencadenando la preocupación de los presentes, especialmente de Fray Justo. La madre revela su sacrificio por ahorrar dinero para la educación de su hijo, lo que conmueve profundamente al protagonista y al maestro. La escena refleja la conexión emocional entre los personajes y la lucha constante por la libertad y la dignidad.

En la intervención de «El Overo», un muchacho travieso y alborotador, en la vida de Juanito. Aprovechando la ausencia momentánea de la madre de Juanito, «El Overo» lo persuade para jugar y divertirse, introduciéndolo en actividades no autorizadas, como la palama y otros juegos más propios de la calle que de la educación de Juanito. Además, descubre un paquete misterioso en el cuarto de Juanito, generando curiosidad y desconcierto. La situación se complica cuando la madre de Juanito regresa y descubre el desorden causado por «El Overo», generando su enojo. La intervención de «Compadre Carrasco» al final del fragmento anticipa posibles complicaciones futuras.

CAPITULO III – Lo que yo vi del alzamiento

En este capítulo, Juanito narra cómo, a pesar de su promesa de no unirse a El Overo, se ve arrastrado por él y su banda en medio del alboroto del 14 de septiembre, vinculado al alzamiento popular. El entusiasmo de El Overo lo lleva a nombrar a Juanito como capitán de la pequeña banda, una posición que Juanito acepta de manera inesperada. En un discurso improvisado, Juanito proclama su disposición a morir por la libertad y se suma al fervor revolucionario. La escena refleja la mezcla de inocencia, entusiasmo y confusión propia de un niño involucrado en eventos tumultuosos.

Juanito describe la escena en la plaza de Cochabamba durante el alzamiento del 14 de septiembre. La multitud se aglomera en la plaza, con milicianos y una tropa de campesinos de Cliza que portan armas improvisadas. Los criollos, liderados por don Estevan Arze y don Melchor Guzmán Quitón, cabalgan con elegancia, mientras que las familias criollas observan desde los balcones y la galería superior del Cabildo. Fray Justo, el maestro de Juanito, se encuentra en medio de la multitud, hablando y gesticulando de manera efusiva. La plaza está llena de consignas y gritos a favor de Fernando VII, la patria y los líderes criollos. En este ambiente caótico, Juanito se encuentra en una posición privilegiada para observar los acontecimientos, levantado en brazos y en equilibrio sobre los hombros de sus compañeros.

Juanito narra cómo el tumulto en la plaza se traslada hacia el Cabildo. Después de que los repiques de campanas cesaran, los notables, encabezados por Oquendo, logran calmar a la multitud y proclaman la apertura del Cabildo. La gente se amontona frente al edificio y se crea un ambiente tenso. Juanito y sus compañeros deciden dirigirse hacia la calle de las Pulperías, donde presencian un intento de linchamiento a un caballero, acompañado por Fray Justo. La situación se complica, y Alejo, un cerrajero con una barra de hierro, amenaza con matar al hombre. Fray Justo, con astucia, logra salvar al hombre y apaciguar la situación.

Después de este episodio, Juanito y sus compañeros regresan al lado del Cabildo, donde se difunden noticias sobre la formación de una junta en Buenos Aires y el nombramiento de un nuevo gobernador. La multitud celebra estos eventos con entusiasmo, pero Juanito, a pesar de unirse a las aclamaciones, se siente confundido y desconcertado por la falta de comprensión de lo que realmente está sucediendo. Fray Justo lo encuentra y le ofrece explicaciones, invitándolo a ir al convento para hablar más a fondo.

CAPITULO IV – Comienzo a columbrar lo que era aquello

Fray Justo expone a Juanito las razones detrás del alzamiento y la búsqueda de autonomía. Destaca la lejanía del rey, la discriminación hacia los criollos, mestizos e indios, y las restricciones impuestas en diversos ámbitos como la agricultura, la minería, el comercio y la manufactura. Expone la falta de acceso a la educación y la represión hacia aquellos que buscan conocimientos más allá de lo permitido.

