Guardianes Olvidados del Chaco: La Trágica Realidad de los Héroes Bolivianos y su Lucha por la Supervivencia
La generación de guerreros que sobrevivió al conflicto del Chaco está en peligro de extinción. De los 140.000 hombres que retornaron a sus casas después del cese de hostilidades, sólo quedan 2.000 en todo el país.
La mala noticia la dio Zacarías Hurtado Andrade (87) , un especialista en profetizar las muertes de sus camaradas: “Hasta diciembre, se nos irán por lo menos cuatro de los ocho ex combatientes que viven en Villamontes”, sentenció.
Hurtado es presidente de la Federación de Beneméritos de la provincia Gran Chaco. Cada vez que pierde a un compañero de la guerra siente que para el país nunca valieron ni un comino: “Ninguna autoridad civil ni militar nos tiende la mano. Cuando muere un ex combatiente yo recurro a la Alcaldía para que colabore con un cajón, aunque no sea de primera. Nos dicen que no tienen plata”.
Juan Claros (96) quizá sea el único luchador nacido en el Chaco que no está muerto. Vive en Tarairí, a cinco kilómetros de la carretera que conduce a Villamontes. El pueblo fue reconstruido porque los pobladores decidieron quemarlo antes de escapar, pensando que los paraguayos iban a llegar a tomar el lugar.
Era de noche. Nos hizo entrar a su casita de adobe que construyó hace 60 años al retornar de la matanza. Salieron sus dos perros al encuentro y la puertita de madera rajada dejaba escapar la luz artificial del interior del cuarto.
Entren, gritó en un tono familiar desde adentro. Salió un hombrecito risueño que no delataba sus 96 años, ni mucho menos, tenía cara de haber ido a la guerra.
Adentro, una voz femenina rompió el rito del saludo: “Háblenle fuerte porque está medio sordo y sus ojos ya casi no ven”. Era Estela Romero, su mujer, una viejita de 80 años envuelta en una chalina deshilachada que estaba sentada en una esquina, detrás de la única puerta que da al patio. Parecía una pintura rupestre. Sus cabellos delgaditos estaban alborotados y su párpado derecho era de color blanco. Imaginamos que se había echado un remedio casero.
Heridas del Chaco: La Epopeya de Juan Claros y la Promesa Olvidada de una Medalla de Bronce
Cuando Juan Claros combatía en las arenas del Chaco, Estela Romero escapaba de Tarairí. Después de que pasó todo, ambos retornaron, se conocieron y no se separaron jamás. Tuvieron siete hijos, pero ninguno vive con ellos.
Claros agarró la metralla pesada desde el 13 de junio de 1932, en la laguna Chuquisaca, cuando se enfrentaron por primera vez con los paraguayos, y la soltó sólo cuando cayó herido en mayo de 1935, a menos de un mes de que se acabara el martirio. “Me dieron un balazo aquí en la tetilla derecha (señala con su mano izquierda).
“Después de varios años de haber terminado la pelea yo seguía curándole la herida con salmuera caliente”, dice su mujer, que también revela que los médicos de la guerra no le sacaron a su marido la bala que se incrustó entre dos costillas.
El hombre la interrumpe y dice que cuando le dieron de alta en el hospital quedó en la calle envuelto en harapos, no tenía ni zapatos y tuvo que pedir prestado un pantaloncito corto para no volver desnudo a Tarairí.
“Los militares nos dieron dinero como indemnización por haber puesto en riesgo nuestras vidas, pero yo ya no me acordaba de los billetes y no sabía el valor de cada peso”. Pero no era lo único que se había olvidado. Tampoco sabía en qué día ni año se encontraba.
Lo que aún no ha conseguido quitar de su mente cansada es la promesa incumplida que hizo un capitán cuando él y cientos de hombres estaban en la trinchera: “Nos prometió una medalla de bronce”.
Pero ahora ya no exige que le den una medalla como mérito a su valentía. Dice que si existiera la posibilidad de que los milagros se hagan realidad, pediría que le aumenten su renta de ex combatiente (Bs 1.200), porque tiene miedo que cuando sus fuerzas físicas le impidan sembrar maíz, muera de hambre su mujer, a quien considera que es el único ser por el que valdría la pena volverse a jugar la vida.
El Silencio Desgarrador: La Muela del Diablo y los Lamentos de los Caídos el 14 de junio de 1935
Cuando los cañones, las metrallas y los fusiles de los ejércitos de Bolivia y Paraguay se volvieron mudos a las 12 del mediodía del 14 de junio de 1935, la “Muela del diablo” empezaba a emitir alaridos de dolor de soldados moribundos.
Fantasmas de la guerra del Chaco
A más de medio centenar de años de haberse firmado el tratado de paz entre las dos naciones, la “Muela del diablo” no se ha callado y los conductores de motorizados que pasan cerca del lugar ven fantasmas, escuchan ruidos extraños y a lo lejos de la carretera ven luces que parecen ser de vehículos de guerra.
“La ‘Muela del diablo’ está clavada a 25 Km de Cuevo, entre Camiri y Villamontes. Es un cerro empinado desde donde los soldados bolivianos se parapetaron para la retoma de Boyuibe”, cuenta Luis Sorich, historiador de origen francés que observó, en Cuevo, la guerra a través de sus ojos de niño de 10 años.
“Si alguien va con su picota y pala a cavar en la “Muela del diablo”, tranquilamente encuentra armas de guerra. Muchos lo han hecho”, afirma Sorich. En Cuevo otra gente también narra que de noche la superficie de la tierra lanza lengüetas de fuego como queriendo decir algo.
Muchos de los soldados que bajaron ilesos de la “Muela del diablo”, después le escaparon a la muerte sólo hasta donde el destino se los permitió.
