Llegaron las vacaciones y nos fuimos donde mi padre que vivía en Santa Cruz, cuando llegamos nos sorprendieron con un rico masaco de chicharon con yuca, después de comer todos los ricos horneau nos fuimos al río Piraí.

Cuando de pronto nos asustamos porque apareció una viboranga que hasta creí que era víbora boyé.

Rápidamente mi padre sacó su trazau y ¡zas! La cortó en pedacitos, llegó el atardecer y nos fuimos a la hacienda a descansar.

Ya al otro día desayunamos un rico masaco de plátano maduro con queso y un buen café tinto.

El trinar de los pájaros, las gallinas comiendo maíz, la ordeña de vacas, etc. Todo eso fue muy bonito para María y para mí.

Mi madre me puso a barrer con una escoba de malva todo el patio, alzar las latas donde hizo cuñapé, lavar el tacho de la chicha, en fin… terminé cansadísima.

Como premio por cumplir lo ordenado fuimos a montar caballo, llevándonos de tapeque un lindo empanizao, corrimos por toda esa pampa con mucha emoción.

Cuando de pronto vimos un hombre pequeño que se escondía entre los árboles, nos asustamos mucho pues pensamos que era el duende; sin pensarlo dos veces pelamos de ese lugar.

Así terminó el día con mucha alegría y emoción, pero llegó la hora de volver a nuestro cantón.

Nos despedimos de nuestros padres pues teníamos que estudiar, para otra ocasión será sin que haya obligación.