Además, Fray Justo menciona el control sobre la producción local, como la destrucción de viñedos y olivares, y la prohibición de realizar ciertos cultivos para evitar la competencia con las producciones de la Península. También destaca la limitación en el acceso a la instrucción, la cual se brinda de manera escasa y con restricciones, con un énfasis irónico en las enseñanzas de la Universidad de San Francisco Javier de Chuquisaca.

Fray Justo revela la situación en Cochabamba, donde enseñar a leer a los varones era considerado un crimen de lesa majestad. Estos elementos sirven para contextualizar las tensiones y motivaciones detrás del alzamiento y la búsqueda de un gobierno propio en la región.

Fray Justo continúa su relato, enfocándose ahora en la crítica a la religión practicada por los sacerdotes de la época. Expone que la religión se ha desviado de la verdadera doctrina de Jesús y que los sacerdotes perpetúan divisiones raciales y jerarquías sociales en lugar de fomentar la igualdad y la justicia. Critica la adoración de imágenes en lugar de centrarse en el culto espiritual y menciona prácticas supersticiosas que contradicen la enseñanza cristiana.

Luego, Fray Justo se sumerge en la crítica a las festividades religiosas que, según él, se centran más en obtener beneficios temporales que en promover la verdadera devoción espiritual. Describe la adoración de figuras animales en algunas parroquias y sugiere que las prácticas religiosas se han desvirtuado hasta el punto de rozar la idolatría.

Después de exponer sus críticas a la religión, Fray Justo pasa a discutir la esclavitud y la dificultad de abandonar esta práctica arraigada. Utiliza la metáfora de un hombre que, tras pasar muchos años en prisión, vuelve a solicitar su celda oscura y tranquila, comparándolo con la resistencia a abandonar la esclavitud.

Finalmente, Fray Justo relaciona el cambio de perspectiva en las colonias americanas con el contexto internacional, mencionando el impacto de la Revolución Francesa y la destitución del rey en España. Sugiere que el grito de «¡Viva Fernando VII!» esconde un mensaje más profundo: «¡abajo el rey, arriba el pueblo!» y anticipa que estos hombres del cabildo buscan la independencia.

Continúa Fray Justo con el relato del alzamiento encabezado por Alejo Calatayud. Este levantamiento se originó a raíz de la noticia de que don Manuel Venero y Valero, revisitador nombrado por el rey, vendría a empadronar a mestizos e indios para que pagaran impuestos. Aunque la información era inexacta y se buscaba únicamente inscribir a los indígenas en los padrones, los mestizos temían abusos y males derivados de esta acción.

La resistencia fue liderada por Alejo Calatayud, un joven oficial de platería de sangre mezclada. Fray Justo revela que Alejo, además de los vejámenes generales que amenazaban a todos, tenía motivos personales para oponerse al revisador, ya que había sido herido por don Juan Matías Cardogue y Meseta, capitán de milicias del rey.

El levantamiento tuvo lugar el 29 de noviembre, con la participación activa de Estevan Gonzales, José Carreño, José de la Fuente, y otros mestizos. Alejo, decidido a vengarse y liderar la resistencia, se unió a la causa. La multitud, al grito de «¡viva el rey, mueran los guampos!», invadió la plaza, rompió las puertas del cabildo y la cárcel, apoderándose de las pocas armas disponibles.

La lucha se libró en San Sebastián, donde Alejo Calatayud agitaba una bandera negra y proclamaba consignas de venganza. El enfrentamiento resultó en la huida del revisitador y la retirada de Cardogue, pero también en una violencia desatada por la multitud, que saqueó casas y, en algunos casos, se dirigió contra criollos. Alejo no participó en el pillaje, y a pesar de la victoria, continuó viviendo y murió pobre.

La revelación de Fray Justo sobre la historia de la familia Calatayud y sus conexiones con los movimientos de independencia dejó a nuestro joven protagonista en un estado de reflexión profunda. Aunque su madre lo recibió con ansias y preocupación, él llevaba consigo las semillas de una comprensión más amplia de su propia identidad y de los eventos que marcaban la época.

