América primitiva, Civilización aimara – Tiauanacu- El imperio de los Incas, La leyenda Incaica, Religión, costumbres, monumentos, etc. División y ruina del imperio
El territorio que actualmente ocupa Bolivia, situado en el centro de la América del Sud, fue en los primeros tiempos, de que hay noticias, habitado por pueblos indígenas que, en esta parte del continente, alcanzaron un alto grado de civilización, si se compara con el desarrollo de otras naciones de América en la misma época.
El testimonio de esa civilización se encuentra en las ruinas de Tiahuanacu, descubiertas en las cercanías del pueblo moderno del mismo nombre, situado a poca distancia de las orillas del lago Titicaca, sobre la línea del ferrocarril que une la ciudad de La Paz con el puerto de Guaqui.
Las ruinas de Tiahuanacu demuestran que la nación indígena que habitó la Altiplanicie actualmente boliviana, en tiempos muy remotos, había adquirido un grado superior de progreso en las artes y en la industria. La arquitectura, como puede apreciarse en la Puerta del Sol y en los vestigios del llamado Palacio de Kalasasaya estaba muy adelantada, y se empleaba en las construcciones el granito en grandes bloques.
No ha sido posible hasta ahora reconstituir, sino por medio de conjeturas más o menos aproximadas y de hipótesis formadas con el auxilio de la ciencia, las verdaderas características del pueblo que edificó y habitó Tiahuanacu, que fue indudablemente el centro o la capital de una nación que se extendió por una buena parte del territorio que actualmente ocupan el Perú y Bolivia. Los estudios que se practican sobre las ruinas y demás vestigios de esa civilización primitiva, inducen a creer que la raza pobladora de Tiahuanacu fue la raza aymara. La extensión que abarcan los restos encontrados demuestran que la capital era mucho más grande y populosa que cualquiera de las actuales ciudades de Bolivia.
Son dignos de llamar la atención en Tiahuanacu los monolitos, que son estatuas labradas en una sola piedra, a veces de gran tamaño, con grabados que representan símbolos religiosos o caracteres jeroglíficos que los estudiosos han tratado de descifrar; los tejidos, adornos fabricados en metales preciosos, armas, amuletos, etc., dan una alta idea de la cultura alcanzada por los primitivos pobladores de Tiahuanacu: Los objetos de cerámica, decorados con arabescos característicos de armoniosos y variados colores, revelan un gusto artístico comparable con el de los pueblos antiguos de Europa, Asia y África.
Mucho tiempo después de la desaparición de Tiahuanacu y de su gran civilización, dominaron el mismo territorio, así como también el que actualmente ocupan Chile y el Ecuador y el norte de la República Argentina, los emperadores del Cusco, conocidos a la venida de los españoles con el nombre de incas.
El origen del Imperio Incaico se pierde entre la tradición de los pueblos americanos y la leyenda fantástica de los indígenas peruanos anteriores a la conquista. Según esas tradiciones y leyendas, el imperio fue fundado por dos seres pertenecientes a la raza quechua, que salieron de la Isla del Sol, situada en el lago Titicaca, y marcharon hacia el norte, sobre tierra firme, en busca de un lugar en donde se hundiera fácilmente una varita de oro que llevaban consigo. Ese lugar fue el Cuzco, en donde establecieron sus reales y fundaron una ciudad, convocando a los habitantes de la región y sometiéndolos a su dominio, diciendo que eran hijos del Sol, enviados a la Tierra con la misión de fundar un gran imperio, corregir las malas costumbres y enseñar nuevos métodos de trabajo a hombres y mujeres. Estos dos personajes misteriosos, fundadores de una gran dinastía, se llamaban Manco Cápac y Mama Ocllo.
Manco Cápac enseñó a los hombres a cultivar la tierra y les adiestró en el arte de la guerra; su esposa se consagró a enseñar a las mujeres a tejer y a ayudar a los hombres en las labores propias de su sexo.
