La Confederación Perú-Boliviana, un Histórico Experimento de Unión Regional

La Confederación Perú-Boliviana, en el convulso escenario de la América Latina del siglo XIX, la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839) se erigió como un fascinante experimento de integración regional. Este proceso, que buscaba unir Bolivia y el Perú, se gestó a partir de la rica historia compartida y los vínculos comerciales entre estas regiones, remontándose a 1776 con la creación del virreinato de Río de La Plata.

La iniciativa no fue única en su clase, pues se inscribía en una época marcada por proyectos integracionistas, como la Gran Colombia y la Federación de los Andes, propulsados por el líder carismático Simón Bolívar. Sin embargo, la Confederación Perú-Boliviana destacó por su singularidad al optar por la unión del Alto Perú y Bajo Perú, tras la frustración del proyecto andino.

En Bolivia, la propuesta confederativa generó resistencia, especialmente en el sur encabezado por Chuquisaca, temeroso de perder protagonismo frente al norte y, principalmente, ante La Paz, la ciudad natal de Andrés de Santa Cruz. En cambio, el sur del Perú, exceptuando a Cusco, apoyó la idea como un medio para contrarrestar la dominación de Lima.

La elección entre diversas opciones no resultó sencilla. Mientras algunos abogaban por la fusión de los territorios, otros proponían un Estado confederado que preservara la integridad territorial y la soberanía política y económica. Una tercera alternativa consideraba la anexión de provincias del sur del Perú a Bolivia, debido a los lazos históricos y afinidades regionales.

El líder político y militar Simón Bolívar respaldó cualquier forma de Estado que lograra la unión de Bolivia y Perú, mientras que su aliado Antonio José de Sucre abogó por una confederación compuesta por tres estados, todos con igual peso y volumen, manteniendo la soberanía e instituciones de cada parte.

Finalmente, en 1836, Andrés de Santa Cruz concretó la Confederación Perú-Boliviana, uniendo territorios con el objetivo de formar una entidad fuerte sin sacrificar la autonomía de cada región. Este breve pero significativo episodio histórico arroja luz sobre los desafíos y las aspiraciones de la América Latina del siglo XIX, donde la búsqueda de unidad y autonomía se entrelazaron en algo complejo y apasionante.

La Creación de la Confederación Perú-Boliviana

En 1835, Agustín Gamarra, militar cusqueño y expresidente del Perú tras un golpe de Estado en 1829, desafió el status quo al autoproclamarse Jefe Supremo del Estado del Centro del Perú. Esta audaz movida buscaba romper con el centralismo impuesto por Lima y las provincias del norte, marcando el inicio de una nueva dinámica política..

La declaración de Gamarra desencadenó una guerra civil con el gobierno peruano, liderado por el presidente Orbegoso, quien, ante la presión, buscó la asistencia de Andrés de Santa Cruz, presidente de Bolivia. Santa Cruz envió tropas para pacificar la región y restaurar el orden, comprometiendo el respaldo de Orbegoso al proyecto de la confederación ideado por Sucre.

El 16 de mayo de 1836, se proclamó la creación del Estado Surperuano, abarcando provincias como Ayacucho, Arequipa, Cusco y Puno. Luego, el 3 de agosto, surgió el Estado Norperuano, y finalmente, el 28 de octubre, en el estratégico Tapacarí, Cochabamba, nació la Confederación Perú-Boliviana, evitando así la elección desde La Paz o Chuquisaca para mitigar conflictos regionales. Andrés de Santa Cruz fue designado Supremo Protector.

Esta historia, tejida con la política y la estrategia, muestra cómo un conflicto interno y la intervención de un país vecino dieron forma a una nueva entidad política, la Confederación Perú-Boliviana, que dejaría una huella en la historia de la región andina del siglo XIX.

El Efímero Trayecto de la Confederación Perú-Boliviana: Entre la Oposición y la Guerra

La breve existencia de la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839) se vio truncada por una amalgama de factores, desde la oposición interna hasta las guerras desatadas en su contra. Se destaca un fenómeno subestimado en el siglo XIX: la aparición de nuevos adversarios para las repúblicas independientes, ahora provenientes de sus propios vecinos americanos, marcando un cambio de enemigos respecto a la época colonial.

Las tensiones llevaron a dos tipos de conflictos contra la confederación: las campañas restauradoras chilenas y argentinas, y una guerra diplomática protagonizada por estos dos países y otros como Ecuador y Colombia. En el caso de Chile, las motivaciones, lideradas por Diego Portales, fueron principalmente comerciales, con descontento hacia las políticas de comercio marítimo de Santa Cruz que amenazaban el predominio de Valparaíso. Argentina, aunque menos enérgica, participó también, principalmente por intereses internos y la supuesta amenaza de la confederación.

A pesar de las guerras externas, argumentan que la raíz del colapso de la confederación residía en la oposición interna desde Bolivia y Perú. En Perú, la férrea oposición de Gamarra, cuya aversión a extranjeros en el gobierno lo llevó a derrocar a dos presidentes, desencadenó una serie de conflictos. La resistencia interna en Bolivia, especialmente en Chuquisaca, también fue evidente desde el inicio.