Las palabras del fraile habían trascendido el momento presente y habían arrojado luz sobre un pasado turbulento. La figura de Alejo Calatayud, un héroe olvidado, se levantaba ante él como un símbolo de resistencia y sacrificio en la lucha por la libertad. La traición de Rodríguez Carrasco, el destino trágico de Calatayud y su familia, la persecución y la venganza, todo formaba parte de un drama que había permanecido oculto por décadas.

El joven, sin duda, se enfrentaba a una nueva comprensión de su linaje y su herencia. La lucha por la independencia, que en esos momentos se desarrollaba con fuerza en varias regiones, había encontrado eco en su propia sangre. Y, como cualquier revelación significativa, esta abriría preguntas y búsquedas más profundas sobre su propio papel en el devenir de los acontecimientos.

El relato de Fray Justo no solo proporcionaba una conexión histórica, sino que también planteaba preguntas filosóficas sobre la igualdad, la justicia y la lucha por la libertad. El joven, aunque quizás aún no comprendía completamente las implicaciones de lo que acababa de aprender, llevaba consigo semillas de conocimiento que, con el tiempo, germinarían y darían forma a su propia visión del mundo.

Capítulo V – De como mi ángel se volvió al cielo

El 18 de octubre, los voluntarios se organizaron y marcharon hacia la Recoleta, convencidos de que el enemigo estaba allí. Sin embargo, al llegar descubrieron que la noticia era falsa, y la confusión y la desilusión se apoderaron de la multitud. La plaza, que días antes había sido testigo de la ferviente celebración, se convirtió en escenario de desorden y desesperación.

Don Estevan Arze partió con su expedición hacia Oruro el mismo día 18. Su misión oficial era proteger los caudales públicos, pero la realidad, según el maestro de Juan, era propagar el movimiento independentista.

Mientras tanto, el entusiasmo seguía creciendo. El 23 de octubre, en la ceremonia de reconocimiento público de la Junta de Buenos Aires, se pronunció un discurso memorable por don Juan Bautista Oquendo, que resuena en la memoria histórica.

A pesar de estos eventos, el protagonista no podía dejar de notar la ausencia de El Overo en la multitud. Solo lo vio una vez, vestido adecuadamente y en compañía de un hombre rubio al que llamaron «gringo». Este encuentro breve dejó al protagonista intrigado, pero la multitud y la agitación no le permitieron indagar más.

Así, los días tumultuosos continuaron en Cochabamba, marcados por la incertidumbre, la esperanza y la lucha por la independencia.

En la casita de Rosita, Juan y sus amigos compartían momentos alegres. Un día, recrearon el discurso de don Juan Bautista Oquendo, pero la diversión llegó cuando intentaron una actividad cómica: Alejo debía levantar a Juan con una mano. Después de risas y bromas, Alejo exclamó «¡Viva don Juan!», pero la madre de Juan lo interrumpió enérgicamente, prohibiendo mencionar a «don Juan de nada, ni de nadie». Este incidente dejó a todos en silencio, y Juan se preguntó qué palabra se había cortado en la boca de Alejo.

El Padre Arredondo, con su figura peculiar y proverbial obesidad, desempeñó un papel intrigante al revelar las condiciones impuestas por una «noble señora» en los últimos momentos de la madre moribunda. El misterio se acentuó con las enigmáticas palabras pronunciadas por la madre antes de fallecer, señalando al cielo.

La muerte de la madre sumió a Juan en el dolor y la confusión. Fray Justo, mientras encomendaba a Juan a nuevas personas, le instó a no dar motivos de queja. Este episodio marcó un punto crucial en la vida de Juan, desatando una serie de interrogantes sobre su pasado y su futuro, y dejándolo vulnerable en un mundo lleno de incertidumbre.

El contexto de la trama se ha enriquecido con capas de intriga, estableciendo las bases para un desarrollo narrativo que promete desentrañar secretos y revelar destinos entrelazados.