Se calcula que la fundación del Imperio de los Incas, llamado por los indígenas Tahuantinsuyo, se realizó hacia el siglo XII de nuestra era, es decir, unos ochocientos años antes de la época actual.
La tradición cuenta que el imperio fue ensanchándose poco a poco con el sometimiento de las numerosas tribus indígenas que poblaban esta parte de América. El tercer inca, conocido con el nombre de Maita Cápac, fue el conquistador del Collasuyo, o sea del territorio que actualmente ocupa Bolivia.
Al mismo tiempo que los incas aumentaban los dominios del imperio, llevaban a los pueblos conquistados el beneficio de su civilización. Hacían la guerra humanitariamente, sin crueldad para los vencidos.
El alto grado de cultura alcanzado por los incas puede ser apreciado en los monumentos que todavía existen en el Cuzco y otros lugares del Perú, así como también en las ruinas incaicas de las islas del Sol y de la Luna (Coati) situadas en el lago Titicaca y pertenecientes al actual dominio territorial de Bolivia.
Las instituciones públicas eran muy sabias y se hallaban basadas en el comunismo, lo que quiere decir que los individuos trabajaban y producían para la comunidad y no exclusivamente para sí mismos. Fuera de esto, el gobierno era teocrático y absoluto. Las tierras estaban divididas en tres porciones, destinadas al inca, al servicio del culto y a la alimentación del pueblo. El gobierno era asesorado por un consejo de sabios, encargado de la administración del país; a la cabeza de cada provincia había un gobernador.
El ejército se hallaba muy bien organizado y era mandado por generales experimentados en el arte de la guerra.
La religión estaba compuesta por un conjunto de creencias y de prácticas idólatras. Los habitantes del imperio creían, sin embargo, en un Ser Supremo, señor del universo, al que adoraban bajo los nombre de Pachacamaco Viracocha, cuyo representante visible era el Sol.. Adoraban también a la Luna, a las estrellas, al trueno, al relámpago, a la lluvia y a todos los fenómenos naturales cuya explicación no conocían. Existía una casta sacerdotal, encargada del culto y de la atención de los templos y conventos de vestales o sacerdotisas consagradas a la Luna.
Propiamente hablando, los incas no conocían la escritura, ni aun en su manifestación más primitiva. Poseían un sistema de contabilidad, por medio de cordones anudados, de diferentes colores, llamados guipus, que servían también para contar el tiempo y señalar los fastos del imperio.
Los artistas (alfareros, decoradores, poetas), y los sabios, llamados amautas, eran estimados en alto grado.
El imperio poseía una organización completa y rápida del servicio de correos, por medio de postas escalonadas y excelentes caminos, dotados de puentes y calzadas. Esto permitía la rápida comunicación de la capital con los lugares más apartados del país.
Las construcciones eran sencillas y se caracterizaban por su solidez. En las ruinas que existen actualmente no hay vestigios de columnas ni de arcos, la mayoría de los edificios, aun los más importantes, eran techados con madera y paja.
La lengua oficial era el quechua, que se enseñaba en las escuelas.
El país estaba regido por leyes prudentes que mantenían el orden y la disciplina, asegurando la correcta administración de justicia.
El penúltimo inca, llamado Huaina Cápac, uno de los más ilustres emperadores, dividió el imperio, poco antes de su muerte, en dos partes. El norte con Quito por capital, para su hijo Atahualpa y el sud, con el Cuzco a la cabeza, para su hijo Huáscar.
Muerto Huaina Cápac, la ambición se apoderó de los dos príncipes, especialmente de Huáscar, mal aconsejado por sus cortesanos, que aspiró a gobernar solo, todo el territorio del imperio. Después de una guerra civil encarnizada, Huáscar fue derrotado y hecho prisionero por su hermano, que se proclamó único inca. Terminaba esta lucha fratricida cuando sobrevino la llegada de los conquistadores españoles que encontraron el terreno preparado para caer sobre un pueblo debilitado y desunido.