Resumen La Miskki Simi
En «El embrujo del oro», el autor retrata objetivamente la desintegración moral y física de Joaquín Ávila en el desolado y frío escenario de Uyuni. La visión hacia las mujeres es negativa, condenando a aquellas que explotan a los hombres sin escrúpulos.
Encholamiento
El cuento se centra en el «encholamiento», las relaciones entre aristócratas y mujeres del pueblo conocidas como «cholas». Aquí, la «chola» es retratada como una mujer malvada, contrastando con otras obras bolivianas. El apodo «la boca dulce» es irónico, reflejando su veneno y poder sobre Ávila, descendiente del Marqués de Echalar.
Los personajes, entre mineros y empleados de aduana, se desenvuelven en un contexto desolado con elementos de costumbrismo y naturalismo. La narración, salpicada de frases poéticas, ofrece una auténtica visión de la vida boliviana en Uyuni.
La Miskki Simi (La Boca Dulce)
Uyuni, descrito como un lugar sin alma y desprovisto de hospitalidad, es el escenario desolado de esta historia. Sus habitantes, atrapados en un entorno hostil y aislado a casi 4,000 metros de altura, viven como cautivos. Las casuchas de zinc y las calles desordenadas reflejan la falta de amparo y sombra en un paisaje dominado por el sol y los vientos.
El pueblo abastece a las minas cercanas con mercancías, con trabajadores que soportan arduas jornadas de sesenta horas sin vacaciones, ya que la distancia a cualquier lugar de escape es prohibitiva. Los residentes forman un grupo diverso y rebelde, compuesto por descendientes de aristócratas venidos a menos, mestizos, contrabandistas y aventureros. A pesar de las diferencias raciales y sociales, Uyuni unifica a todos bajo una misma lucha por sobrevivir.
Don Juan Castilla, el longevo fundador y alcalde vitalicio del pueblo, predica la audacia y el temor de Dios como claves del éxito, ganándose el respeto de todos. En medio de esta lucha diaria, los jóvenes forman un grupo solidario, enfrentando el destino con inexperiencia, prisa, ambición y desprecio por el peligro, con la suerte como única incógnita.
La Llegada de Joaquín Ávila
Joaquín Ávila llegó a Uyuni desde Cochabamba para ocupar un puesto en la Aduana Nacional. Su elegancia, modales suaves y una espontaneidad infantil rápidamente le ganaron la simpatía de los locales. Se integró a la vida del pueblo, uniéndose a las reuniones nocturnas en el único hotel, donde charlaban sobre mujeres, política y descubrimientos en la cordillera, siempre teñidos de envidia.
Las proyecciones de películas mudas cada sábado no les entusiasmaban, prefiriendo sus propias inquietudes y discusiones acaloradas. Alrededor de una estufa de kerosén y con alcohol de por medio, los debates se intensificaban, las voces se volvían imperiosas y los argumentos se intercambiaban como bofetadas, reflejando sus obsesiones y deseos de imponer sus puntos de vista. El ruido de las bolas de billar y los tangos de un viejo disco acompañaban estas fervientes tertulias.
La Noche en Uyuni
En las noches de Uyuni, el resplandor de los astros era extraordinario debido a las bajas temperaturas. El viento glacial cortaba las mejillas de los pocos transeúntes, y los ruidos reverberaban en el silencio metálico. El aullido de un perro y los gritos de alerta del centinela del cuartel añadían una atmósfera lúgubre, sin un peligro aparente.
Cada semana, el tren internacional La Paz-Antofagasta pasaba por la estación. Los pasajeros, con su aire de superioridad, parecían mirar a los locales con lástima. Admiraban a las elegantes mujeres envueltas en pieles desde la distancia, en silencio y con un atisbo de deseo. Al partir el tren, el sonido de la locomotora evocaba sueños de lugares lejanos y puertos que conectaban con Europa.