Capítulo VI Márquez y Altamira

El Padre Arredondo guía a Juan a través de un imponente portal hacia la casa de la familia, marcada por un monograma de la Virgen y supuestas armas familiares. En el patio, rodeado de habitaciones cerradas, la atmósfera parece fúnebre. El guía conduce a Juan a la puerta del oratorio, que estaba abierta, pero el portón al otro lado tiene un ángel pintado en actitud de silencio.

El Padre toca tímidamente y una cabeza negra aparece para informar sobre la grave condición de la señora de la casa. Entrando en silencio, el portón se cierra detrás de ellos, sumiéndolos en la oscuridad del oratorio.

Juan entra en su nuevo cuarto, que contiene algunos objetos familiares de su antigua casa. Después de un tiempo de llanto, Feliciana lo lleva al comedor, una sala blanqueada con un cielo raso similar al del oratorio. En la sala, observa muebles rojos y dorados, con una mesa grande en el centro. Feliciana lo deja junto a la puerta y luego entra con tres criadas, cada una llevando a un niño. Juan reconoce a la mulata y al niño mayor, y las otras dos criadas llevan niños más pequeños y saludables. Feliciana saca bizcochos y sirve sopas y leche con azúcar a los niños.

El ambiente parece tranquilo pero extraño, y Juan se encuentra en una nueva realidad que contrasta con la tragedia reciente de su madre.

Después de la cena, los niños comen de manera desordenada, y Juan también disfruta de su ración. Feliciana le entrega una vela y un pongo lo acompañará para que no tema a los duendes. Juan entra en la casa y conoce a la familia Márquez y Altamira.

Doña Teresa Altamira, viuda de Márquez, heredera de un rico mayorazgo, se casó con don Fernando Márquez, criollo de una destacada familia. Para resolver la dificultad de usar el apellido Altamira antes que Márquez, recurrieron a don Sulpicio Burgulla, quien sugirió la trasposición de acentos y una letra, haciendo que don Fernando se convirtiera en Marqués de Altamira. Tuvieron tres hijos, pero don Fernando falleció recientemente debido a una pulmonía. Doña Teresa, enlutada y quejumbrosa, lo llora amargamente y siente rencor hacia los alzados por la herida que le causaron durante el levantamiento del 14.

Doña Teresa vive retirada en su oratorio, solo saliendo para dormir. Recibe visitas de amigas y sus administradores, quienes deben dejar las espuelas en la puerta. Cuando hay asuntos importantes, consulta a su confesor y al licenciado Burgulla. La vida en la casa de los Márquez y Altamira parece estar marcada por rituales y caprichos.

La vida de Juan en la casa de los Márquez y Altamira parece estar marcada por la falta de dirección y propósito. A pesar de ser llamado «botado» o expósito, no se le asigna ninguna tarea específica ni se le da una posición clara en la familia. Juan se sumerge en la melancolía y la introspección, pasando horas en su cuarto llorando o perdido en sus pensamientos.

Los niños de la familia, Agustín y Carmen, tienen personalidades contrastantes. Agustín es travieso y revuelto, mientras que Carmen es encantadora y dócil. Entre los criados, destaca Feliciana, la negra que ejerce autoridad despótica sobre los demás, incluido su marido don Clemente. Este último es descrito como un zambo astuto y cruel, mientras que Paula, la cocinera, parece vivir apartada de la familia.

Juan se siente atraído especialmente por Carmen y decide enseñarle lo que sabe. Aunque la relación con los niños parece complicada, Juan encuentra un pequeño refugio emocional en la conexión con la niña. Sin embargo, la falta de claridad sobre su papel en la familia y la ausencia de dirección contribuyen a su sensación de desorientación.

Juan encuentra un refugio emocional en el descubrimiento de una colección de libros en un cuarto oculto de la casa. Estos libros, especialmente la «Historia general de las Indias Occidentales» de Antonio de Herrera, se convierten en un tesoro para él. Aunque inicialmente decide llevárselos a su cuarto, se ve desalentado por la actitud de Paula, la cocinera, quien le señala que la familia nunca les ha prestado atención.