Claudia de Guillén lamenta el modo en que murió su marido en 1990: “Cuando se dirigía a pie rumbo a Camiri, para cobrar su renta de Bs 450, al pasar por la zona de la “Muela del diablo” fue asaltado y matado por cinco sujetos.
La viuda fue consolada por las pocas mujeres de los beneméritos que quedan en Cuevo y en otras regiones del Chaco.
Diario de un excombatiente tomado prisionero
El sargento cruceño Carlos Vaca Ribera en su última anotación del diario de campaña antes de caer prisionero escribe: 11 de diciembre de 1933, sexto día de repliegue.
Hoy se ha resuelto hacer todo lo que se pueda para romper el cerco enemigo. Se sabe que el regimiento Lanza cayó en un tercer cerco esta mañana en poder del enemigo, después de haber roto dos cercos. Desesperado por la sed y el sol que era vivo fuego, resolví ir en busca de agua, pero al no encontrar me fui a mi batallón a incorporarme (…)
A las 10 de la mañana la artillería enemiga hacía estragos en el camino donde se encontraban nuestros camiones, heridos y tropa que pasaba haciendo el relevo a los combatientes y gran parte de gente dispersa semilocos en busca de agua por los montes. Salían de la línea de combate quizá abandonando sus puestos; cuando encontraban algo y otros los seguían en busca de barritos de lluvias pasadas, el enemigo los recibía con el fuego de piezas de artillería, de donde muy pocos se salvaban, quedando la mayor parte de esos tendidos. Esto era inevitable, todos preferían ir a estrellarse contra las balas a morir de sed. A las 11 habían más locos por la sed, mientras el sol se ponía más enérgico y la artillería enemiga destrozaba a más gente.
En 1997, el ex combatiente Miguel Muñoz, fallecido en 22 de junio de 1997, escribió: Las 50.000 cruces de quebracho que jalonan la inmensidad de aquel infierno verde, son el mudo testigo del sacrificio sin límites de los soldados bolivianos…
Entre la Guerra y la Defensa: El Legado de Antonio Hurtado y las Batallas por la Supervivencia de los Beneméritos en Villamontes
A los 16 años se coló entre medio del batallón que dirigía su padre Antonio Hurtado. Cuando éste se dio cuenta ya estaban en el campo de batalla. La peor noticia de su vida se la dio el capitán cochabambino Octavio Gandarilla cuando terminó la guerra:
- Hola chico, ¿cómo estás?
- Bien mi capitán.
- Tengo que darte una novedad, tu papá ha fallecido, le ha caído una carcaza de mortero”.
Después el capitán me ha llevado donde un toborochi. Me dijo que al lado del árbol lo enterraron en latas de municiones. Después de un año volví con mi madre para llevar el cuerpo de mi padre a Oruro. - Ahora, ¿a qué se dedica?
- Estoy abocado a defender un albergue que tenemos los beneméritos en Villamontes. La mujer que nos cuidaba el local desde hace más de 10 años, quiere quitarnos nuestra sede.
- ¿Cuál es la relación que mantienen entre sí los beneméritos que quedan en Villamontes ?
- No es muy fluida. Muchos están en malas condiciones de vida. Los noventa y tantos años pesan. Ya no pueden caminar, tienen que estar con alguien que los lleve del brazo. Lo que sí quedan son las viudas. Hay muchas que son jovencitas.
- ¿Por qué muchas viudas son jovencitas?
- Porque los viejitos en sus últimos días se han dado el gusto de manosear a las jovencitas.
- ¿Cuál es el pasaje más doloroso que recuerda de la guerra?
- Se ha sufrido mucho. Mi chamarra brillaba del sudor seco porque no la lavaba en dos meses. Cuando llovía dormíamos embarrados, la carne se hacía blanca.
- ¿Nunca fue herido?
- Sólo un raspetón. La bala entró y salió. Fue cuando nos cercaron. Una vez que se está en la línea de fuego ya no hay miedo, nada de nada. Cuando no se siente el disparo ni al enemigo uno está medio susceptible.
- ¿Le dio pena matar?
- No hay tiempo para sentir pena ni para extrañar a los que se quedaron en casa.
Luis Sorich / Historiador de Cuevo
Testimonios Desgarradores: Recuerdos de Guerra y el Lamento por la Desaparición de los Excombatientes
Padezco de una fuerte psicosis porque he visto soldaditos heridos, unos sin brazos y otros con sólo un pie. Llegaban en camiones a Cuevo, chillaban que daba miedo. Mi madre Lili Bonardi que nació en Francia, ayudaba como enfermera en la iglesia que hacía las veces de hospital.
Los heridos eran tantos que los operaban en carpas instaladas en la pista de Santa Rosa, a 3 Km de Cuevo.
Cuando llegó el Ejército boliviano a este pueblo empezaron a desalojar a los pobladores porque los uniformados necesitaban las viviendas.
También traían prisioneros paraguayos, a quienes les daban un poco de electricidad con magneto para hacerlos hablar.
La guerra es un crimen, no se justifica bajo ningún concepto. Es un aniquilamiento humano por necesidad, tal vez, para que el mundo no tenga más gente. Para mí es horrenda. Yo me considero un observador porque cuando era niño vi varios pasajes desgarradores.
Hay que ver la forma de suprimir la guerra. Imagínese si antes se luchaba con escopetitas y con cañoncitos que sólo llegaban a 8 kilómetros de distancia, ahora que la tecnología ha avanzado se puede hacer daño a más gente.
Los excombatientes están desapareciendo. Los que aguantaron la guerra ya se despiden del mundo.
Nota sacada del 13 de junio del 2004, periódico El Deber