El Prostíbulo de Clotilde Esquivel
En Uyuni, el prostíbulo regentado por Clotilde Esquivel, una chilena vivaracha y tildada de espía, ofrecía un escape del entorno siniestro del pueblo. Allí, unas pocas mujeres llevaban una vida monótona, contando mentalmente sus ahorros. Los menores no tenían acceso, ya que la entrada estaba prohibida y todo se pagaba al contado.
Ocasionalmente, Clotilde organizaba discretas reuniones, como loterías navideñas, donde mostraba su lado bondadoso. Las mujeres, con un aire de superioridad, miraban a los jóvenes pobres con desdén. Al llegar las diez, Clotilde despedía a los menores para recibir a visitantes importantes. Regresaban al hotel cabizbajos, temerosos de la soledad, mientras algunos compañeros, como Joaquín Ávila, se aventuraban en fiestas populares. Ávila, aficionado a cantar coplas y con una voz seductora, atraía a las cholitas del barrio, quienes se dejaban seducir al ritmo de su guitarra.
La Dualidad de Joaco en Uyuni
Joaco, así cariñosamente llamado, mantenía su libertad en medio de sus conquistas cambiantes. Tras las noches de baile y promiscuidad en tiendas malolientes, el amanecer representaba un momento de reflexión y arrepentimiento. Joaco compartía recuerdos de su vida en Cochabamba, su familia y una quinta solariega, pintando con detalles ingenuos la belleza de la campiña y sus rincones pintorescos.
Los Desafíos de Joaco por Amor
Joaco compartió con un amigo su deseo de casarse con una muchacha amada, pero sus padres objetaban por su falta de fortuna. Decidió buscar trabajo en Uyuni para ganar dinero y regresar a Cochabamba con la cabeza en alto para pedir su mano. A pesar de la fe en su amada, el tiempo pasaba y sus ingresos apenas alcanzaban para sus gastos.
El amigo le aconsejó ganar más y gastar menos, pero Joaco enfrentaba la realidad económica de Uyuni. Esta situación reflejaba una tremenda contradicción entre su deseo de libertad y el anhelo de formar un hogar. Aunque la carta familiar aún no estaba abierta, simbolizaba el llamado hacia un destino incierto.
Sin embargo, al día siguiente, Joaco fue visto nuevamente bebiendo en el hotel con desconocidos, mostrando los desafíos y las tentaciones que enfrentaba en su búsqueda de amor y estabilidad.
La Encantadora Claudina, la Miskki-Simi
En una víspera de Navidad, Joaco invitó a su amigo a la casa de Claudina, apodada la Miskki-Simi o la de la boca dulce, una cholita recién llegada de Pulacayo. La descripción lisonjera que habían dado de ella resultó inferior al original. Tenía una tez rosada, grandes ojos negros penetrantes, un mentón decidido y un cuerpo flexible que desprendía cierto encanto voluptuoso al caminar. Sin embargo, lo más destacado era su boca, sensual y carnosa, de un rojo intenso que sabía manipular con astucia entre sonrisas y gestos.
Aproximadamente de treinta años, Claudina bailó esa noche con soltura y gravedad, dando vida a su pollera de terciopelo verde en el bailecito. Su forma de bailar despertaba la imaginación y el poder seductor que emanaba se comparaba a los sortilegios de las gitanas. Se rumoreaba que había arruinado a un alto empleado de la Compañía Huanchaca, lo que le otorgó la reputación de mujer fatal.
Joaco destacó en la velada con su voz, alternando entre tonos aterciopelados y graves, cantando la copla de su destino. La atmósfera cautivadora del baile y la presencia magnética de Claudina dejaron una huella indeleble en la noche de Navidad.
El Camino de Joaco con la Miskki-Simi
La historia de Joaquín Ávila y la Miskki-Simi es un relato marcado por la pasión, la traición y la búsqueda de consuelo en un entorno árido y solitario. Joaco, seducido por la fascinación de Claudina, la Miskki-Simi, dejó olvidada su guitarra en su casa, marcando así el inicio de un destino inesperado.