A pesar de la burla de los criados y del niño Agustín, Juan encuentra consuelo en la lectura de estos libros y comienza a llenar su cuarto con ellos. Esta actividad le proporciona una distracción y un escape de su entorno desfavorable. Mientras que su posición en la familia y sus tareas diarias no están claras, Juan encuentra significado y conexión a través de la literatura, abriendo un mundo de conocimiento y aventuras que contrasta con la monotonía y la falta de propósito en su vida cotidiana.

Capítulo VII La batalla de Aroma según Alejo

El 16 de noviembre, Juan es convocado a la presencia de la señora Teresa Altamira, quien se encuentra en la sala de recibo acompañada por el Padre Arredondo y el licenciado Burgulla. Los tres están en una animada discusión, y Juan aprovecha para observar detenidamente el entorno y a los personajes.

La sala destaca por su decoración lujosa, con molduras de estuco pintadas al óleo que representan cortinajes de terciopelo verde y espejos ovalados con marcos de plata. También hay bancas y sitiales pintados de blanco y dorados, con colchoncillos y cobertores de damasco. En las paredes, repisas sostienen objetos de plata y cristal.

El licenciado Burgulla, un personaje risible, se presenta como un hombre de mediana estatura, calvo, delgado, colorado, cuidadosamente rasurado y vestido de manera llamativa. Intenta mantener una postura grave y se destaca por su peculiar manera de sostener su bastón.

En la conversación, doña Teresa expresa su desgracia ante un hecho que considera increíble, y el Comendador de la Merced y el licenciado Burgulla comparten sus opiniones sobre el tema. El licenciado menciona que el hombre en cuestión podría haber tomado atajos y caminado durante la noche.

Esta escena revela la preocupación de los personajes ante un acontecimiento misterioso y plantea interrogantes sobre la identidad del hombre mencionado y la naturaleza de la situación.

Alejo continúa su relato sobre la participación de los patriotas en la guerra de independencia. Después de la entrada triunfal en Oruro, las fuerzas patriotas reciben provisiones y se preparan para marchar hacia La Paz. Alejo destaca la valentía y resistencia de los orureños, acostumbrados a las duras condiciones de la pampa.

La narración se detiene en Caracollo, donde los patriotas pernoctan en casuchas. A pesar del frío intenso que provoca heladas, los orureños, acostumbrados a las condiciones climáticas de la región, duermen al raso en el suelo pelado, mientras que los forasteros, incluido Alejo, se guarecen en las casas. Esta experiencia resalta las diferencias climáticas y de resistencia entre los habitantes locales y los forasteros.

La historia promete revelar más sobre los eventos que siguieron en la guerra de independencia y cómo enfrentaron los desafíos en su marcha hacia La Paz.

Lleno de indignación, me resigné a mi prisión, esperando que el tiempo pasara y las cosas se calmaran. Durante esos días, observé desde mi ventana el bullicio en las calles, las celebraciones y las muestras de júbilo por la victoria en Suipacha y Aroma. Sentía una mezcla de alegría por el triunfo patriota y desesperación por mi situación personal.

Pasaron las jornadas, y finalmente, doña Teresa decidió permitirme salir de mi confinamiento. Sin embargo, la señora Marquesa no dejaba de mirarme con recelo, como si creyera que yo era un conspirador en potencia. Clemente, por su parte, seguía siendo mi sombra, y sus ojos siempre vigilantes no me perdían de vista.

Un día, mientras paseaba por el pasadizo del patio, Clemente se me acercó con su característica sonrisa siniestra.

-Te tengo una sorpresa, muchacho -dijo con malicia.

-¿Qué sorpresa? -pregunté, temiendo lo peor.

-Pronto lo sabrás. La señora Marquesa quiere hablar contigo en su oratorio.

Intrigado y temeroso, me dirigí al oratorio donde doña Teresa solía pasar horas rezando. Al entrar, la encontré arrodillada ante el altar, con el rostro serio y una expresión de desconfianza.