A pesar de las guerras restauradoras y las tensiones externas, lo que realmente selló el destino de la confederación fue la oposición interna y la falta de respaldo de los militares bolivianos, inicialmente aliados de Santa Cruz. La figura de Santa Cruz, aunque con ejércitos fuertes, no pudo sostener la entidad frente a la falta de lealtad de sus generales. La confederación, como muchos proyectos integracionistas, demostró ser frágil sin la presencia central de un caudillo.

Estos eventos revelan la fragilidad estructural de la Confederación Perú-Boliviana y cómo, al depender en gran medida de la figura de Santa Cruz, colapsó ante la oposición interna y externa. Su historia, efímera pero intensa, se convierte en un testimonio de los desafíos y las complejidades de los proyectos integracionistas en una América Latina recién independizada.

Forjando el Ejército Boliviano: Entre Guerrillas, Decretos y Desafíos del Siglo XIX

La construcción de Bolivia en el siglo XIX no fue solo la epopeya de héroes gloriosos conquistando palacios gubernamentales, sino un relato más complejo, donde el ejército desempeñó un papel crucial en la gestación del país.

En este análisis, se exploran las diversas etapas del proceso de formación del ejército boliviano, desentrañando tanto los momentos gloriosos como los oscuros, una visión que va más allá de la narrativa convencional que celebra héroes y vilipendia villanos.

El ejército emergió como parte fundamental en los cimientos de la nueva nación. El decreto de Simón Bolívar en 1825 estableció las bases fundacionales al crear el Colegio Militar, donde se formarían los primeros oficiales destinados a liderar las filas del ejército (Díaz Arguedas, 1971). Durante el gobierno de Antonio José de Sucre, se consolidó el Batallón de los «Aguerridos», sobrevivientes de las guerrillas de Ayopaya y Sicasica, designados como el «Batallón de Infantería 1º de Bolivia» (Ibíd.).

Sucre, consciente de la importancia estratégica del ejército, estableció escuelas para la formación de cabos, sargentos y suboficiales, imponiendo requisitos educativos para ascender en rango. Dictó el primer Estatuto Orgánico del Ejército, construyó cuarteles, adquirió armas y municiones, y se preocupó por la instrucción de los soldados. Al final de su mandato, el ejército contaba con 2,300 soldados de infantería, 800 de caballería y 100 artilleros, armados y vestidos adecuadamente, con proyecciones de aumentar a 6,000 soldados.

La organización del ejército se estructuró en divisiones, subdivididas según especialidad o arma. La infantería, armada inicialmente con fusiles de avancarga, avanzó a través de diferentes modelos de fusiles, adaptándose a la evolución tecnológica. La caballería, equipada con lanzas, sables, pistolas y carabinas, y la artillería con cañones, desafiaron los primeros desafíos del país.

Este recorrido por el nacimiento del ejército boliviano destaca la complejidad y la determinación detrás de la conformación de las fuerzas armadas, una pieza clave en la intrincada historia de Bolivia en el siglo XIX.

Forjando la Identidad Militar de Bolivia: Primeros Desafíos y Consolidación del Ejército

La historia militar de Bolivia en el siglo XIX se enlaza con las primeras operaciones del ejército, un periodo tumultuoso que moldeó la identidad del país en formación.

En 1825, el ejército boliviano enfrentó la amenaza de Sebastián Ramos, gobernador de Chiquitos, respaldado por las fuerzas del brasileño Araujo Da Silva. Bajo el mando del general Pedro Blanco, las tropas bolivianas derrotaron a las fuerzas insurrectas en Arenalitos, frustrando las ambiciones de anexión.

La propaganda peruana exacerbó tensiones entre las fuerzas bolivianas y colombianas, llevando a la renuncia de Sucre y la muerte de José Miguel Lanza en 1828. Agustín Gamarra, al mando del Ejército del Sur del Perú, cruzó la frontera con la intención de anexar el departamento de La Paz al Perú. El tratado de Piquiza resultó en la retirada de las tropas colombianas y el exilio de Sucre.

La presidencia de Andrés de Santa Cruz, la «época gloriosa,» presenció victorias sobre fuerzas peruanas, chilenas y argentinas. Santa Cruz fortaleció el ejército, implementando medidas legislativas y militares, como la conscripción y la división en Infantería, Caballería, Artillería e Ingeniería. También estableció una jerarquía militar detallada, desde el Mariscal de Bolivia hasta el Cabo Segundo.

Sin embargo, tras la salida de Santa Cruz, el ejército, concebido para defender la integridad patria, se convirtió en un instrumento para caudillos en busca del poder, desencadenando luchas internas prolongadas entre facciones lideradas por Velasco, Ballivián y los seguidores de Santa Cruz.

Fuente:
Bolivia, su historia
Tomó IV: Los primeros cien años de la República (1825-1925)
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