Claudina, necesitada de un hombre y un respaldo en su vida, aceptó el amor de Joaco pero nunca encontró en él el apoyo que buscaba. Joaco abandonó sus sueños y su pasado en Cochabamba, sumergiéndose en una relación tumultuosa marcada por la falta de estabilidad y la traición a sus propios ideales.
A medida que el tiempo pasaba, Joaco se volvía cada vez más retraído, refugiándose en las canciones que alguna vez conquistaron el corazón de Claudina. La historia de Joaco y la Miskki-Simi es un reflejo de las luchas internas y las decisiones difíciles.
La Fascinación y el Veneno de la Miskki-Simi
La Miskki-Simi emerge como un personaje intrigante y poderoso en esta historia. A pesar de su limitada educación formal, su personalidad excepcional la eleva por encima de los demás. Su astucia, intuición y viveza natural la colocan en una posición de superioridad, reminiscente de las grandes cortesanas de antaño.
Joaco, seducido por la fascinación y el encanto de la Miskki-Simi, se ve envuelto en un juego peligroso de pasión y manipulación. La Miskki-Simi ejerce un poderoso influjo sobre él, transmitiéndole su «veneno» y estableciendo su propia ley en la relación. Su arte femenino, expresado en gestos, sonrisas y palabras lisonjeras, lo atrapa en un mimetismo peligroso.
A medida que la Miskki-Simi se muestra más bella y segura de sí misma, también surgen rumores y murmuraciones sobre su origen y su estilo de vida lujoso. Las perlas que adorna y los detalles de su vestimenta alimentan las especulaciones sobre su pasado y las posibles influencias en su presente, desde el contrabando hasta encuentros con hombres de diversas procedencias.
El declive de Joaco
Joaco, antes meticuloso en su apariencia, ahora exhibía un descuido evidente: trajes manchados, corbatas raídas y un aspecto desaliñado. Su rostro mostraba arrugas profundas y una expresión triste y apática. La pérdida de brillo en sus ojos reflejaba sus noches de desencanto y excesos, ocultándose de sus amigos en un estado de desánimo y desconexión.
Posteriormente, se confirmó su destitución y se habló de un juicio por mala conducta. La noticia nos impactó profundamente, llevándonos a intervenir a favor de Joaco ante su jefe. Conocíamos a don Pacífico Dalence, un hombre comprensivo, y decidimos explicar su situación para buscar una solución al drama que enfrentaba nuestro compañero.
El destino entrelazado de Joaco y la Miskki-Simi
Al amanecer, me encontré con la Miskki-Simi en la Plazuela de la Aduana. Vestía una pollera rosada y un mantón negro que parecía esconder un dolor profundo. Aunque siempre radiante, noté una sombra en su rostro y unas ojeras que delataban sus noches sin descanso. Al verme, su sonrisa despejó por un instante la tristeza que asomaba en sus ojos. Le pregunté por Joaco.
La Miskki-Simi, con tristeza en sus ojos, reveló la dolorosa verdad: Joaco había perdido su trabajo. Con voz cargada de resignación y frustración, expresó su exasperación por sus consejos ignorados y la necesidad de que Joaco se fuera. Su negocio, vendiendo licor, cigarrillos y empanadas, era su nueva fuente de sustento.
Al escucharla, recordé cómo Joaco había caído en la espiral de la desesperación y cómo sus sueños se desvanecían día tras día. Imaginé sus luchas, sus celos, y el dolor que le provocaba la relación con la Miskki-Simi. Me despedí con un nudo en la garganta, consciente de que sus oídos ya no escuchaban más que halagos y suspiros, ocultando las crudas verdades que no quería oír.