-Te he observado, joven -comenzó a decir-. Parece que no eres un simple criado. ¿Quién eres realmente?

Le expliqué mi situación, mi origen y cómo había llegado a Cochabamba. Traté de ser honesto y transparente, pero sus ojos seguían mostrando desconfianza.

-Te seguiré observando -sentenció-. Si descubro que eres un peligro para mi familia, no dudaré en tomar medidas drásticas.

De nuevo me sentí prisionero, no solo en la casa, sino en el ojo escrutador de la señora Marquesa. La victoria en Suipacha y Aroma había cambiado el curso de la historia, pero mi destino seguía enredado en las intrigas de aquella casa.

Capítulo VIII -Mi cautiverio. Noticias de Castelli

La conversación de doña Teresa, aunque más reservada y menos apasionada que la de su tía, tenía un interés verdadero para mí. Le gustaba mucho oír hablar de las revoluciones, de los triunfos de los patriotas y de los sucesos políticos en general. Leía los papeles que llegaban a la casa y hacía preguntas, a veces ingenuas y a veces maliciosas, acerca de las personas y de los acontecimientos. En sus preguntas había un afán indiscreto de conocer la verdad, no solo en lo político, sino también en lo personal, en los amores de la juventud, en los desvíos de las esposas, en los secretos más íntimos de las familias. A veces, me interrogaba sobre los amigos y conocidos de la ciudad, y yo respondía lo menos comprometedor posible. No obstante, tenía que cuidarme de no revelar detalles que pudieran afectar a personas allegadas a mi tío, como El Overo y Fray Justo.

Una tarde, doña Teresa mostró un especial interés en hablar sobre el general don Estevan Arze. Me preguntó si lo conocía y si había tenido algún encuentro con él. Traté de ser cauto en mis respuestas, pero se notaba su interés en indagar más. Al final, me hizo prometer que le contaría todo lo que supiera acerca del general. No sabía cuál era su verdadero motivo para querer obtener esa información, pero la promesa me dejó intrigado.

La vida transcurría entre estos episodios de encierro y las pequeñas libertades que me permitían. A veces, lograba escaparme al patio principal para respirar un poco de aire fresco, pero tenía que regresar inmediatamente. Mi tío, sin duda, estaba cumpliendo su promesa de mantenerme bajo estricta vigilancia. En ese contexto, me sentía atrapado y anhelaba la libertad que las noticias de la revolución prometían para el país.

La situación política y militar estaba tensa, y los eventos en el frente eran motivo de discusión en la ciudad. A medida que avanzaba en la lectura, me sumergí en los detalles de las proclamas y armisticios que delineaban los conflictos entre las fuerzas patriotas y las leales al virrey de Lima. Las palabras resonaban en mi mente, y me sentí conectado con los sucesos que marcarían el destino de la región.

A pesar de la opresión en la que vivía, la información de los papeles me brindaba un atisbo del mundo exterior, alimentando mi deseo de libertad. Mientras tanto, las palabras de doña Teresa resonaban en mi cabeza. ¿Por qué mostraba interés en el contenido de los papeles? ¿Cuál era su posición real en estos asuntos? Me intrigaba la posibilidad de que hubiera más en su actitud de lo que aparentaba.

Los días seguían su curso monótono, pero la promesa de visitar a mi maestro todos los jueves me daba un atisbo de esperanza y una oportunidad de salir de mi confinamiento. Estaba ansioso por volver a aprender, por estar rodeado de libros y conocimiento en lugar de las paredes frías de mi encierro.

Mientras tanto, la situación política y militar en la región continuaba evolucionando. La batalla inminente a orillas del Desaguadero mantenía la incertidumbre en el aire, y las noticias de los enfrentamientos resonaban en las conversaciones y en los rumores que llegaban a mis oídos.

El tiempo pasaba lentamente, pero cada nuevo detalle que conocía sobre los eventos en el exterior avivaba mi espíritu y mi deseo de ser parte de algo más grande que mi reclusión.