El destino sellado de Joaco y la sombra de la Miskki-Simi
Don Pacífico Dalence, un hombre joven pero de mirada clara y rostro trigueño, reaccionó con seriedad al escuchar sobre Joaco. Me relató cómo, tras recibir denuncias inquietantes, confrontó a Joaco quien, visiblemente afectado, negó las acusaciones pero insinuó complicidad por parte de la Miskki-Simi. Aunque inicialmente perdonó sus faltas, Joaco reincidió al aceptar sobornos de comerciantes. Don Pacífico notó un cambio en él, influenciado por la Miskki-Simi y su codicia insaciable. Al rechazar la intervención de la Miskki-Simi, dejó claro que Joaco había perdido toda credibilidad y no enfrentaría juicio, pero tampoco sería reintegrado a su puesto.
El destino sellado de Joaco y la sombra de la Miskki-Simi
Don Pacífico Dalence, a pesar de su apariencia peculiar, era un hombre joven y perspicaz. Al exponerle la situación de Joaco, su actitud cambió drásticamente.
«Recibí denuncias que al principio ignoré, pero se multiplicaron con detalles inquietantes», mencionó. «Ávila negó todo y mencionó tener hijos, pero sus actos posteriores, al aceptar sobornos, revelaron su codicia. La Miskki-Simi lo empujó hacia un camino peligroso».
La Miskki-Simi se acercó, implorando clemencia por Joaco y defendiendo su inocencia en todo lo sucedido, pero la hecho de la oficina.
Don Pacífico confirmó que Joaco ya no sería enjuiciado. «Dejemos atrás su mala suerte», agregó. «Además, Ávila tiene conexiones con una familia distinguida».Esta revelación, inicialmente pasada por alto, luego mostró la tragedia en la vida de Joaco, cayendo hacia el abismo continuamente.
El amargo adiós de Joaco: entre remordimientos y esperanzas perdidas
Meses después, en el torbellino de la vida, me encontré al borde de dejar Uyuni, quizás para siempre. Joaco, al enterarse de mi partida, vino a verme en un estado lamentable. Sus ojos hinchados y su piel cobriza revelaban su deterioro. Tosía y expectoraba, apenas cubierto por un pañuelo de seda en el cuello. Ya no era el joven vibrante que llegó de Cochabamba.
«Sé que te marchas, Claudina te envía saludos, Claudina sabe que no la amas… No la culpes por nada. Mi mala suerte es todo lo que hay. He escrito a mis padres para que me ayuden a encontrar trabajo en el Beni. Entonces, podría enviarle a Claudina lo que necesita. Quizás ella venga a reunirse conmigo… llevándome a los niños.»
Noté su vacilación, buscando excusas para justificar lo que había tomado el control de su alma, para ensuciarla.
Culpando a Don Pacífico Dalence por su situación y lamentando su fracaso con la Miskki-Simi. Me confesó su precariedad y me pidió prestados cien pesos, dijo. «Te los devolveré en Oruro, donde estaré el próximo mes.»
El encuentro con Joaco, en Uyuni
La historia transcurre años después, cuando viajé a la costa del Pacífico en invierno. Opté por madrugar en lugar de disfrutar la comodidad del coche cama, anhelando sentir una vez más el frío del Altiplano en mi rostro, recordando mi juventud.
En el andén de Uyuni, en una noche que anticipaba el amanecer, me sorprendió el abrazo de Joaco. Pero ya no era el joven que conocía; la vida lo había marcado con arrugas y penurias. Entre sus palabras entrecortadas por el humo del cigarrillo, relató su triste existencia, sus trabajos temporales y el quiebre de la Casa Ivanovic.
Habló de su empleo en la Policía, apenas suficiente para subsistir en tiempos difíciles. Me reveló que Claudina se había ido tras desavenencias menores, dejándolo sumido en la soledad y la tristeza por la pérdida de sus hijos.
En medio de las ráfagas de viento, Joaco pareció tambalearse, revelando su fragilidad. Intenté ayudarlo, pero su rechazo fue evidente. En un momento de desesperación, Ávila, descendiente del marqués de Echalar, se mostró altivo antes de marcharse sin pedir nada.
La soledad de Uyuni se hizo más palpable que nunca, reflejando la tragedia de destinos como el de Joaquín Ávila, llevado finalmente por el viento, como el polvo que se esparce en el camino.